Vilipendiar el arte para evitar un exterminio
Los activistas que atacan cuadros pretenden llamar la atenci¨®n sobre la hecatombe clim¨¢tica inminente y exigir aquello de lo que disfrutaron quienes los precedieron: el derecho a una vida digna que admita recorrido
Por definici¨®n, una urgencia es algo que no puede esperar. Si a nuestra madre le da un infarto, acudimos corriendo al hospital o llamamos a una ambulancia, lo que estimemos que resolver¨¢ el problema m¨¢s r¨¢pidamente, sin prestar atenci¨®n a circunstancias secundarias, pues se trata de salvar su vida. De la misma manera, si se desata un incendio en nuestras inmediaciones, una agarra lo imprescindible y desaloja su casa, en un minuto, o menos, evitando llevarse objetos que, aunque acumulen un alto valor sentimental, son completamente in¨²tiles cuando nos encontramos en peligro de muerte. De ...
Por definici¨®n, una urgencia es algo que no puede esperar. Si a nuestra madre le da un infarto, acudimos corriendo al hospital o llamamos a una ambulancia, lo que estimemos que resolver¨¢ el problema m¨¢s r¨¢pidamente, sin prestar atenci¨®n a circunstancias secundarias, pues se trata de salvar su vida. De la misma manera, si se desata un incendio en nuestras inmediaciones, una agarra lo imprescindible y desaloja su casa, en un minuto, o menos, evitando llevarse objetos que, aunque acumulen un alto valor sentimental, son completamente in¨²tiles cuando nos encontramos en peligro de muerte. De nuevo, ese es el significado de urgencia y hasta aqu¨ª la mayor¨ªa de la gente estar¨¢ de acuerdo conmigo. Sin embargo, cuando el asunto a abordar es la crisis clim¨¢tica, es decir, rescatar a la especie humana de una probable extinci¨®n en este siglo XXI, provocada por cat¨¢strofes de calibre inimaginable, sean estas hambrunas, fen¨®menos meteorol¨®gicos extremos, guerras o ecofascismo, se multiplican las voces que reclaman retrasar la acci¨®n efectiva, guiarnos por m¨¦todos te¨®ricamente civilizados como cumbres que culminan en acuerdos no vinculantes que nadie cumple, o directamente no hacer nada. La urgencia clim¨¢tica es impostergable, como han alertado los activistas de Just Stop Oil en sus embestidas a varias obras de arte, pero en vez de encomiar su coraje o, al menos, intentar entender las razones que conducen a un grupo de j¨®venes a cargar con furia contra pinturas tan emblem¨¢ticas como son las de Van Gogh, Monet o, m¨¢s recientemente, Vermeer, hay quien se lleva las manos a la cabeza, los acusa de vandalismo, de ¡°banalidad¡± o de haber perpetrado una ¡°gamberrada¡±, como dec¨ªa Sergio del Molino. Nada m¨¢s lejos de la realidad.
Las agresiones a estos lienzos por parte de Just Stop Oil y otros colectivos de activistas preocupados por el cambio clim¨¢tico hielan la sangre de quien tenga un m¨ªnimo de sensibilidad porque atacan lo sagrado o, si preferimos secularizar nuestro lenguaje, lo sublime. Confieso que, en un primer momento, al contemplar las manchas resbaladizas sobre la superficie acristalada de obras que aprecio, sent¨ª un horror visceral, un rechazo impulsado por las innumerables horas que, a lo largo de mi vida, he pasado en pinacotecas de todo el mundo. Yo, que no tuve padres de los que te llevan a museos, rememoro con entusiasmo c¨®mo, al mudarme a Madrid con 18 a?os, lo primero que hice fue acudir al Prado y deleitarme con su colecci¨®n, de la que me sobrecogieron especialmente las Pinturas negras de Goya. Lo segundo fue comprar un vuelo barato a Londres para admirar las piezas de esa desgarradora maravilla que es el British Museum. No creo que haya vivido algo m¨¢s parecido al s¨ªndrome de Stendhal que entre los muros de aquel lugar en el que, al toparme con la Piedra Rosetta, supe identificar la llave que abr¨ªa la puerta a varias civilizaciones cuyo legado demuestra los prodigios de que es capaz la especie humana. No obstante, esa especie que tantas veces me ha hecho vibrar con sus creaciones es la misma que est¨¢ alterando el equilibrio clim¨¢tico hasta transformar el planeta en algo totalmente irreconocible y, en ese tira-y-afloja, es donde ha de dirimirse la lata de tomate lanzada al van gogh, o de pur¨¦ de patatas catapultada al monet, ya que el mensaje es m¨¢s complejo de lo que se cree.
