Corrupci¨®n, la oportunidad perdida
En la polarizaci¨®n a la que se ha entregado el presidente o en el llamado a filas al grito de est¨¢s conmigo o en contra de m¨ª, la lealtad ha sustituido al criterio de honestidad
El problema con el pa?uelo blanco que sol¨ªa portarse en el bolsillo es que lejos de liberar al due?o de la suciedad que buscaba limpiar, este se convert¨ªa en portador de ella. Cada vez que en su conferencia ma?anera el presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador sacude su pa?uelito blanco para ilustrar el estado pr¨ªstino de su administraci¨®n, porque ¡°la corrupci¨®n ha sido desterrada¡±, solo se me ocurre pensar que si el pedazo de tela est¨¢ limpio es porque no ha sido usado. Algo parecido, me temo, ha sucedido con el combate a la corrupci¨®n.
Salvo entre quienes le tienen especial ojeriza, el presidente goza de una imagen de austeridad ganada a pulso. El deseo de enriquecimiento, un rasgo cong¨¦nito de la clase pol¨ªtica, no forma parte de su acervo personal de demonios. Eso y su reiterada promesa de una renovaci¨®n ¨¦tica profunda de la administraci¨®n p¨²blica, convert¨ªan al combate a la corrupci¨®n en una de sus banderas m¨¢s atractivas. Tras casi cuatro a?os en el poder, no parece que esa promesa est¨¢ en camino de formar parte del legado que deja tras de s¨ª la llamada Cuarta Transformaci¨®n.
Ciertamente hay avances en lo que toca a usos y costumbres de la burocracia, particularmente en las altas esferas. La narrativa en contra del uso personal del patrimonio p¨²blico, del gasto suntuario y el derroche forman parte de un nuevo paradigma en materia de lo que es ¡°pol¨ªticamente correcto¡±. Tomar el helic¨®ptero oficial para ir a jugar golf, una pr¨¢ctica antes sistem¨¢tica, se ha vuelto prohibitiva para cualquier gobernador. Mostrar el Rolex de colecci¨®n ya no es un rasgo de sofisticaci¨®n sino de abuso y, eventualmente, muestra palpable de enriquecimiento inexplicable. Son cambios que se agradecen, sin duda, pero remiten a los aspectos m¨¢s superficiales de la corrupci¨®n. Obligan a los funcionarios a ser m¨¢s recatados en la exhibici¨®n de sus abusos, pero no eliminan la fuente fundamental de la que se nutren: la impunidad en la desviaci¨®n de recursos presupuestales o el uso personal de los privilegios del Estado.
El esc¨¢ndalo entre el ex consejero jur¨ªdico de la presidencia y el Fiscal General de la Rep¨²blica, dos de los hombres m¨¢s poderosos del sexenio de L¨®pez Obrador, exhibe el fracaso de la 4T para imponer un nuevo orden moral efectivo en la vida p¨²blica. Pero sobre todo muestra la aversi¨®n de la presidencia a limpiar a su c¨ªrculo ¨ªntimo. La inacci¨®n de Palacio ante las mutuas acusaciones de corrupci¨®n que ambos han esgrimido, con pelos y se?ales, replica el desinter¨¦s que en casos similares ha mostrado el l¨ªder que promet¨ªa limpiar los abusos como a las escaleras: ¡°de arriba hacia abajo¡±. Colaboradores que se han vuelto insostenibles por las tropel¨ªas detectadas en oficinas bajo su responsabilidad no desaparecen de la escalera, sino simplemente son recolocados en otras ¨¢reas, en ocasiones en pisos superiores. Es el caso de Ignacio Ovalle, ex director de Seguridad Alimentaria Mexicana, Segalmex, convertido hace unos d¨ªas en responsable de la relaci¨®n del Ejecutivo con gobiernos estatales y municipales, pese a la investigaci¨®n de un faltante de 10.000 millones de pesos durante su gesti¨®n e investigaciones en proceso a sus inmediatos colaboradores. Caso similar al del ex secretario particular del presidente, Alejandro Esquer, desplazado a otras responsabilidades luego de los videos en los que se le ve depositando dinero en efectivo una y otra vez con presuntos prop¨®sitos pol¨ªticos.
