Absorbente

El tipo que va a mi lado, en el tren, habla por tel¨¦fono con alguien. Dice: ¡°Puede ser por una de esas dos cosas o por las dos a la vez; ven a verme ma?ana y lo estudiamos¡±. Cuelga. Yo sigo leyendo, pero no me concentro. Imagino que es m¨¦dico y que alguien le ha preguntado por un s¨ªntoma que podr¨ªa tener dos or¨ªgenes. Repaso mis s¨ªntomas y sus or¨ªgenes sin dejar de leer de manera mec¨¢nica. Al poco, el hombre se vuelve y me pregunta si leer es divertido. Le digo que quiz¨¢ ¡°divertido¡± no sea la palabra correcta. Nos observamos con un punto de asombro. ¡°No leo nunca¡±, confiesa al fin con inocencia.

Llevo en la cartera un libro que acabo de comprar en la librer¨ªa de la estaci¨®n (El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero). Era mi repuesto por si me cansaba del viejo ensayo de Blanchot sobre Kafka que comenc¨¦ a releer hace un par de d¨ªas, pero le presto el t¨ªtulo de Montero a mi vecino de asiento para que ¨¦l mismo compruebe si se divierte o no. Durante el resto del viaje (casi tres horas) no levanta la vista del volumen. Cuando llegamos a M¨¢laga, me pide que se lo venda. Le digo que se lo regalo, pero insiste en pagarme. Se lo dejo en 20 euros, aunque me ha costado 20,90, para no andar con calderilla. Le pregunto si le ha divertido y dice que no. ¡°Me ha parecido absorbente¡±, a?ade.

Al d¨ªa siguiente, de vuelta a casa, vuelvo a comprar el libro en la estaci¨®n con los 20 euros que recib¨ª por el m¨ªo. Me sorprende que con ese billete se pueda comprar dos veces el mismo libro. ?Nos ha salido gratis uno de los dos? Leo m¨¢s de la mitad en el trayecto de vuelta porque avanzo deprisa. Casi lamento llegar a Madrid porque he cogido la postura perfecta y mis ojos recorren las p¨¢ginas con la ligereza con la que un patinador va de un extremo a otro de la pista de hielo. El libro no divierte, en efecto, pero absorbe y cautiva.