El miembro fantasma del autoritarismo
Construir una sociedad m¨¢s justa pasa por reconocer nuestros malestares para no dejar que el miedo y la rabia, principales elementos a los que apelan el neofascismo y la ultraderecha, nos fagociten
El autoritarismo es un patio de colegio: el mat¨®n act¨²a movido por el miedo ¡ªal rechazo, a la soledad, a la ridiculizaci¨®n¡ª o por la rabia de haber sufrido, ¨¦l mismo, violencias e injusticias. Para la fil¨®sofa feminista Eva von Redecker, el miedo y la rabia son los principales sentimientos a los que apelan los discursos neofascistas, populistas y de ultraderecha para fagocitar a sus seguidores. En ambos casos, patio de colegio y ret¨®rica ultra, el abusador se siente amenazado. Pero, tambi¨¦n en ambos casos, la amenaza es enga?osa, o est¨¢ mal situada. En su ensayo Ownership¡¯s Shadow: Neoauthoritarianism as Defense of Phantom Possession, Von Redecker propone entender esta sensaci¨®n de amenaza como un sentimiento de p¨¦rdida. Acu?a el t¨¦rmino ¡°posesi¨®n fantasma¡± para explicar las din¨¢micas paranoicas y mal dirigidas del autoritarismo. Como ocurre con el s¨ªndrome del miembro fantasma, los adeptos del autoritarismo sienten un coletazo de dolor, una a?oranza rabiosa por la posesi¨®n perdida. Y, por qu¨¦ no, tambi¨¦n ven fantasmas donde no los hay.
Un duelo inacabado por una p¨¦rdida espectral. Es m¨¢s: un duelo inacabable. Para que la fantas¨ªa del autoritarismo funcione, es necesario que el chivo expiatorio nunca muera, que el miedo no se disipe, que la posesi¨®n no se recupere. Fantasmas condenados a vagar en la eternidad. ?Y qu¨¦ encontrar¨ªamos tras sus mantos blancos, tras sus demacradas m¨¢scaras? ?Qu¨¦ creen haber perdido quienes se lamentan, se sulfuran, se crecen? Queda patente en los ataques constantes a la autonom¨ªa sexual y reproductiva de las mujeres, en las agresiones hom¨®fobas o en la criminalizaci¨®n sistem¨¢tica de menores migrantes. Ellos ¡ªlos sujetos del autoritarismo¡ª creen haber perdido el derecho a disponer de ciertos cuerpos, a decidir las reglas del juego. A ser temidos. Porque, como el ni?o abus¨®n del instituto, creen que el ¨²nico modo de librarse del miedo es contagi¨¢ndolo.
Cabe preguntarnos si este duelo afecta s¨®lo a neofascistas y votantes de la ultraderecha. O si, tal vez, es algo que nos afecta a todos. Es cierto que se manifiesta de forma expl¨ªcita en las posturas reaccionarias y en los discursos de odio. Pero puede que lo que Von Redecker diagnostica como ¡°posesi¨®n fantasma¡± no sea el duelo en s¨ª, sino la conjugaci¨®n de ese duelo con determinadas ideolog¨ªas: conjugado con el racismo, la misoginia o la transfobia, producir¨¢ individuos intolerantes y discriminatorios que ver¨¢n la libertad colectiva como un ataque personal. ?Pero acaso no hay un cierto sentimiento de p¨¦rdida que condiciona nuestra percepci¨®n de forma m¨¢s general?
Tengo 26 a?os. Hablo desde una generaci¨®n que creci¨® bajo el signo de la crisis econ¨®mica y la precarizaci¨®n laboral, resignados a escuchar que el mundo que heredamos est¨¢ agotado. Herencia perdida¡ ?posesi¨®n fantasma? Algunos sienten que les han quitado m¨¢s de lo que ganar¨¢n, otras creemos que a¨²n tenemos mucho que cobrarnos. Eso depende del punto de vista, o de partida, del cuerpo desde el que se habla, de las conjugaciones propias. Sin embargo, la sensaci¨®n de p¨¦rdida nos atraviesa a todos. Y, tambi¨¦n, el miedo a seguir perdiendo, o a no recuperar nada.
Desde este enclave generacional, el futuro parece cubierto por una nostalgia irresoluble. Por un lado, a?oramos lo que nos aseguran que ya no tendremos; por otro, tememos no tener ad¨®nde dirigirnos. Puede sonar abstracto, pero basta asomarse a las estad¨ªsticas para corroborar los problemas de salud mental que afectan a los j¨®venes. Ansiedad, depresi¨®n, trastornos de conducta alimentaria. O, dicho de otro modo: la angustia de no haber sabido retener lo que nuestras familias lucharon por conseguir; la apat¨ªa que adoptamos al ver c¨®mo el orden establecido (aquel ¡°estudia y todo te ir¨¢ bien¡±) se desmoronaba con los despidos de nuestros padres; el desprecio autoinfligido al sentir el fracaso en nuestro cuerpo. Todo ello ha tenido y sigue teniendo consecuencias muy concretas, tanto materiales como ps¨ªquicas. En el peor de los casos, nos convierte en caldo de cultivo para el odio; o en carne de ca?¨®n.
La secci¨®n de Opini¨®n de The New York Times comparti¨® recientemente un cortometraje del documentalista polaco Bartlomiej Zmuda titulado What Do You Fear the Most? ¡°That I¡¯m not Who I Should Be¡± que ilustra con elocuencia esta realidad. Zmuda no se limita a una franja de edad concreta, pero s¨ª refleja un momento hist¨®rico, social y psicol¨®gico arraigado en el malestar y la incertidumbre. El corto recoge las respuestas de varios residentes de Varsovia a la pregunta ?cu¨¢l es tu mayor temor? Las confesiones resultan sobrecogedoras, por precisas y honestas, y no es de extra?ar que dos miedos recurrentes sean el fracaso y la soledad. La p¨¦rdida, al fin y al cabo. Est¨¢ claro que no podemos cederle el monopolio del miedo al autoritarismo. Frente al odio, debemos hacer todo lo contrario: reconocer nuestros malestares, compartir nuestros fantasmas. Construir una sociedad justa y libre tambi¨¦n pasa por ah¨ª.
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