?Qui¨¦n puede traducirme?
Si yo, como escritora, no consigo ser comprendida por alguien cuya experiencia no tiene nada que ver con la m¨ªa, habr¨¦ fracasado estrepitosamente en mi empe?o de expresarme
En su d¨ªa, yo no le di importancia a la pol¨¦mica que gener¨® Amanda Gorman con su petici¨®n de que los traductores de su libro fueran mujeres j¨®venes y negras. Me pareci¨® una banalidad y una forma burda de posicionamiento pol¨ªtico. Pero ahora me doy cuenta de que este debate se ha infiltrado en todas partes y, por primera vez, me encuentro con experimentadas figuras del oficio plante¨¢ndose si pueden trabajar con textos escritos por personas que no se les parecen. Lo cual nos lleva a callejones identitarios sin salida y casi al fin de la vocaci¨®n universalista de la literatura. Si yo, como escritora, no consigo ser comprendida por alguien cuya experiencia no tiene nada que ver con la m¨ªa, ser¨¢ que he fracasado estrepitosamente en mi empe?o de expresarme. No escribo para que me lean y me entiendan solamente las mujeres que se me parecen; a menudo lo hago m¨¢s bien por todo lo contrario: para derribar los muros, interferencias, prejuicios y distancias mentales que me separan del ser humano m¨¢s alejado de mi particular vivencia.
Tanto luchar para que el hecho de ser mujer, pobre, de otro color de piel o procedencia pesen menos en nuestras vidas que lo que pensamos o lo que sentimos y va y ahora resulta que hay que reivindicar toda diferencia, aunque se trate de la diferencia que nos ha tra¨ªdo discriminaci¨®n y estigma. Si hay algo que sirve para escapar a la identidad es, precisamente, la escritura en tanto que v¨ªa para explorar la individualidad aut¨¦ntica, sin que esta se tenga que encasillar en etiquetas reduccionistas. Pero, por absurda que sea, la visi¨®n identitaria se ha impuesto y no es raro que a un traductor var¨®n se le pregunte c¨®mo ha sido capaz de traducir un libro escrito por una mujer. Como si habl¨¢ramos idiomas distintos y el sexo, el color de piel, la clase social o la procedencia del autor fueran autom¨¢ticamente las del texto que escribe.
Esta defensa de las adscripciones grupales, de las delimitaciones casi tribales, me parece un retroceso y algo que va directamente en contra de la esencia de este oficio, el de escribir, que no consiste m¨¢s que en transmitir mediante palabras lo que queremos que entiendan otros, sean como sean. Lo parad¨®jico es que ahora se est¨¦ poniendo en cuesti¨®n a quienes, antes que nadie, fueron puente ente tradiciones literarias distintas, los primeros en fomentar el intercambio intercultural y los ¨²nicos capaces de achicar la distancia que nos separa por razones idiom¨¢ticas: los traductores.
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