Los hombres p¨¦ndulo
Podr¨ªa hacer una lista no corta de j¨®venes revolucionarios que, con los a?os, dieron en f¨¦rreos conservadores. Lo contrario ya es m¨¢s raro
Llegado a cierta edad, a uno le da por pasarles la bayeta a los recuerdos. No es raro entonces que se formule preguntas. ?C¨®mo habr¨ªa transcurrido mi vida si no hubiera roto aquella antigua relaci¨®n sentimental, si no hubiera cambiado de ciudad o de pa¨ªs, si hubiera ido por aqu¨ª y no por all¨¢? Son preguntas sin respuesta que, como los crucigramas o los sudokus, sirven para entretenerse un rato. A veces me he preguntado c¨®mo ser¨ªa un encuentro del hombre que soy con el joven que fui. A Jorge Luis Borges una idea similar le inspir¨® un cuento c¨¦lebre. Yo a lo m¨¢s que llego es a imaginar una discusi¨®n con el chaval melenudo que llev¨® mi nombre durante el tramo de biograf¨ªa que le correspondi¨®. ?D¨®nde est¨¢ mi melena?, me pregunta receloso. ?Qu¨¦ hiciste con mis ideales? ?A qui¨¦n votas?
No me pasa inadvertido el tono de reproche. Creo estar en condiciones de aclararle que sin rupturas bruscas, pero con peque?os y meditados cambios de rumbo, se llega progresivamente de ¨¦l a m¨ª. Nunca me sucedi¨® una ca¨ªda en el camino de Damasco. Mi apego a los libros, en buena parte m¨¦rito suyo, me encamin¨® poco a poco hacia el sosiego del que ¨¦l carec¨ªa. Obligaciones laborales y familiares relegaron a un segundo plano su af¨¢n juvenil de cambiar el mundo, ocupaci¨®n para la que hacen falta energ¨ªa y tiempo libre de los que no dispongo.
Le podr¨ªa asegurar que, al socaire de cierta serenidad de fondo, no me ha ocurrido lo que a tantos que pasaron de un extremo ideol¨®gico al opuesto. Sabido es que la bola del p¨¦ndulo subir¨¢ m¨¢s alto por un lado, cuanto m¨¢s arriba est¨¦ cuando la suelten en el otro. Podr¨ªa hacer una lista no corta de j¨®venes revolucionarios que, con los a?os, dieron en f¨¦rreos conservadores. Lo contrario ya es m¨¢s raro. ?Ser¨¢ ley de vida? Como dijo Carlos Edmundo de Ory en uno de sus aerolitos: ¡°Que me entierren con gafas de sol¡±.
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