Desincronizados
La presidencia pactada en Castilla y Le¨®n suena a un mu?eco de gui?ol que mueve la boca mientras un discurso ajeno se la llena de palabras gastadas
La sincron¨ªa es un h¨¢bito tan natural que apenas prestamos atenci¨®n a su magia. Asistimos al milagro de que la voz de otro alcance nuestra perfecta escucha simult¨¢nea y consideramos que ese fen¨®meno es inquebrantable. Y no es as¨ª, todo puede desincronizarse. Se supo cuando lleg¨® el cine sonoro y a veces los labios del actor perd¨ªan la pauta de la voz. Entonces el auditorio gritaba para despertar al proyeccionista que arreglara el desaguisado. La desincron¨ªa tambi¨¦n existe en la pol¨ªtica y un ejemplo perfecto es la configuraci¨®n del nuevo Gobierno en Castilla y Le¨®n. La reuni¨®n de un partido de centroderecha con su escisi¨®n populista para repartirse las carteras era una obviedad anunciada. Pero quiz¨¢ una coalici¨®n as¨ª impulsada por las urnas queda desfasada desde el momento en que los misiles rusos comenzaron a atacar Ucrania el 24 de febrero. Porque nos ha costado entender que Putin fue la primera figura del populismo autoritario que luego se expandir¨ªa por el resto de Europa. La democracia incipiente tras la ca¨ªda del bloque sovi¨¦tico, degener¨® en Rusia y sus sat¨¦lites en un robo de proporciones inenarrables. Los ciudadanos culparon a la libertad del hecho de que unos avispados corruptos se hicieran con todo el dinero que falt¨®, y vaya si falt¨®, al hombre corriente. Pero no fue culpa de la democracia, sino de la ausencia de esta con sus controles institucionales y una m¨ªnima separaci¨®n de poderes.
Desde entonces, la figura de Putin ha sido un faro que ha guiado cada movimiento desestabilizador de las democracias europeas. Se ha aliado con todo populismo ya fuera secesionista, ultranacionalista o contestatario. Y la partida se le puso completamente a favor cuando lleg¨® a la Casa Blanca el nacionalpopulismo encarnado por Trump. Para entonces, pa¨ªses como Polonia y Hungr¨ªa hab¨ªan adoptado el discurso de firmeza iliberal y las democracias m¨¢s consolidadas de Europa como la francesa, la alemana y la italiana vieron crecer sus alternativas ultras como nunca hab¨ªa ocurrido desde la Segunda Guerra Mundial. Pero la salvaje invasi¨®n de Ucrania ha venido a alumbrar lo oscuro que guard¨¢bamos en nuestras entra?as. No se trataba, como clamaban, del miedo a las nuevas costumbres sociales. Tampoco del pavor contra la inmigraci¨®n ni del terco empe?o por seguir rebajando a la mujer a la categor¨ªa de zapatilla de andar por casa, ni de la condena a los gays y transexuales a servir de atracci¨®n en espect¨¢culos de revista. Ahora sabemos que el autoritarismo es la negaci¨®n de los derechos humanos en nombre de una idea nost¨¢lgica de poder local.
Nada hay m¨¢s desincr¨®nico que pretender que esa agenda populista es lo que necesita Castilla y Le¨®n para resolver sus problemas de despoblaci¨®n y desigualdad social y geogr¨¢fica. Por eso la presidencia pactada suena a un mu?eco de gui?ol que mueve la boca mientras un discurso ajeno se la llena de palabras gastadas. Estamos a horas de que el alarde b¨¦lico del populismo nacionalista provoque otra matanza de inocentes en las escalinatas de Odesa.
Ser¨¢ 100 a?os despu¨¦s de que esos escalones ideados por un arquitecto italiano sirvieran para rodar en El acorazado Potemkin la secuencia m¨¢s significativa de la historia del cine. Claro que estamos desincronizados, y es un desastre que suceda cuando la democracia necesita de pactos entre moderados, af¨¢n de entendimiento y esfuerzo por promover la convivencia pac¨ªfica.
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