Malacrianza
La ¡°obsesi¨®n antinorteamericana¡± es trastorno complejo y universal, en modo alguno exclusivamente latinoamericano
Es americanismo por ¡°malcriadez¡±, otro americanismo.
Yo a?adir¨ªa a la acepci¨®n que ofrece la Real Academia ¡ª¡°cualidad del malcriado¡±¡ª, la de futilidad. ?Cu¨¢n inane resulta desairar la Cumbre de las Am¨¦ricas que convoc¨® Biden para junio pasado porque no invitaron a sus tres amigos dictadores. Solo para aceptar ir a Washington con una lista de deseos y dejar, una vez m¨¢s, pendiente el grave problema migratorio que hace ya largo tiempo dej¨® de ser exclusivamente mexicano.
Detenerse en la malcriadez latinoamericana que, de tiempo en tiempo, signa nuestras relaciones diplom¨¢ticas con Washington brinda ocasi¨®n de re¨ªrnos de nuestra necia majader¨ªa patriotera sin que por ello deba uno olvidar los muchos perjuicios que nos han hecho los gringos. Conviene recordar, sin embargo, como observa Mois¨¦s Na¨ªm, que muchos de nuestros males han sido fruto de decisiones tomadas, no en Washington, sino en nuestras capitales.
Con todo, la ¡°obsesi¨®n antinorteamericana¡±, como hace ya veinte a?os la llam¨® Jean-Fran?ois Revel, es trastorno complejo y universal, en modo alguno exclusivamente latinoamericano. Tiene haz y env¨¦s y, entre nosotros, uno de ellos, ?o ambos!, es la fascinaci¨®n que a¨²n ejerce la Revoluci¨®n Cubana.
Entre pol¨ªticos latinoamericanos elegidos democr¨¢ticamente es hoy de buen tono coquetear con La Habana y dragonear as¨ª de independencia y soberan¨ªa frente a Washington. La Habana ha sabido siempre sacarle provecho a esa debilidad que, a decir verdad, nunca deja, en lo dom¨¦stico, de rendir resultados electorales. No siempre fue as¨ª.
El desaparecido Carlos Andr¨¦s P¨¦rez, uno de los primeros paladines de las reformas econ¨®micas inducidas por el consenso de Washington a fines de los a?os 80, patent¨® una modalidad de antiyanquismo perform¨¢tico latinoamericano: la toma de posesi¨®n con el comandante Fidel Castro como estrella invitada. Ausente Fidel, AMLO ha tenido que conformarse con Nicol¨¢s Maduro y el ins¨ªpido D¨ªaz-Canell.
Estas pantomimas del antiyanquismo sin consecuencias pr¨¢cticas me recordaron al genial Antonio Jos¨¦ Urbina, el hombre que impidi¨® que una turba linchara a Richard M. Nixon durante una visita de Estado que el entonces vicepresidente de los Estado Unidos hizo a Caracas, en 1958.
Urbina, apodado ¡°Caraquita¡±, era el jefe de la Juventud Comunista en Caracas durante la resistencia al dictador militar P¨¦rez Jim¨¦nez, derrocado violentamente en enero de 1958. En mayo de aquel a?o, el Departamento de Estado organiz¨® para Nixon una gira suramericana que result¨® un fiasco de relaciones p¨²blicas hemisf¨¦ricas.
El momento culminante de aquella desventurada gira fue una violenta manifestaci¨®n callejera de repudio a Nixon, organizada por Caraquita, ante el apoyo brindado por su Gobierno a la dictadura.
Se viv¨ªa entonces un auge de masas antiyanqui, avivado por los agitadores comunistas. El gobierno provisional no ten¨ªa inter¨¦s en contrariar los ¨¢nimos del populacho y descuid¨® deliberadamente la seguridad del ilustre visitante. Fue entonces cuando la caravana de Nixon fue emboscada por la turba en las estrechas calles del centro de la ciudad. Una portada de la revista Life del 26 de mayo de aquel a?o muestra a los hombres de Caraquita pateando la puerta del Cadillac.
Instantes despu¨¦s de la pateadura captada por el fot¨®grafo de Life, la turba comenz¨® a zarandear el Cadillac. Caraquita recordar¨ªa a?os m¨¢s tarde el momento en que, encimado sobre el autom¨®vil, pudo ver a los agentes del Servicio Secreto desenfundar sus armas. Pudo ver a la se?ora Patty y a Nixon, circunspectos y l¨ªvidos.
Caraquita hab¨ªa visto linchar, muy de cerca y hacia solo semanas, a odiados agentes de la polic¨ªa pol¨ªtica del derrocado P¨¦rez Jim¨¦nez. La rabia contra el dictador y sus amigos de Washington a¨²n no se hab¨ªa extinguido. ¡±Si la turba lograba hacer volcar el carro, con seguridad sacar¨ªan a Nixon y lo linchar¨ªan¡±.
¡°Tuve un fogonazo de real politik¡±, contar¨ªa muchos a?os despu¨¦s. ¡°Ese hombre asustado en el asiento trasero del Cadillac era el vicepresidente de los Estados Unidos y est¨¢bamos en 1958, ?la era John Foster Dulles, mi hermano!: si la turba arrastraba a Nixon a la calle y lo mataban, detr¨¢s vendr¨ªa la 82? Divisi¨®n Aerotransportada y hasta ah¨ª llegaba la pel¨ªcula del gobierno provisional¡±.
De un salto, Caraquita se plant¨® ante el Cadillac y orden¨® a sus hombres despejar a toda costa una v¨ªa de escape sin dejar en ning¨²n momento de mentarle la madre al imperialismo yanqui ni vociferar Nixon go home.
As¨ª obligaron a un cami¨®n lleno de camar¨®grafos de prensa a obrar como ariete y abrir paso a la caravana entre la multitud vociferante. La versi¨®n del incidente que da Nixon en su libro Seis crisis no desmiente en ning¨²n punto el relato de Caraquita.
¡°Todo en su justa medida: total, ya hab¨ªamos pateado la carrocer¨ªa y roto las ventanillas del Cadillac¡±, dec¨ªa mi amigo. ¡°Eso bastaba como declaraci¨®n. Linchar a Nixon en el centro de Caracas habr¨ªa sido una malacrianza, no s¨¦ si me explico¡±.
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