Un h¨¦roe de nuestro tiempo
El periodista Victor Castanet se ha atrevido a desentra?ar todas las secuelas de omitir la vejez y la muerte y a decirnos con voz clara que la muerte existe y est¨¢ llena de indignidad en bastantes geri¨¢tricos franceses
Hace decenios que entramos en la cultura de la imposibilidad, a saber: la cultura que quiere hacer imposible pensar, asimilar, contemplar la muerte. La muerte puede aceptarse como parte de una ficci¨®n, y es sabido que la narrativa cinematogr¨¢fica y literaria hace a menudo uso y abuso de la muerte como efecto dram¨¢tico, pero tambi¨¦n es sabido que todos esos simulacros no tienen demasiado poder sobre la conciencia, y a¨²n menos sobre la verdadera conciencia de la muerte.
En su novela La informaci¨®n, Martin Amis hace referencia a ese mensaje terrible que nos llega de las profundidades de nuestra propia materia cuando hacia los 26 o 27 a?os tomamos conciencia de que somos seres para la muerte. De pronto, a las dos o las tres de la ma?ana llega la revelaci¨®n, llega la certeza, llega el mazazo descomunal sobre la conciencia, por m¨¢s que lo queramos evitar. Da igual que en nuestra infancia nos hayamos topado con alg¨²n cad¨¢ver en alg¨²n accidente de carretera. La visi¨®n de un muerto en ¨¦pocas tempranas no nos hace conscientes de lo que nos espera hasta que no llega esa informaci¨®n de la que habla Amis en su novela. A m¨ª me lleg¨® en Par¨ªs, a los 26 a?os, cuando trabajaba de portero de noche en el hotel Marigny, el mismo hotel donde Proust llevaba a cabo sus ceremonias s¨¢dicas, si bien en otra ¨¦poca y con una clientela m¨¢s convencional. S¨ª, all¨ª, hacia las tres de la ma?ana me llegaba el pensamiento insoportable de que alg¨²n d¨ªa iba a morir. Iba a morir yo, se iba a extinguir mi propio ser y no el de los dem¨¢s. En ese momento de una tensi¨®n agobiante, mi ser adquir¨ªa su m¨¢xima individualidad y su m¨¢xima sustancialidad tr¨¢gica, y acced¨ªa de verdad a la experiencia de la angustia que, como pensaba Barthes, es una experiencia del yo.
Ahora ese fen¨®meno del alma se quiere evitar a toda costa, y los j¨®venes lo rehuyen recurriendo a todas las formas posibles de evasi¨®n. De hecho la evasi¨®n moderna halla su verdadero fundamento en la huida de la idea misma de la muerte. Se trata de algo en lo que no hay que pensar y que ni siquiera ha de ser relegado al territorio del secreto, del mutismo o del silencio, pues hasta de esos territorios en la sombra ha de ser expulsado no dejando para la muerte ning¨²n espacio ni manifiesto ni encubierto. Para el mundo de nuestros d¨ªas la muerte no ha de tener ning¨²n lugar que no sea la mera ficci¨®n, y como ficci¨®n es transmitida por los medios de comunicaci¨®n que convierten las guerras en folletines visuales donde la muerte, lejos de ser una evidencia, se revela como lo ausente, o como lo que no est¨¢ presente entre nosotros y ocurre siempre en otra parte.
Las empresas de pompas f¨²nebres han aprendido la lecci¨®n y reducen al m¨ªnimo los ritos funerarios, acentuando la sensaci¨®n de ficci¨®n minimalista e insustancial. Recuerdo la incineraci¨®n de mi t¨ªa. Est¨¢bamos tres de sus familiares en la funeraria, leyendo ante el cad¨¢ver las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, un poema que la difunta veneraba especialmente, cuando lleg¨® un empleado de la empresa dici¨¦ndonos que ten¨ªamos que abreviar con la lectura porque quer¨ªan iniciar la cremaci¨®n, de modo que tuvimos que darnos prisa con las ¨²ltimas estrofas. El efecto que nos produjo su vergonzosa interrupci¨®n nos parec¨ªa un buen ejemplo de la miseria humana de nuestro tiempo y me dieron ganas de arrojarme a su pescuezo. ?l lo not¨® y se alej¨® de m¨ª como un zorro humillado, aunque la verdadera humillaci¨®n fue para nosotros y para la yacente.
