El hortera y siempre siniestro imperio espa?ol
Falsear la historia en nombre del ocio es perverso, y eso sucede en ¡®Malinche¡¯, el musical de Nacho Cano, que, en formato de legitimaci¨®n ¡®kitsch¡¯, se une a una serie de apolog¨ªas del imperialismo hispano
¡°?Qui¨¦n puede decir lo que sucedi¨® entre Hern¨¢n Cort¨¦s y Malinche? Yo no s¨¦ si le llamaba churri, y tampoco me interesa averiguarlo¡±. Con este desparpajo respondi¨® Nacho Cano a la periodista Isabel Urrutia, del diario La Voz de Galicia, cuando le pregunt¨® acerca de la fidelidad hist¨®rica de Malinche, el musical estrenado en Madrid y que ¨¦l dirige.
La obra es, seg¨²n cuenta el propio Cano, una historia de amor entre la Malinche, una esclava ind¨ªgena que hizo de int¨¦rprete para los conquistadores espa?oles, y Hern¨¢n Cort¨¦s. Malinche simbolizar¨ªa y celebrar¨ªa no solo el mestizaje entre espa?oles y mexicanos, sino tambi¨¦n el ¡°encuentro¡± (las comillas son m¨ªas) entre dos culturas.
En la cr¨®nica del estreno que escribi¨® Raquel Vidales para este peri¨®dico, se?alaba que la Malinche ¡°apenas tiene dos escenas habladas y le basta un segundo para enamorarse de Cort¨¦s¡±. Este papel marginal de la supuesta protagonista es a¨²n m¨¢s an¨®malo si tenemos en cuenta la retah¨ªla de elogios con la que Cano ha regado la figura de la Malinche en las entrevistas de promoci¨®n del musical: poderosa, inteligente, con mucha personalidad, muy respetada. Y, puesto a buscar un equivalente contempor¨¢neo, Nacho Cano ha dicho ¡ªredoble de tambores¡ª que es Isabel D¨ªaz Ayuso quien se le antoja como la Malinche de nuestros d¨ªas, por ser, ambas mujeres, ¡°una fuente incre¨ªble de energ¨ªa¡±. Qu¨¦ cacao. Pero es a partir de esta feria de disparates que uno puede intuir que, al concebir a la Malinche como una mujer inteligente finalmente rendida y dominada por un amor fulminante, Cano quiere hacernos saber cu¨¢l es el arquetipo de mujer con el que fantasea en su obra: poderosa pero sometida, inteligente pero muda.
Todo lo dicho por Cano en estas ¨²ltimas semanas ha sido grotesco, perturbador e hiriente. La historia entre Cort¨¦s y la Malinche no pudo ser una historia de amor mestizo porque, como explic¨® hace treinta a?os Rafael S¨¢nchez Ferlosio en Esas Yndias equivocadas y malditas (Destino, 1994), el llamado amor mestizo tiene que darse en una relaci¨®n de simetr¨ªa de facto entre amantes de diferentes grupos y, sin tal simetr¨ªa, el tan celebrado mestizaje no es nada m¨¢s que una ¡°violaci¨®n ¨¦tnica del vencido por el vencedor¡±. Tampoco hay indicios, seg¨²n cuenta el historiador Matthew Restall en Cuando Moctezuma conoci¨® a Cort¨¦s (Taurus, 2019), de que se tratara de una historia de amor: tras reconocer al hijo que le hizo, y poco tiempo despu¨¦s de la ca¨ªda de M¨¦xico-Tenochtitlan (sobre cuyas ruinas se levant¨® la actual Ciudad de M¨¦xico) en 1521, Cort¨¦s descart¨® a la Malinche como int¨¦rprete y como subordinada sexual, entreg¨¢ndola a otro conquistador espa?ol. Una cosa es no juzgar las pr¨¢cticas del pasado con los valores de hoy, idea solo en parte razonable y merecedora de unos cuantos matices; otra distinta es manipular la barbarie del pasado para convertirla en una rom¨¢ntica y alegre coreograf¨ªa en 2022. Pero es que ni siquiera es cierto que el supuesto encuentro se diera entre dos culturas, porque, como recalca siempre la ling¨¹ista Y¨¢snaya Elena A. Gil, lo que ahora llamamos M¨¦xico no exist¨ªa, ni existe, como una ¨²nica cultura. Por lo dem¨¢s, las habilidades estrat¨¦gicas de Cort¨¦s en la conquista de M¨¦xico-Tenochtitlan habr¨ªan sido, tal y como cuenta Federico Navarrete en ?Qui¨¦n conquist¨® M¨¦xico? (Debate, 2019), autoagrandadas hasta convertirse en la mentira fundacional y heroica con la que toda patria moderna fantasea.