Por desgracia no son los ¨²nicos casos en los que el presidente exhibe una tolerancia inexplicable ante un comportamiento cuestionable de miembros cercanos.
La explicaci¨®n obedece a varios motivos, pero remite en ¨²ltima instancia a necesidades de orden pol¨ªtico. Unas de manera directa: por ejemplo, la exigencia de obtener mayor¨ªas en la C¨¢mara, y por ende a hacer alianza con el PVEM, lo cual obliga a tener o¨ªdos sordos ante las infamias de un grupo pol¨ªtico dedicado en gran medida a vender caro su amor. En este rengl¨®n tendr¨ªamos que incluir a gobernadores de oposici¨®n que han permitido o propiciado el triunfo de Morena y se van con la tranquilidad de que sus gestiones no ser¨¢n investigadas; en ocasiones, incluso, con el premio de una embajada o un consulado. Es el mismo caso de l¨ªderes sindicales que formaban parte del corporativismo priista pero se han avenido a los nuevos tiempos y con ello han conseguido mantener riquezas y privilegios.
Se dir¨¢ que el peso de las circunstancias obligaron al obradorismo a no ser remilgoso en materia de alianzas; ¡°males necesarios para estar en condiciones de resistir las acechanzas de los poderosos adversarios¡±. Quiz¨¢. Pero no podemos ignorar la sombra de impunidad que tales ¡°necesidades pol¨ªticas¡± extienden a muchos de los protagonistas de la corrupci¨®n. No es que la promesa de combatirla quede invalidada, pero de entrada queda bastante maltrecha.
Incluso si la real politik explica, que no justifica, tan laxos criterios, resulta mucho menos entendible que esta tolerancia se extienda a las propias filas del obradorismo, a los soldados que tendr¨ªan ser que ser portadores de esta cruzada. Asumiendo que los del Partido Verde o los Napitos son invitados externos inc¨®modos, al menos se tendr¨ªa que haber sido m¨¢s exigentes con los de casa. Los ostensibles casos de Gertz Manero, Scherer y equivalentes muestran que no ha sido as¨ª.
En la polarizaci¨®n a la que se ha entregado el presidente o en el llamado a filas al grito de est¨¢s conmigo o en contra de m¨ª, la lealtad ha sustituido al criterio de honestidad. Al arranque de su sexenio AMLO lleg¨® a decir que los funcionarios de su administraci¨®n deb¨ªan tener 90% de honestidad y 10% de experiencia. Un criterio de entrada preocupante; en lo personal preferir¨ªa otra mezcla al acudir a un consultorio dental o pensar en el ingeniero civil a cargo del edificio de departamentos donde voy a vivir, y supongo que lo mismo vale para el responsable de las finanzas p¨²blicas o el doctor destinado a detener una epidemia. Pero el asunto se agrava cuando la honestidad es subordinada a la lealtad personal al presidente. El combate a la corrupci¨®n que solo se esgrime en contra de los adversarios y exime a los colaboradores leales, lejos de desterrar la corrupci¨®n se convierte en una variante pol¨ªtica de esta.
El gobierno de la 4T dejar¨¢ un saldo de claroscuros. Y contra lo que muchos piensan, me parece que en ese balance habr¨¢ aciertos destacados para el futuro de M¨¦xico. Me habr¨ªa gustado que el combate a la corrupci¨®n hubiera sido uno de ellos; que el presidente hubiera sido el m¨¢s implacable cr¨ªtico de las faltas de sus colaboradores. No fue as¨ª y con ello perdimos una oportunidad hist¨®rica.
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