Cierra las piernas, ni?a
A pesar de lo evidente tardo en entender una noticia que sab¨ªamos que acabar¨ªa llegando y que pondr¨¢ en peligro la salud sexual y los derechos reproductivos de millones de mujeres
¡°Este pa?uelo ha recorrido m¨¢s kil¨®metros que yo¡±, dice Vanina sacando de su bolsa un trozo de tela verde con unas letras blancas en las que se lee ¡°Aborto legal para no morir¡±. ¡°Creo que podemos dejar que descanse ya, no imagino mejor lugar que esta madriguera¡±. Vani lleg¨® el lunes desde Buenos Aires. Cruz¨® la puerta del taller La Madriguera con Chiara, una mujer italiana que vive en Barcelona. Hemos pasado cinco d¨ªas juntas lijando planchas de cobre, acidul¨¢ndolas, aprendiendo a trasladar planos de pintura a una tela y trabajando con polvo de t¨®ner sobre planchas de aluminio granulado. La imagen a la que m¨¢s tiempo ha dedicado Chiara es un coraz¨®n anat¨®mico del que florecen rosas. La de Vanina lleva grabado el dibujo de una ni?a sentada en el pasto con las piernas abiertas, despreocupada y feliz, confiada con el mundo. ¡°Cierra las piernas, ni?a¡±, dec¨ªa siempre mi abuela, comenta la argentina. Vani se entristece cuando en la primera estampa no aparece ninguna de las l¨ªneas que traz¨® para grabar las bragas. No hay puntilla ni tela arrugada pegada a los genitales de la ni?a. Tampoco se ha grabado la l¨ªnea que marca las ingles, parece que hasta el cloruro de hierro est¨¢ del lado de quienes nos ven como objetos sexuales tambi¨¦n cuando somos peque?as.
No pasa nada, eliminaremos el exceso de tinta, desengrasaremos la plancha y la barnizaremos de nuevo. Haremos una mordida a conciencia, la dejaremos en ¨¢cido durante 50 minutos m¨¢s.
¡°Nunca dibujo ni?os¡±, comenta. La mayor¨ªa decide no hacerlo por la dificultad que el dibujo conlleva: muchas veces acaban grabando ni?os que parece que est¨¦n llegando al final de una larga vida, con profundas marcas en el rostro que cuentan historias imposibles en sus pieles nuevas, pero Chiara decidi¨® no hacerlo por un motivo que no tiene que ver con la pl¨¢stica sino con su infancia y con la de las ni?as que no pudo gestar. Me pasa el pa?uelo verde y recuerda las marchas en la que particip¨® durante los ¨²ltimos 10 a?os para que las mujeres de su pa¨ªs pudieran decidir sobre sus propios cuerpos. ¡°Tenemos la ley, pero ni modo, no puedes bajar la guardia¡±. Despu¨¦s habla del caso de una ni?a de nueve a?os que fue abusada por su abuelo en el norte del pa¨ªs. Busca ¡°Salta¡± en Google, dice mientras yo aliso con mis manos su pa?uelo.
Recuerdo cuando estuve en Buenos Aires presentando un libro sobre p¨¦rdidas gestacionales, el calor del auditorio, el mar de color verde, y la solemnidad con la que acab¨¦ mi intervenci¨®n: ¡°Es posible que un relato como este provoque irritaci¨®n o repulsi¨®n, o que sea tachado de mal gusto. El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, da el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior. Y si no cuento esta experiencia hasta el final contribuir¨¦ a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondr¨¦ del lado de la dominaci¨®n masculina del mundo¡±. En El acontecimiento, Annie Ernaux narra una historia que parece que forme parte de una vida anterior, de la ¨¦poca en que las mujeres no ten¨ªamos poder sobre nuestros propios cuerpos y nos somet¨ªamos a una serie de abortos clandestinos que, muchas veces, acababan con nuestras vidas.
Me subo a una silla, descuelgo un marco y metemos con cuidado el pa?uelo verde entre la madera y el cristal.
Vuelvo al patio con la intenci¨®n de trabajar el texto que pensaba que hoy ocupar¨ªa este espacio. Antes de hacerlo miro el m¨®vil. ¡°Abortion is murder¡±, leo en una pancarta. Despu¨¦s llega el titular: ¡±El Tribunal Supremo deroga el derecho al aborto en Estados Unidos¡±. ¡°Mi body is not mine in America¡±, leo en Twitter. Las normas han sido aprobadas sin ninguna excepci¨®n, incluso si la mujer es v¨ªctima de una violaci¨®n o de incesto. A pesar de lo evidente tardo en entender una noticia que sab¨ªamos que acabar¨ªa llegando y que pondr¨¢ en peligro la salud sexual y los derechos reproductivos de millones de mujeres. El Estado podr¨¢ obligar a una mujer a dar a luz un ni?o, aunque la mujer tenga 12 a?os y el padre del ni?o sea su abuelo.
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