Todo lo dicho me sirve como introducci¨®n al abordaje del tema de los geri¨¢tricos, esos lugares a los que llevamos a los ancianos que antes mor¨ªan en casa de sus familiares, cuando nuestros antecesores respetaban a los viejos y no les daba miedo mirar de frente a la muerte. Desde antes de que estallase la guerra de Ucrania, que se come todos los temas con sus tempestades de niebla y de acero, un libro se est¨¢ propagando por Francia a velocidades epid¨¦micas, se titula Les fossoyeurs (¡±Los enterradores¡°) y en cierta manera aborda la idea de ¡°dar la muerte¡±, a la que Derrida dedic¨® uno de sus m¨¢s hondos ensayos, pero aqu¨ª se trata de dar la muerte de una manera absolutamente indigna y miserable, perfectamente investigada y contrastada, al modo en que lo hace la sociolog¨ªa francesa ya desde los tiempos de Durkheim y que tanto por su rigor como por su claridad expositiva no tiene parang¨®n en el mundo.
El libro lo ha escrito un joven periodista de investigaci¨®n llamado Victor Castanet, que ha pasado un buen tiempo investigando los abusos cometidos contra los ancianos por parte de una c¨¦lebre multinacional geri¨¢trica, presente tambi¨¦n en Espa?a. La lectura del libro levanta ampollas, pues uno se entera de que para la empresa mentada solo importan los dividendos, y hasta los ancianos adinerados que pagan m¨¢s de 10.000 euros al mes por su estancia en las residencias son v¨ªctimas de las m¨¢s injustificables mezquindades por parte de la empresa. El Gobierno no ha tenido otro remedio que tomar conciencia de que a trav¨¦s de las subvenciones que los geri¨¢tricos concertados obten¨ªan del Estado resulta que se estaba favoreciendo a los accionistas de tales corporaciones m¨¢s que a los ancianos.
Han clamado voces al estilo tragedia griega: ?qu¨¦ estamos haciendo con nuestros padres y nuestros abuelos! Los periodistas preguntan a los soci¨®logos y estos murmuran lo que yo vengo a decir al comienzo de este art¨ªculo: aunque ya hab¨ªa denuncias al respecto desde el a?o 2012, no se les prestaba atenci¨®n por el rechazo que sentimos al tema de la muerte, que se ha convertido en el tab¨² fundamental de nuestra ¨¦poca, y por eso todo lo que ocurri¨® en Espa?a con nuestros viejos en el primer per¨ªodo pand¨¦mico se ha silenciado. La muerte no existe, la vejez no existe, y cuando se hace evidente se la oculta en esas antesalas del adi¨®s donde campea la mezquindad.
Que ahora los ancianos se empiecen a rebelar y a querer cambiar las leyes de la herencia ante los abusos de los geri¨¢tricos y de sus propios familiares no tiene nada de extra?o. El joven periodista Victor Castanet se ha atrevido sin embargo a desentra?ar todas las secuelas que arrastra la omisi¨®n de la vejez y la muerte y a decirnos con voz clara y contundente que la muerte existe y que est¨¢ llena de indignidad en bastantes geri¨¢tricos de Francia. La empresa m¨¢s se?alada le lleg¨® a ofrecer la mareante cifra de 15 millones de euros por su silencio, pero Castanet los rechaz¨®. J¨®venes como ¨¦l son muy necesarios en este momento. Yo lo considero un h¨¦roe de nuestro tiempo. De haber aceptado el soborno, algo muy esencial hubiese cambiado en su interioridad y no solo en su cuenta bancaria probablemente agazapada en alg¨²n para¨ªso fiscal. Nadie sale indemne de esa clase de pactos con el diablo en los que es tan f¨¢cil caer, y m¨¢s en tiempos de miseria y de barbarie.
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