Vivir para ver esto
La insensibilidad hacia el sufrimiento social ha configurado un rasgo espec¨ªfico de la vida espa?ola, pese a que autorizadas voces se han pronunciado contra lo que identificaban como una herida abierta
¡°La nobleza plebeya, el populacho noble,/ La pueblan; dando terratenientes y toreros,/ Curas y caballistas, vagos y visionarios,/ Guapos y guerrilleros. T¨² compatriota,/ Bien que ello te repugne, de su fauna¡±. As¨ª enumeraba Luis Cernuda desde el exilio, all¨¢ por 1949, algunas de las notas del contubernio que hab¨ªa convertido a la sociedad espa?ola en un erial civil. El esc¨¢ndalo por las comisiones millonarias que personajes de rancio abolengo, protagonistas habituales del papel cuch¨¦, han extra¨ªdo por mediar en la compraventa de material sanitario destinado al Ayuntamiento de Madrid trae a las mientes las grotescas alianzas que motivaron en el poeta sevillano la l¨²cida constataci¨®n de ¡°Vivir para ver esto¡±. El abuso investigado actualmente por la Fiscal¨ªa Anticorrupci¨®n evoca tambi¨¦n la desarticulaci¨®n policial del fraude de la ruleta trucada instalada por los ¡°empresarios¡± Daniel Strauss y Perl en el Casino de San Sebasti¨¢n tras un alambique de sobornos a mediadores, destinados a ganar voluntades en el Partido Radical, alboroto que se llevar¨ªa por delante el Gobierno de Alejandro Lerroux en 1935. El doloso ingenio dar¨ªa nombre posteriormente al comercio en el mercado negro de productos sometidos a racionamiento durante el franquismo, m¨¢s conocido como estraperlo.
Todo parece indicar que la apelaci¨®n a la urgencia y la excepcionalidad de la coyuntura pand¨¦mica aligerar¨¢ no ya las responsabilidades directas, sino hasta la culpa in vigilando, de quienes permitieron que, mientras cientos de personas mor¨ªan cada d¨ªa en Espa?a, unos cuantos p¨ªcaros se llenaran los bolsillos con dinero p¨²blico para seguir sufragando su dispendioso nivel de vida. Pero la insensibilidad hacia el sufrimiento social que el caso revela inquieta especialmente, pues, si bien el desd¨¦n de oligarcas y caciques hacia el pueblo ha configurado un rasgo espec¨ªfico de la vida espa?ola, autorizadas voces se han pronunciado asimismo en ella contra lo que identificaban como una herida abierta. Voces de las que hemos aprendido bien poco. Pensemos en tres mujeres gallegas, de extracci¨®n social heterog¨¦nea, abanderadas de una percepci¨®n com¨²n acerca de la justicia social y los l¨ªmites de lo tolerable en pol¨ªtica como base normativa de la convivencia.
En esta l¨ªnea, Concepci¨®n Arenal aboga en su pensamiento social por la articulaci¨®n entre la acci¨®n del Estado, las sociedades filantr¨®picas y la caridad individual para paliar el da?o generado por la desigualdad econ¨®mica, subrayando el peso que el respeto al otro posee para estabilizar los derechos sociales b¨¢sicos que jalonan el progreso de un pa¨ªs. La sentencia que Antonio Machado asignara a la esencia de la sabidur¨ªa popular espa?ola, a saber, el ¡°nadie es m¨¢s que nadie¡±, ant¨ªdoto natural frente a la barbarie del se?orito, Arenal exhorta a traducirla en din¨¢mica institucional, sin conseguir materializar ese giro mental en la naci¨®n. D¨¦cadas m¨¢s tarde, una mujer patricia como Emilia Pardo Baz¨¢n se propondr¨¢ en nombre del naturalismo literario meterse en la piel de una mujer obrera en la antesala de la I Rep¨²blica en La tribuna. Para ello, no dudar¨¢ en visitar regularmente la F¨¢brica de tabacos de A Coru?a, a veces acompa?ada por su hijo Jaime, de 7 a?os, donde se familiarizar¨¢ con la cotidianidad, zozobras y esperanzas de quienes soportaban horarios laborales excesivos y condiciones de vida miserables.
En ambos casos se respira la convicci¨®n de que la sociedad y el poder p¨²blico deben propiciar una sensibilidad com¨²n entre clases, g¨¦neros y sujetos, que ninguna polarizaci¨®n pol¨ªtica haga saltar por los aires. En una reflexi¨®n af¨ªn, Rosal¨ªa de Castro denuncia en su poemario Follas Novas la hipocres¨ªa con que las clases altas gallegas acuden impasibles a misa, ciegas ante la miseria que les rodea, con una falta de piedad comparable a algunos comentarios proferidos recientemente por consejeros auton¨®micos ajenos a la pobreza en Madrid. Rosal¨ªa contrasta la figura vulnerable y amable de un ni?o que pide limosna en el p¨®rtico de la iglesia con la indiferencia farisea de los pudientes: ¡°sin que ¨® ver do inocente a orfandade/ se calme dos ricos a sede avarienta¡±.
Ya muy lejos de la Espa?a decimon¨®nica, el otrora falangista Dionisio Ridruejo declar¨® en una entrevista concedida en 1971 haber comprendido en la d¨¦cada de los cincuenta, reci¨¦n retornado de Italia, que la democracia era la civilizaci¨®n de nuestro tiempo en t¨¦rminos pol¨ªticos y sociales, y no dejar¨¢ de transmitirlo a la juventud universitaria espa?ola. Tales transportes epist¨¦micos, que animaron a arist¨®cratas y burguesas gallegas del XIX y a un exfalangista del XX a interesarse por ideolog¨ªas ajenas, emergen como pecios de un naufragio en la Espa?a actual, en la que todo proyecto pr¨¢ctico se declina desde la hegemon¨ªa cultural de quienes poseen una densa identidad de clase como aditamento de su renta. Hace exactamente un siglo, en Espa?a invertebrada, Jos¨¦ Ortega y Gasset encontr¨® en esto ¨²ltimo un ¡°particularismo¡± que imped¨ªa construir pa¨ªs. No parece que nuestra educaci¨®n pol¨ªtica haya fomentado desde entonces hacer del otro la patria, pese a la s¨®lida tradici¨®n oculta que lo solicita, cuya soledad sonora recuerda a las ocasiones perdidas y las ense?anzas descartadas.
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