Esta normalidad tan anormal
Quisiera vivir en un mundo en el que no tuviera la necesidad de huir de ¨¦l, de buscar refugio. Un mundo compasivo
Ha llegado al fin la normalidad, ?taca anhelada en la que esper¨¢bamos reposar despu¨¦s del esfuerzo tit¨¢nico de resistir y sobreponernos a la pandemia. Pues bien, lo confieso p¨²blicamente: a m¨ª esta ?taca no me gusta, no es para nada lo que esperaba. ?D¨®nde est¨¢ la vida distinta en la que todos ser¨ªamos mejores, ser¨ªamos m¨¢s colaborativos, m¨¢s solidarios y pondr¨ªamos la vida en el centro? La isla a la que yo he llegado se parece demasiado a unas Ramblas masificadas donde gigantescos cruceros vomitan aludes de turistas con piel de langostino. Han vuelto tambi¨¦n estos cruceros y otra vez siento que sobro en esta ciudad en la que vivo, que sus habitantes, si no estamos dispuestos a figurar como parte del decorado, estamos de m¨¢s y mejor que vayamos saliendo por la puerta. Lo demuestran los precios del alquiler y los del aperitivo. Durante el confinamiento, a los barceloneses nos quisieron mucho en bares y restaurantes, los camareros de sitios antes muy concurridos nos trataron como no nos hab¨ªan tratado nunca. Pero era un amor interesado, motivado por la escasez de consumidores con m¨¢s dinero. Ahora vuelven a ignorarnos como antes, a traernos unas cuentas de infarto por una cerveza y unas aceitunas. ?Qu¨¦ es una ciudad si no puedes tomarte el aperitivo a un precio popular y razonable?
Lo que no es normal es el ritmo acelerado e implacable que nos exige ocultar, disimular, dominar y reprimir todo lo que tenga que ver con la vida para que nos entreguemos a lo m¨¢s importante, a lo fundamental: producir. Por eso a?oro el est¨¦ril confinamiento, cuando, por lo menos, pod¨ªa pensar y sentir, expresar la angustia y la tristeza, la preocupaci¨®n y la rabia, tener claro qu¨¦ es lo realmente esencial: comer, dormir, estar con quienes amamos, cuidarlos y que nos cuiden. Animales desnudos ante las inclemencias del tiempo y la naturaleza, las restricciones de la pandemia fueron para muchos de nosotros una especie de cueva en la que refugiarnos y redescubrir el consuelo y alivio que nos da el contacto continuado, piel con piel, con personas reales e importantes en nuestras vidas.
Yo quisiera vivir en un mundo en el que no tuviera la necesidad de huir de ¨¦l, de buscar refugio. Un mundo compasivo que pusiera el alejamiento del dolor y la b¨²squeda del placer en primer lugar. Una ?taca en la que sentirnos en casa y no esta enloquecedora normalidad.
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