Pol¨ªticos, partidos y simulaciones
Si los pol¨ªticos quieren que se les elija para promover su carrera no tienen m¨¢s remedio que ajustarse a las preferencias de sus electores, y eso siempre es bueno. Pero deben hacerlo con cierto disimulo
La escasa entidad de los posibles candidatos para suceder a Boris Johnson hizo que el conocido articulista del Financial Times Janan Ganesh se lamentara de la falta de incentivos para que entre en pol¨ªtica gente verdaderamente distinguida. A esta misma idea le dedic¨® tambi¨¦n aqu¨ª una columna Daniel Gasc¨®n. Mi posici¨®n al respecto es mucho m¨¢s esc¨¦ptica. Para empezar, no creo que las ¨¦lites pol¨ªticas sean peores que otras ¨¦lites. La diferencia est¨¢ en que aquellas est¨¢n sujetas a una observaci¨®n constante e implacable. Adem¨¢s, en pol¨ªtica la val¨ªa acad¨¦mica, por ejemplo, no sirve de mucho. Un licenciado en Harvard podr¨¢ ser un magn¨ªfico abogado o economista, pero nada garantiza que sea buen pol¨ªtico. Al menos en su acepci¨®n distinta de la de mero gestor. En esta ¨²ltima dimensi¨®n suelen destacar los funcionarios, el caladero del que m¨¢s tiran los partidos.
La clave, y donde quiz¨¢ resida el problema, est¨¢ en la temprana profesionalizaci¨®n de quienes hacen de la pol¨ªtica su modo de vida. A partir de ese momento unen su destino a unas siglas, se deben a la empresa de la que ya no pueden prescindir. Los partidos no son escuelas de liderazgo, sino de supervivencia, o la instancia imprescindible para ir medrando en las escalas de poder. Y esto vale tanto para quienes entraron en ellos por compromiso sincero con sus fines, como para los m¨¢s instrumentalistas. Al final, las l¨®gicas del sistema siempre acaban fagocitando al sujeto.
En Espa?a tenemos ahora tres claros ejemplos, con distinto nivel de ¨¦xito. Primero est¨¢ el caso Arrimadas y los restos del naufragio de Ciudadanos, porfiando por mantener en vida lo que de hecho todos sabemos que es un partido zombi, hu¨¦rfano ya del espacio que les diera tantas tardes de gloria. (Los m¨¢s listillos ya se buscaron reacomodo en el PP, incluso traicionando a sus antiguos compa?eros). O, en segundo lugar, las disputas en eso que ahora llaman la izquierda de la izquierda. El cese de Enrique Santiago por la ministra Belarra ¡ªal parecer por su apoyo a Yolanda D¨ªaz¡ª apunta al conflicto que se avecina por el control de las listas en este sector. Si a lo que aspiran es al ¨¦xito de su proyecto pol¨ªtico, lo l¨®gico ser¨ªa hacer todo lo contrario, que todos remaran en la misma direcci¨®n; es bien conocido el perjuicio electoral que para los partidos supone toda apariencia de desuni¨®n. Esto lo sabe bien el PSOE, partido m¨¢s viejo y curtido ya en mil batallas. Quiz¨¢ por eso mismo nadie va a chistar por la reorganizaci¨®n propuesta por S¨¢nchez. Liquidar la distinci¨®n entre sanchistas y no sanchistas, recuperar la marca por encima de su subordinaci¨®n al l¨ªder es la condici¨®n de posibilidad para no perder terreno en la mayor subasta de cargos p¨²blicos de la pol¨ªtica espa?ola, las elecciones auton¨®micas y municipales. Al menos hasta que estas se celebren; luego, si el resultado es negativo, ya habr¨¢ tiempo para cambiar la estrategia cara a las generales.
No se escandalicen por esta muestra de cinismo aparente. No hay nada denigrante en crear incentivos a la clase pol¨ªtica. Aqu¨ª opera la misma l¨®gica que se?alaba Mandeville respecto del capitalismo, ¡°vicios privados, virtudes p¨²blicas¡±. Si los pol¨ªticos quieren que se les elija para promover su carrera, el presunto vicio, no tienen m¨¢s remedio que ajustarse a las preferencias de sus electores, y eso siempre es bueno. El problema es que para que sea eficaz deben hacerlo con cierto disimulo, como suger¨ªa el mismo Maquiavelo; si no se arriesgan a encender las iras del respetable. Buen pol¨ªtico es quien adem¨¢s de buen gestor es buen dissimulatore. Ya ven, algo que aqu¨ª no abunda.
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