En primer lugar, la contraposici¨®n comida-cuadro evoca un escenario en que las necesidades b¨¢sicas ¡ªla alimentaci¨®n¡ª pasan a un primer plano, opacando la producci¨®n art¨ªstica, como se?alaron las propias activistas. Qui¨¦n puede o no crear en mitad de tragedias insoportables es una interrogaci¨®n bien anclada en nuestra tradici¨®n intelectual que el fil¨®sofo Theodor Adorno subray¨® al escribir que la poes¨ªa, despu¨¦s de Auschwitz, es un acto barb¨¢rico. Esta frase, que m¨¢s tarde transmut¨® en otras parecidas, como que es imposible el arte tras el Holocausto, alude a la dificultad de construir belleza o transcendencia en una civilizaci¨®n que, fruto del raciocinio, fue capaz de aniquilar a cantidades ingentes de personas. Algunos a?os antes, Mar¨ªa Zambrano se hac¨ªa preguntas similares y Alejo Carpentier, al visitar nuestra Guerra Civil, lleg¨® a declarar que no sab¨ªa para qu¨¦ serv¨ªa la literatura frente a ciertos ¡°desamparos profundos¡±. Conscientemente o no, Just Stop Oil retoma las reflexiones de una trayectoria de pensamiento aterrado ante la violencia contra la vida que, en este caso, se refiere espec¨ªficamente a la debacle f¨®sil, y no es casual que su rabia parezca concentrarse ¨²nicamente en muestras de arte occidental, aludiendo al dislate que implica creernos superiores mientras que otras culturas consideradas atrasadas han efectuado menos da?o a la biosfera. M¨¢s all¨¢, lo que su performance pone de manifiesto es el delirante contrapunteo entre la inmediatez, el tiempo de respirar, de comer y sobrevivir, y la eternidad que se le atribuye al arte, para el que el tiempo supone un valor a?adido que le otorga densidad interpretativa y lazos con universos otros, lejanos o desaparecidos. Pero, si resulta que abundar¨¢n dentro de poco los est¨®magos vac¨ªos en Europa, y que en apenas tres a?os el n¨²mero de poblaci¨®n global afectada por la inseguridad alimentaria aguda, seg¨²n la ONU, ha pasado de 135 a 345 millones, ?quedar¨¢ pluma, pincel o cuerpo para la creatividad del ¨¢nimo? Y, si queda, ?a qui¨¦n contentar¨¢, inundar¨¢ de goce o llevar¨¢ al ¨¦xtasis est¨¦tico en un paisaje devastado?
En otras palabras, podr¨ªamos afirmar que los cuadros act¨²an como dispositivos de memoria, proyectan una continuidad hist¨®rica que sobrepasa la mera biograf¨ªa de su autor, y eso, como vulgares criaturas pronto volatilizadas en polvo, nos reconforta enormemente. De forma an¨¢loga a la fotograf¨ªa del abuelo fallecido, cuyo recuerdo sabemos que perdurar¨¢ entretejido en sus redes afectivas, pero ataviadas con un ¡°aura¡± que no han logrado perder a pesar de lo que Walter Benjamin llam¨® ¡°la era de la reproductibilidad¡±, esas pinturas est¨¢n dotadas de aquello que el cambio clim¨¢tico nos niega: la posibilidad de perpetuaci¨®n. Por eso, verlas mancilladas, con latas parapet¨¢ndoseles ¡ªaunque no han resultado da?adas¡ª o manos untadas de pegamento en sus marcos, causa tant¨ªsimo espanto. De ah¨ª tambi¨¦n que innumerables detractores no hayan escatimado en insultos, como gritando: ¡°?C¨®mo osas privarme de mi inmortalidad?¡±, arremetiendo contra el patrimonio com¨²n de Occidente, violando la respetabilidad de nuestros esp¨ªritus m¨¢s excelsos¡, sin darse cuenta, quiz¨¢, de que si se cumplen las predicciones cient¨ªficas que apuntan a casi 3?C de calentamiento de aqu¨ª a finales de la centuria, o las que aseguran que a partir de 1,5?C la destrucci¨®n ser¨¢ irreversible por activarse una serie de mecanismos de retroalimentaci¨®n como el derretimiento del permafrost, pronto no habr¨¢ museos, y no se deber¨¢ precisamente a la rebeld¨ªa de unos muchachos. Al final, lo que estos activistas pretenden es llamar la atenci¨®n sobre la hecatombe inminente, y exigir nada m¨¢s y nada menos que aquello de lo que disfrutaron las generaciones que los precedieron: el derecho a una vida digna que admita recorrido, a poder leer y componer versos como el de la poeta griega Safo: ¡°Te aseguro que alguien se acordar¨¢ de nosotras¡±. A m¨ª tambi¨¦n me genera estupor esa iconoclasia desmedida, ese agravio a la belleza, pero m¨¢s me estremece pensar en una absoluta carencia de futuro.