Derechos de autor
La capacidad de opinar libremente est¨¢ cortada en las dictaduras ideol¨®gicas y militares, eso es lo que desmoraliza a los ciudadanos y disminuye la adhesi¨®n de la poblaci¨®n a esos gobiernos
Amir Valle, autor cubano exiliado en Alemania, me envi¨® su libro, titulado La estrategia del verdugo, que ha ganado el premio Carlos Alberto Montaner de ensayo, sobre los abusos que se cometen con los escritores en Cuba, y lo le¨ª de inmediato, algo que no hab¨ªa hecho hac¨ªa muchos a?os con los textos procedentes de esa isla, a la que Virgilio Pi?era apostrof¨® as¨ª: ¡°la maldita circunstancia del agua por todas partes me obliga a sentarme en la mesa de caf¨¦¡±. Est¨¢ escrito deprisa y tiene erratas, pero el objetivo del libro, denunciar los atropellos que se urden con los derechos de autor en la isla, se cumple a carta cabal.
Por lo dem¨¢s, en todos los pa¨ªses donde el Estado toma el control de la vida econ¨®mica ¡ªEstados comunistas o ciertas dictaduras militares¡ª ocurre la misma cosa. Es insensato pensar que los bur¨®cratas dedicados a la innoble tarea de censurar pudieran dejar pasar una sola frase contra el r¨¦gimen, indisponi¨¦ndose de esta manera con sus amos. En Cuba, desde los inicios de la revoluci¨®n, esa fue una realidad sin excepciones.
En los pa¨ªses capitalistas no suele existir la censura de prensa, salvo en las dictaduras como la espa?ola en tiempos de Franco, y todo est¨¢ librado al mercado. Los libros que atraen cierto inter¨¦s del p¨²blico suelen ser disputados por los editores independientes a golpes de chequera, pero es un error pensar que todos los pa¨ªses capitalistas son id¨¦nticos a este respecto, pues hay grandes diferencias entre Estados Unidos, por ejemplo, y Reino Unido y Francia, donde ensayos de poco atractivo para las grandes masas de lectores pueden encontrar un editor, cosa que en Estados Unidos es mucho m¨¢s dif¨ªcil. En todo caso, en estos ¨²ltimos pa¨ªses no existe la censura previa, ni la censura a secas, y los lectores afectados por los textos publicados pueden acudir a los tribunales en busca de enmienda o satisfacci¨®n. Depender¨¢ mucho de la cultura del p¨²blico, y de sus exigencias y demandas, pero sus textos, aunque relativamente de pocos ejemplares, suelen encontrar siempre un editor. Depende de la calidad del libro y ¨¦sta, si es alta desde el punto de vista literario, no suele ser un obst¨¢culo para su divulgaci¨®n (la poes¨ªa, por ejemplo).
Esto, en gran parte, hace que la atm¨®sfera de esos pa¨ªses sea mucho m¨¢s respirable que la de las dictaduras socialistas ¡°rodeadas de agua¡± y de polic¨ªas culturales, como recuerdan Virgilio Pi?era y Guillermo Cabrera Infante en el colof¨®n de este libro. Sus p¨¢ginas, por lo dem¨¢s, abundan en juicios oficiales de una ferocidad extraordinaria, en que los escritores insumisos pueden ser condenados a penas de prisi¨®n de 15 o 20 a?os, cuando se exceden en sus cr¨ªticas (y sus libros, ni qu¨¦ decir tiene, no ser¨¢n nunca publicados). Por lo dem¨¢s, en los ¨²ltimos a?os, nuevas sociedades se han abierto al mercado de libros, de incierta solvencia, China por ejemplo, o los pa¨ªses ¨¢rabes, donde, por las dificultades del lenguaje, es dif¨ªcil controlar a los traductores, un a?adido suplementario a la dificultad de las traducciones (muchas veces los textos originales sufren una retraducci¨®n del ingl¨¦s). En Am¨¦rica Latina, con algunas excepciones como las de Chile, Argentina y M¨¦xico, y en ?frica, las ediciones piratas se multiplican por el continente con el consiguiente perjuicio para los autores, que reciben, algunas veces, rid¨ªculos derechos de autor por sus libros publicados. Los editores que cumplen con los contratos se quejan a menudo de que las ediciones piratas los perjudican a ellos tambi¨¦n, y sin lugar a dudas tienen raz¨®n, sobre todo cuando los jueces, llamados a intervenir, incumplen sus funciones o las demoran hasta el infinito.
