Autocr¨ªtica y populismo
Podemos instrumentalizar el discurso contra los pol¨ªticos y vender una soluci¨®n facilona que acaba en m¨¢s hartazgo y desencanto. O podemos asumir que su mala imagen es una realidad que hay que afrontar
En una reciente columna en estas p¨¢ginas, el polit¨®logo Fernando Vallesp¨ªn da dos lecciones importantes sobre la pol¨ªtica contempor¨¢nea. La primera: ¡°Los partidos no son escuelas de liderazgo, sino de supervivencia, o la instancia imprescindible para ir medrando en las escalas de poder. Y esto vale tanto para quienes entraron en ellos por compromiso sincero con sus fines, como para los m¨¢s instrumentalistas. Al final, las l¨®gicas del sistema siempre acaban fagocitando al sujeto¡±. La segunda: ¡°Buen pol¨ªtico es quien adem¨¢s de buen gestor es buen dissimulatore¡±. La primera lecci¨®n se?ala el problema de los incentivos perversos en nuestro sistema pol¨ªtico. Los partidos pol¨ªticos son agencias de relaciones p¨²blicas que se dedican al control de da?os, es decir, a evitar que sus miembros tengan que ver la luz del sol de la opini¨®n p¨²blica, donde pueden ser fiscalizados brutalmente. Esta l¨®gica, m¨¢s centrada en la imagen que en el producto, no es nueva, pero es la l¨®gica de nuestra ¨¦poca, tambi¨¦n en el sector privado: la nueva econom¨ªa vende intangibles (experiencias), est¨¢ muy financiarizada y su principal labor es el marketing y la protecci¨®n de la reputaci¨®n de marca.
Y aqu¨ª es donde entra la segunda cuesti¨®n que se?ala Vallesp¨ªn: el buen pol¨ªtico es el que tiene hambre de poder y ambici¨®n, pero es capaz de ocultarlo. Si no lo consigue, no es solo su culpa: su labor est¨¢ sometida a una hiperexposici¨®n que casi impide cualquier trabajo que no sea el control constante de la imagen de marca. Pero tambi¨¦n tenemos unos pol¨ªticos cuyas ambiciones son demasiado transparentes, algo que aliena a sus votantes. Si los votantes penalizan la divisi¨®n en los partidos es porque transparenta demasiado la ambici¨®n de poder. En Espa?a hemos vivido esto recientemente durante la crisis del PP que desbanc¨® a Pablo Casado, que fue una disputa que ni siquiera se intent¨® ocultar como una batalla de ideas y convicciones: fue una guerra desnuda por el poder. Pero tambi¨¦n lo vemos constantemente en el Gobierno de coalici¨®n, entre el PSOE y Unidas Podemos (aunque ah¨ª s¨ª que hay una brecha ideol¨®gica m¨¢s clara).
Siendo conscientes de estos incentivos, sorprende la reacci¨®n hist¨¦rica de una parte de la opini¨®n p¨²blica sobre las palabras del c¨®mico ?ngel Mart¨ªn, que en un v¨ªdeo dijo estar harto de los pol¨ªticos. Es una generalizaci¨®n, y es innegable que ese tipo de generalizaciones, en su versi¨®n m¨¢s radical, allanan el camino hacia el populismo: todos son iguales, que se vayan todos, etc.
Al mismo tiempo, es una cr¨ªtica leg¨ªtima e importante a pesar de su poca sofisticaci¨®n. Porque el hartazgo normalmente no se transmite por cauces sofisticados. Y, adem¨¢s, es una opini¨®n muy compartida. Otra cosa muy diferente es lo que hagamos con eso: podemos instrumentalizar ese discurso y vender un solucionismo populista que acaba en m¨¢s hartazgo y desencanto. O podemos hacer autocr¨ªtica y asumir que es una realidad que hay que afrontar: lo que realmente fomenta el populismo es el alejamiento de los representantes de sus representados.
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