La soledad es pol¨ªtica
Vivir solo sin quererlo es malvivir, y no se trata de una enfermedad, sino de una manifestaci¨®n de la desigualdad y de la injusticia social que afecta sobre todo a los mayores y las mujeres
Sentimos soledad cuando experimentamos una carencia en la cantidad y calidad de los v¨ªnculos con otras personas, cuando carecemos de lazos sociales significativos, cuando nos parece que no conectamos, que no sintonizamos con nadie. Es lo que la psic¨®loga Pili Castro ha denominado como ¡°soledad sint¨®nica¡±. Y ello se combina con el ...
Sentimos soledad cuando experimentamos una carencia en la cantidad y calidad de los v¨ªnculos con otras personas, cuando carecemos de lazos sociales significativos, cuando nos parece que no conectamos, que no sintonizamos con nadie. Es lo que la psic¨®loga Pili Castro ha denominado como ¡°soledad sint¨®nica¡±. Y ello se combina con el aislamiento social y la escasez de redes sociales en un entorno pr¨®ximo. Por ello podemos estar rodeados de gente y sentirnos solos, como se ha constatado ampliamente entre personas que viven en entornos institucionales como c¨¢rceles, hospitales psiqui¨¢tricos o residencias de mayores, donde se produce una privaci¨®n forzosa del v¨ªnculo social. Del mismo modo, estar conectado a trav¨¦s de dispositivos y redes ?sociales? no supone en modo alguno establecer v¨ªnculos significativos, pues se trata, como mucho, de una comunicaci¨®n pautada y ordenada a trav¨¦s de un medio que establece el marco de la misma, mientras que la presencia introduce la espontaneidad, la cercan¨ªa y la creatividad.
Por descontado que nos estamos refiriendo a la soledad no deseada, no buscada, frente a la introspecci¨®n y esa soledad creativa que a veces buscamos (solitude en ingl¨¦s). La soledad no deseada (loneliness) afecta a todas las etapas de la vida. Quien m¨¢s quien menos se ha sentido solo alguna vez en su vida; en la infancia, en la adolescencia, en la juventud, en la madurez, en la vejez. El problema es cuando este sentimiento, esta soledad no deseada, se cronifica, perdura, provocando miedo, dolor, angustia o tristeza. Es cierto que la soledad est¨¢ condicionada por episodios biogr¨¢ficos como la p¨¦rdida de un ser querido, la salida del mercado laboral, la emancipaci¨®n de los hijos, la ruptura de pareja¡ En este sentido, puede haber ¨¦pocas de la vida m¨¢s susceptibles a estas circunstancias, como la vejez (m¨¢xime en una sociedad cada vez m¨¢s longeva). La soledad tiende a perpetuarse cuando la persona no encuentra un reemplazo a los roles que ven¨ªa ocupando y no es capaz de generar un nuevo espacio en la red vincular. Por ello, el reto es disponer de recursos personales y sociales para salir de estas situaciones. La soledad no deseada no es un simple problema individual, sino que est¨¢ muy relacionado con la forma en que se organiza nuestra sociedad.
La soledad no deseada est¨¢ fuertemente determinada por patrones de desventaja social en ¨¢mbitos diversos: pobreza, g¨¦nero, cultura/migraci¨®n, espacio, institucionalizaci¨®n y diversidad funcional. La dedicaci¨®n intensiva al cuidado por parte de las mujeres mayoritariamente, que reduce de forma muy significativa las oportunidades de socializaci¨®n; la enfermedad cr¨®nica y la movilidad reducida; la carencia de infraestructuras en el lugar en que se vive (como un simple ascensor); la falta de trabajo (la inserci¨®n en el mercado laboral es un factor de protecci¨®n frente a la soledad); y tambi¨¦n la precariedad laboral y la dedicaci¨®n a trabajos que proporcionan salarios de supervivencia y que son poco compatibles con la participaci¨®n en grupos de socializaci¨®n secundaria; los frecuentes cambios de residencia, por ejemplo en personas j¨®venes precarizadas, que dificultan el establecimiento de redes sociales duraderas. El soci¨®logo Robert Castel alude a los j¨®venes que sudan la gota gorda en situaci¨®n de precariedad, que encadenan un contrato precario tras otro y para quienes su vida social se reduce a breves encuentros que no se insertan en un proyecto vital. Estableciendo un an¨¢lisis interseccional podr¨ªamos hablar de la soledad de mujeres migrantes viudas o madres solteras que viven en condiciones de precariedad y en entornos urbanos degradados.
Las soledades no son un asunto meramente privado sino p¨²blico y directamente relacionado con la configuraci¨®n actual de nuestra sociedad en torno a tres ejes: el auge del individualismo y el declive de las redes de apoyo social y familiar (desafiliaci¨®n); la crisis de los cuidados y el reparto disfuncional de estas tareas; y nuestra ambivalente relaci¨®n con las tecnolog¨ªas digitales.
No hemos de ¡°patologizar¡± la soledad deseada al modo de una pandemia, sino incidir en que se trata de una manifestaci¨®n de la desigualdad y de la injusticia social y que, m¨¢s a¨²n, no debiera utilizarse la soledad para encubrir estas circunstancias.
As¨ª lo han entendido diferentes instituciones y administraciones, sobre todo en el ¨¢mbito local, que han desarrollado intervenciones comunitarias para paliar esta dolorosa situaci¨®n.
Porque, no nos olvidemos, padecer soledad no deseada es mal vivir, es una forma de sufrimiento social que nos produce dolor y angustia y que, adem¨¢s, es percibida subjetivamente como fracaso. La soledad tiene un enorme impacto negativo sobre la salud f¨ªsica y ps¨ªquica y la calidad de vida (problemas cardiovasculares, debilitamiento del sistema inmune, trastornos psicol¨®gicos, suicidio) y nos priva de lo que es la esencia del ser humano: sus relaciones, sus v¨ªnculos, sus lazos con los otros.