Cuentos para adultos
Que Johnson, en la serie ¡®This England¡¯, sea un pat¨¢n rid¨ªculo no hace m¨¢s que acrecentar mi admiraci¨®n por la sociedad brit¨¢nica. Al contrario que en nuestro pa¨ªs, el poder ha aprendido a convivir con la cr¨ªtica, el retrato ¨¢cido y la desacralizaci¨®n
Hace poco comenz¨® a emitirse en el Reino Unido una serie en la que el actor Kenneth Branagh interpreta al primer ministro Boris Johnson. El maquillaje resulta algo forzado, innecesario, pues el arte de interpretar nada deber¨ªa tener que ver con el de imitar, sino con el encarnar. El actor supl¨ªa el peso de tanta cosm¨¦tica con andares, gestualidad y tono de voz que te tra¨ªa al pol¨ªtico Johnson con su in¨²til erudici¨®n y su irresistible candor falso. Quiz¨¢ lo m¨¢s rese?able es esa cintura que muestra a menudo la relaci¨®n entre el entretenimiento y la pol¨ªtica en los pa¨ªses anglosajones. Como si fuera un g¨¦nero en s¨ª mismo, el retrato y an¨¢lisis del poder se llevan a cabo de manera autom¨¢tica, sin pudores. La ficci¨®n en muchos casos viene a asociarse con la disecci¨®n period¨ªstica para acabar por ofrecer a los ciudadanos una estampa poli¨¦drica de los personajes relevantes. No es que sea un g¨¦nero que haya dado grandes obras maestras m¨¢s all¨¢ del morbo entretenedor, pero al menos completa la capacidad de las democracias para ofrecer m¨¢rgenes de libertad tanto a los creadores como a los espectadores. Todas las recreaciones de personajes reales son ficci¨®n, con su tendencia a la parcialidad, al arquetipo y a ese asentar sospechosas conclusiones, pero la pluralidad de miradas es el rasgo m¨¢s cercano a ese ideal de libertad que anhelamos.
Que Boris Johnson en la serie sea un pat¨¢n rid¨ªculo no hace m¨¢s que acrecentar mi admiraci¨®n por la sociedad brit¨¢nica. Al contrario que en nuestro pa¨ªs, el poder ha aprendido a convivir con la cr¨ªtica, el retrato ¨¢cido y la desacralizaci¨®n. El mejor ejemplo de ello es una tele p¨²blica sin intervencionismo descarado del gobernante de turno, sino con m¨²sculo propio, contest¨®n y de calidad. Las radiotelevisiones p¨²blicas no han de serlo tan solo en sus fondos presupuestarios, sino en su composici¨®n directiva, en su apuesta por la calidad y la inteligencia frente al negocio privado que l¨®gicamente busca solo el beneficio y la popularidad. Para los espa?oles ser¨ªa impensable ver una serie con Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, Mariano Rajoy o Dolores de Cospedal incorporados por actores solventes. Estos episodios nacionales no se pueden filmar porque hay un temor patente de los ejecutivos a meterse en l¨ªos. Incluso si alguna plataforma que al nacer se postulaba como atrevida y arriesgada, muy r¨¢pido sus ejecutivos fueron domados y sometidos.
Ser¨ªa antol¨®gico que alguien se atreviera, por ejemplo, con el libro del consejero de Pol¨ªticas Sociales del Gobierno madrile?o durante la pandemia. En Morir¨¢n de forma indigna, Alberto Reyero, antiguo representante de Ciudadanos, ofrece materiales de primera mano para reinformarse y, en el mejor de los casos, reformarse. No ocurrir¨¢, porque ni tan siquiera el documental sobre el accidente ferroviario de la curva de Angrois, Frankenstein 04155, ha podido exhibirse en canales nacionales. Molesta la indagaci¨®n, la puesta en cuesti¨®n, el an¨¢lisis de lo que es colectivo y de inter¨¦s. Mejor hablamos del cotilleo de las marquesas, con esa pacata regurgitaci¨®n de los dramas ¨ªntimos de los ricos y los pijos. Los espa?oles, que no son sutiles en casi nada, son, en cambio, de una sutileza tremenda para callar. Deber¨ªamos aprender del relato anglosaj¨®n que nunca est¨¢ completo hasta que entran a saco los cirujanos literarios y los sangradores audiovisuales. Un pa¨ªs madura cuando pasa del relato infantil al cuento para adultos.
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