Hombres, ?empezad a hablar!
Por desgracia, la cultura machista mata la palabra y los hombres son tambi¨¦n sus v¨ªctimas

¡°Me levante a las cuatro de la ma?ana con un mensaje de un amigo que se hab¨ªa suicidado en su casa. Fue cinco horas antes del pesaje. Ricky, esto va por ti¡±. As¨ª comenz¨® el discurso del peleador de la UFC Paddy Pimblett tras derrotar a Jordan Levitt har¨¢ cosa de un mes. Despu¨¦s sigui¨®. ¡°Hay un estigma en este mundo de que los hombres no pueden hablar¡±. Y al decir ¡°este mundo¡± Pimblett se refer¨ªa al de la liga de la UFC (Ultimate Fighting Championship), que concentra a los mejores peleadores y produce eventos de lucha internacionales. Sin embargo, ¡°este mundo¡± de t¨ªos duros con dificultades de comunicaci¨®n e incapacidad para transformar la angustia en palabras no se circunscribe a la lona de un ring o a la exigencia de un deporte extremo. El mundo del que habla es el m¨¢s cotidiano, ese donde vivimos rodeados de varones con problemas de comunicaci¨®n.
¡°Escucha, si eres un hombre y sientes que tienes un gran peso sobre tus hombros, y piensas que la ¨²nica forma de resolverlo es suicid¨¢ndote, por favor, habla con alguien. ?Habla con quien sea!¡± suplic¨® Pimblett a su audiencia. Y al decirlo as¨ª, todav¨ªa sudado y con los guantes puestos, atravesado por la adrenalina de victoria, sus palabras ganaron una legitimidad imposible de conseguir desde otro cuerpo. Porque despu¨¦s de haber sometido a su oponente a trav¨¦s de la violencia m¨¢s espectacular, despu¨¦s de demostrar ser el t¨ªo m¨¢s duro y m¨¢s fuerte de todos, lo ¨²nico que este campe¨®n necesitaba decir es que la verdadera fortaleza del hombre, la que necesita para sobrevivir, no es otra que la conquista de su fragilidad. Y adem¨¢s, por pura intuici¨®n y puede que tambi¨¦n por desesperaci¨®n, aseguraba que la palabra es la ¨²nica herramienta capaz de arrastrar hacia afuera dicha fragilidad.
¡°?La gente te escuchar¨¢! ?Yo te escuchar¨¦! Y puedes llorar en mi hombro¡±, inst¨® a su millonario y mayoritariamente masculino p¨²blico (solo en YouTube el v¨ªdeo acumula m¨¢s de dos millones de reproducciones). ¡°Ir¨¦ a su funeral la pr¨®xima semana. As¨ª que por favor, eliminemos este estigma y que los hombres comiencen a hablar¡±, concluy¨® Pimblett. Yo hab¨ªa visto la pelea mientras cenaba con mi padre, espectador habitual de boxeo y ahora tambi¨¦n de la UFT. De otro modo jam¨¢s hubiera asistido a un espect¨¢culo dif¨ªcil de catalogar. As¨ª como el boxeo tiene una forma de belleza que alcanzo a descifrar en la medida en que comprendo sus reglas y su interioridad, lo de esta liga me pareci¨® simplemente el show de la brutalidad. Puedes dar patadas, pu?etazos, codazos¡ Y sin embargo all¨ª est¨¢bamos, mi padre y yo tras la pelea, enfrentados a los desesperados ojos azules del vencedor. ¡°Qu¨¦ raz¨®n tiene¡±, dijo ¨¦l. Entonces lo mir¨¦ y vi a un hombre de m¨¢s de setenta a?os que ha vivido todas las etapas de su vida con serias dificultades para algo tan aparentemente sencillo como ¡°hablar de sus cosas¡±.
?Por qu¨¦ le cuesta tanto hablar a mi padre? ?Por qu¨¦ les cuesta tanto a tantos hombres? En ocasiones, los hombres no consiguen hablar incluso cuando sienten su propia vida en peligro. Menos a¨²n cuando lo que est¨¢ en juego es la vida afectiva. Muchos no hablan aunque les cueste el amor, el divorcio, la amistad o la comprensi¨®n de un hijo. Evidentemente, en el complejo caso del suicidio es imposible establecer una causa un¨ªvoca: personas de todos los lugares del mundo, de cualquier edad, cultura, religi¨®n o g¨¦nero deciden, en ocasiones, quitarse la vida. Sin embargo, seg¨²n la OMS, los hombres se suicidan m¨¢s que las mujeres en todos los pa¨ªses del mundo menos en dos islas del Caribe (Antigua y Barbuda y Granada). Y seg¨²n la intuici¨®n de Paddy Pimblett algunos casos se podr¨ªan prevenir si los hombres pudieran pedir ayuda, si tan solo fuera capaces de hablar. ¡°Si eres hombre, puedes hablar¡±, grita a quien le quiera escuchar. Y creo que tiene raz¨®n cuando se dirige expl¨ªcitamente a ellos: va siendo hora de que los hombres pidan auxilio. De que se expliquen, se cuenten, se interpelen y, en definitiva, renieguen de los roles de g¨¦nero que los asfixian. Y a veces tambi¨¦n los matan.
No hace falta estar al l¨ªmite para tomar la palabra. Estamos hartos de asistir a relatos (en las series, los libros, la familia, el amor o el trabajo) con protagonistas varones que son abandonados (o se abandonan) por su imposibilidad para hablar. Personajes que solo se sienten ser si hacen cosas y si esas cosas son legitimidadas socialmente. Al final, esa es la definici¨®n de var¨®n en nuestra cultura: actuar y conseguir un reconocimiento social a cambio. No tienen palabras sobre los sentimientos porque carecen de observaci¨®n de sobre sus sentimientos. Los t¨ªos son a menudo pura exterioridad y lo que es peor, lejos de exigir un cambio respecto de este rol insufrible, parece como si la cultura machista en que vivimos instara a las mujeres (y a todas las personas adolescentes) a entender nuestra construcci¨®n personal en este mismo y un¨ªvoco sentido. (Nota mental: el hecho de que la igualdad tenga como objetivo que las mujeres seamos ¡°iguales a los hombres¡± puede terminar siendo otro modo de perpetuar el machismo).
As¨ª que aqu¨ª estamos. Aprendiendo a vivir con la exigencia de ser emp¨ªricos, pr¨¢cticos transparentes y comunicables de forma inequ¨ªvoca: sin matices y a poder ser por videoconferencia. En nuestra cultura, la intimidad de las personas adolescentes se construye a trav¨¦s de un estado de WhatsApp o una storie en Instagram. Hablamos poco y cada vez lo hacemos m¨¢s con pantallas y menos con personas. Pero el habla, como el amor, necesita un cuerpo para existir. Por desgracia, la cultura machista mata la palabra y los hombres son tambi¨¦n sus v¨ªctimas. Creo adem¨¢s que a muchos les gustar¨ªa hablar de ¡°sus cosas¡±, pero se sienten inseguros porque sienten que sus palabras no vienen de ninguna parte, no han sido engendradas en la intimidad ni en la contemplaci¨®n de las propias crisis. Entonces ?qu¨¦ se puede hacer? Yo digo que todos deber¨ªamos hacer caso a Pimblett y hablar. Hablar de nuestras cosas con cualquiera. Hablar con la vecina, con el panadero, con la taxista, la m¨¦dica o el autobusero. La gente nos escuchar¨¢ y as¨ª nos construiremos. Necesitamos hablar para saber quienes somos y tambi¨¦n para recordar que, en el peor momento, no estamos solos.
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