El Tratado que nos uni¨®
30 a?os despu¨¦s de la firma de Maastricht, la UE ha conseguido mucho, pero los europeos no podemos caer en la autocomplacencia. Otra vez estamos ante el imperativo de restaurar la paz en el continente y de construirla m¨¢s all¨¢ de nuestros confines
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Hace 30 a?os, los europeos dimos un gran paso adelante en el proceso de integraci¨®n europea con la firma del Tratado de Maastricht en 1992. Mientras Europa se hunde en una guerra que yo pensaba que no volver¨ªa a vivir, conviene recordar por qu¨¦ los europeos dimos ese paso.
El proyecto europeo se ha construido a base de impulsos de voluntad pol¨ªtica y el deseo colectivo de enterrar para siempre las querellas fratricidas que asolaron Europa durante la primera mitad del siglo XX. Como en la firma de los tratados de Par¨ªs y de Roma en 1951 y en 1957, que constituyen la Comunidad Europea del Carb¨®n y del Acero y la Comunidad Econ¨®mica Europea, respectivamente, Maastricht era una muestra m¨¢s de esa voluntad de los europeos de unir nuestros destinos pol¨ªticos en aras de preservar la paz en nuestro continente.
El debate sobre el Tratado de Maastricht, o el Tratado de la Uni¨®n, era un debate entre el ser o no ser de Europa ante el nuevo panorama internacional surgido del final de la Guerra Fr¨ªa. La firma del Tratado de Maastricht en 1992 supuso la respuesta de la comunidad europea a los enormes cambios que se estaban dando en nuestro continente y en el mundo. La URSS se disolv¨ªa, Estados Unidos pasaba a liderar un mundo unipolar y China empezaba su gran ascenso geopol¨ªtico tras la puesta en marcha de las reformas econ¨®micas de Deng Xiaoping. Europa ten¨ªa que integrarse, por necesidad hist¨®rica.
Maastricht representaba la uni¨®n de los europeos, pero esa firma llevaba la huella de Espa?a. Me acuerdo muy bien de la sesi¨®n en el Congreso de los Diputados, cuando era entonces ministro de Asuntos Exteriores, en la que se aprob¨® con una mayor¨ªa abrumadora la firma del Tratado. Era un hito de nuestra historia como pa¨ªs, y la sociedad espa?ola era consciente de ello. Si la incorporaci¨®n de Espa?a en 1986 a las Comunidades Europeas signific¨® la reincorporaci¨®n de la Espa?a democr¨¢tica a su entorno natural europeo, el Tratado de la Uni¨®n era el instrumento jur¨ªdico que sentaba las bases de nuestro desarrollo futuro como pa¨ªs en una Europa m¨¢s integrada.
La decisi¨®n de integrarnos a trav¨¦s de la firma del Tratado de Maastricht no era una cuesti¨®n t¨¦cnica, ni tan siquiera una cuesti¨®n econ¨®mica. Era, y deb¨ªa ser, una decisi¨®n de car¨¢cter estrictamente pol¨ªtico. En Maastricht, nace la Uni¨®n Europea. Por primera vez, los europeos nos planteamos abiertamente la construcci¨®n de una uni¨®n pol¨ªtica de nuestras democracias.
El Tratado de la Uni¨®n sienta las bases de la democracia europea y consagra el concepto de ciudadan¨ªa europea. Sobre esa base, hay que seguir construyendo una sociedad civil con marchamo europeo que vertebre un debate p¨²blico en el que universitarios, investigadores, cient¨ªficos, empresarios y ONG tengan un papel central. El proyecto europeo no se entiende sin su sociedad civil. En este sentido, quiero hacer una especial menci¨®n a la Fundaci¨®n Academia Europea e Iberoamericana de Yuste, una organizaci¨®n de esa sociedad civil europea indispensable para promover el di¨¢logo y los valores europeos, y que este a?o tambi¨¦n celebra su 30? aniversario.
Con el Tratado de la Uni¨®n se abre una nueva etapa de convergencia econ¨®mica y monetaria europea, sentando las bases para la creaci¨®n de una moneda ¨²nica. Espa?a tuvo un papel importante en el desarrollo de la nueva realidad econ¨®mica europea, con ciudadanos espa?oles al frente de sus principales instituciones, como lo fueron Joaqu¨ªn Almunia, vicepresidente de la Comisi¨®n Europea y comisario de Competencia; Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo, o Magdalena ?lvarez, vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones, entre tantos otros.
En Maastricht tambi¨¦n se da el primer paso para el desarrollo de una pol¨ªtica exterior y de seguridad com¨²n para Europa. De todas las prerrogativas de los Estados, la pol¨ªtica exterior ha sido sin duda la que m¨¢s dif¨ªcil se ha prestado a adoptar enfoque europeo, pero se han hecho importantes avances en este sentido. Desde el Tratado de Maastricht, la Uni¨®n Europea puede hacerse o¨ªr en la escena internacional, y, sobre todo, ha podido actuar fuera de sus fronteras. La respuesta sancionadora de los Veintisiete contra Rusia por la invasi¨®n de Ucrania, sin ir m¨¢s lejos, no habr¨ªa sido posible sin la firma del Tratado en Maastricht.
Tres d¨¦cadas despu¨¦s del Tratado que nos uni¨®, la Uni¨®n Europea ha conseguido mucho, pero los europeos no podemos caer en la autocomplacencia. Otra vez en nuestra historia, los europeos nos encontramos ante el imperativo hist¨®rico de restaurar la paz en Europa y de construirla m¨¢s all¨¢ de nuestros confines geogr¨¢ficos.
El proyecto sigue en construcci¨®n y con enormes retos por delante. Los europeos respondimos a la pandemia con solidaridad y pensando en nuestras prioridades estrat¨¦gicas, como son las transiciones ecol¨®gica y digital. Ahora, debemos responder a las amenazas a nuestra seguridad con la misma voluntad de unirnos que mostramos hace tres d¨¦cadas en Maastricht.
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