Lo m¨¢s perverso, sin embargo, no es el falseamiento de los hechos. Lo m¨¢s perverso es el falseamiento de la historia en nombre del ocio ¡ªno de la ficci¨®n o de la imaginaci¨®n art¨ªsticas, sino de algo mucho menos inocente: el ocio. Cano, dice, ha querido evitar el conflicto en Malinche; la suya es una obra de entretenimiento. Convertir en mera diversi¨®n y celebraci¨®n la dominaci¨®n de Cort¨¦s sobre una esclava como la Malinche ¡ªquien, si corri¨® mejor suerte que otros esclavos, fue m¨¢s por ser una persona extremadamente inteligente y h¨¢bil que por magnanimidad imperial¡ª, as¨ª como los primeros desmanes del imperio espa?ol en tierras mesoamericanas, es un s¨ªntoma de que los nuevos apologetas del imperio espa?ol (ya saben: Vox o la misma D¨ªaz Ayuso) se est¨¢n cargando de todo tipo de razones. Si con Imperiofobia y leyenda negra (Siruela, 2016), de Mar¨ªa Elvira Roca, o Madre patria (Espasa, 2021), de Marcelo Gullo, obtuvieron la parte solemne de la racionalizaci¨®n del imperio espa?ol, con el musical Malinche los nuevos apologetas han accedido a la justificaci¨®n kitsch y bailable del imperialismo.
El fil¨®sofo Gustavo Bueno hizo en su d¨ªa una distinci¨®n aterradora. Seg¨²n ¨¦l, hab¨ªa imperios generadores e imperios depredadores. El espa?ol, a diferencia, por ejemplo, del brit¨¢nico, era un imperio generador. En el caso de Nacho Cano, Bueno llevaba toda la raz¨®n: el espa?ol le ha generado a Cano ping¨¹es beneficios a trav¨¦s de un musical que narra un episodio decisivo del imperialismo espa?ol y que, por lo que leo, se encaramar¨¢ con agilidad a lo m¨¢s alto de la ya de por s¨ª alta torre de las horteradas espa?olas.
Es sabido que lo que m¨¢s irrita a los apologetas del imperio espa?ol es la llamada leyenda negra, seg¨²n la cual este era un imperio particularmente sanguinario, genocida y depredador. ?Pero por qu¨¦ deber¨ªamos estar acomplejados, dicen los apologetas, si salvamos a todo un pueblo de la antropofagia y, por tanto, del infierno? ?Por qu¨¦ nos llaman racistas si nuestros antepasados no discriminaban a la hora de violar tanto a espa?olas como a ind¨ªgenas? ?Pero si somos pr¨¢cticamente los primeros antirracistas de la historia! ?C¨®mo pueden ser tan desagradecidos!
Esta racionalizaci¨®n es, en efecto, repugnante. As¨ª que hubo que inventarse otra que fuera m¨¢s digerible, una que fuera triunfante, una que fuera m¨¢s af¨ªn al estilo de los musicales Broadway. Y esa versi¨®n vino de la mano, como no pod¨ªa ser de otro modo, de las ruinas de la Movida madrile?a. Es decir, del triunfante universo est¨¦tico en el que rein¨® Mecano. La legitimaci¨®n kitsch del imperialismo bueno ten¨ªa que proporcionarla Nacho Cano, uno de los padres de ese grupo musical. Sospecho que el ¨¦xito simb¨®lico de Malinche ser¨¢ inquietantemente clamoroso.
Una parte del nacionalismo espa?ol acoge con entusiasmo todas estas infamias. Esto revela, a mi juicio, no tanto una reivindicaci¨®n de la gloria del pasado imperial como el ansia por un presente imperial. Tampoco esto es una novedad. Para contrarrestar a quienes le criticaban por formar parte de la coalici¨®n que invadi¨® Irak, Aznar dijo que esas cr¨ªticas demostraban la pervivencia de los peores genes del derrotismo espa?ol. Pero lo que no logr¨® Aznar apoyando sus pies sobre la mesa de trabajo de George W. Bush, tal vez lo est¨¦ logrando Nacho Cano con el mal gusto: si no puedes convertir una mentalidad derrotista en una vencedora, convi¨¦rtela al menos en una horterada.
Contar y cantar con desenfado y cursiler¨ªa las calamidades cometidas por el imperio es, en fin, la manera con la que algunos nacionalistas espa?oles intentan sacudirse sus complejos. Y ya se sabe que lo ¨²nico m¨¢s potencialmente siniestro que un nacionalista acomplejado es un nacionalista desacomplejado.
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