Saber que todo lo que se publica, revistas, peri¨®dicos, libros, o filmes en cinemas y programas televisivos y radiales, est¨¢ cuidadosamente censurado tiene, por efecto, desmoralizar a la gente, sabiendo que todo lo que lee ha sido antes revisado por funcionarios gubernamentales, y que lo impreso o filmado tiene la marca indeleble de la distorsi¨®n y la acomodaci¨®n. Esto suele ser ¡°irrespirable¡± y obliga a los pa¨ªses comunistas, y a las dictaduras militares, a ser sumamente prudentes o imprudentes con esta funci¨®n, lo que aumenta generalmente la disidencia o la indiferencia del p¨²blico, algo de lo que todos los pa¨ªses sin libros pero libres padecen y sue?an con su liberaci¨®n. En Cuba, por ejemplo, hay los autores a los que la Revoluci¨®n anima a exiliarse antes que castigarlos por su desobediencia ¡ªAmir Valle es muy detallista en este tema¡ª, y los escritores a los que permite una cierta independencia, autoriz¨¢ndolos a utilizar editoriales o agencias extranjeras, aunque deduci¨¦ndoles en parte o en todo los beneficios econ¨®micos que de su situaci¨®n se deriva. Entiendo que es el caso, en Cuba, bastante dram¨¢tico, de Leonardo Padura, el autor de El hombre que amaba los perros, sobre la muerte de Trotski, una, sea dicho de paso, magn¨ªfica novela.
En Europa occidental el problema no existe, y en la oriental est¨¢ en v¨ªas de resolverse, de modo que los escritores no tienen problemas (siempre que consigan agentes o editores.) Pero esta es apenas una parte muy minoritaria del mundo, y en el resto de ¨¦l los autores suelen ser maltratados y enga?ados, porque son publicados sin su permiso y sin que se respeten sus derechos, o traducidos b¨¢rbaramente. (Recuerdo mucho a una estudiante de la Universidad de Mosc¨² que vino a entrevistarme, a la que pregunt¨¦ sobre la calidad de mis traducciones al ruso. Su respuesta fue categ¨®rica: ¡°todas execrables y no solo por razones pol¨ªticas¡±. Se lo dije a mi editor en Mosc¨², y ¨¦l se limit¨® a consolarme dici¨¦ndome que la pr¨®xima vez buscar¨ªa mejores traductores para mis ensayos y novelas.)
El derecho a opinar libremente est¨¢ cortado en las dictaduras ideol¨®gicas y militares y eso es lo que disminuye la adhesi¨®n a esos gobiernos. En efecto, es muy dif¨ªcil dialogar o criticar algo cuando se tiene clausurada la boca y la cabeza o se reciben por esa cr¨ªtica largas penas de prisi¨®n. Las adhesiones que mediante este sistema se consiguen son ficticias, superficiales, y se encargan de advertirlo muchos de los escritores que visitamos en los pa¨ªses socialistas, y, en di¨¢logos privados con ellos, adherentes y beneficiarios del sistema, recibimos, al o¨ªdo, la confesi¨®n de aquellos ¡°cautivos¡± que nos revelan ¡°no pueden hacer otra cosa¡± que mentir y enga?ar, ¡°dadas las circunstancias¡±. Uno no sabe a qu¨¦ atenerse: ?se trata de verdaderos h¨¦roes, que enga?an al sistema, o de c¨ªnicos que mienten por doquier y no saben ellos mismos cu¨¢ndo dicen la verdad?
El sistema democr¨¢tico no es siempre ejemplar, suele haber en ¨¦l disparidades de ingresos gigantescas y no siempre en funci¨®n de lo que los m¨¢s beneficiados aportan al sistema, adem¨¢s de jueces injustos o c¨ªnicos, que aprovechan su posici¨®n para enriquecerse, o autoridades que igualmente se benefician de los cargos que ocupan, y mil cosas m¨¢s. Pero en este campo, no hay la menor duda: la democracia es mil veces preferible al r¨¦gimen sin libertad de expresi¨®n, donde todos los atropellos pueden ser simulados y convertidos en ¡°los beneficiados ser¨ªan los traidores del sistema¡±. Sin embargo, es obvio, por el libro de Amir Valle y otros que insisten sobre estos temas, que la libertad es preferible a la censura, de la que yo fui testigo con mi primer libro de cuentos, cuando era preciso ir a una oficinita en Madrid que no ten¨ªa la menor indicaci¨®n de ser estatal, donde hab¨ªa que dejar un manuscrito, que se recib¨ªa d¨ªas m¨¢s tarde, con indicaciones de palabras que habr¨ªan de ser suprimidas o cambiadas porque eran intolerables al r¨¦gimen. Una de las que me hicieron cambiar en aquel librito de cuentos fue ¡°falleba¡±, ante mi sorpresa, pues no s¨¦ en qu¨¦ forma la ¡°manija¡± o ¡°empu?adura de una puerta¡± pod¨ªa afectar al r¨¦gimen de Franco.
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