La iron¨ªa nos guardar¨¢
Si uno se toma en serio lo que escucha de continuo, solo le quedar¨¢n la angustia y las trompetas del apocalipsis
El otro d¨ªa se dieron cuenta en un museo de D¨¹sseldorf de que un cuadro de Piet Mondrian lo ten¨ªan puesto boca abajo. Es una suerte haberlo descubierto, si hay exposiciones en que los visitantes despistados se paran a admirar la silla del vigilante creyendo que es art dec¨®. El cuadro en cuesti¨®n es un mondrian puro: con cintas de colores que forman cuadr¨ªculas sobre un lienzo blanco, y se entiende la confusi¨®n, porque provoca en quien lo mira del rev¨¦s una sensaci¨®n parecida a quien lo mirase del derecho. No har¨¢ falta que abramos el debate sobre lo que es el arte ¡ªque eso lo zanj¨® Marcel Duchamp en su tiempo¡ª, aunque de esta historia resultar¨¢ al menos el mensaje de que la vida, a su pesar, se sigue reservando los mejores sarcasmos.
Es una buena noticia: hace poco surgi¨® un movimiento contra la iron¨ªa, lo que tampoco es extra?o en una realidad que promueve movimientos contra todo. Contra la risa, de lo que m¨¢s. El argumento era que conviene ir de frente ante la adversidad y a ver qu¨¦ iba a ser eso de decir sin decir, con la doblez del ingenio. Desde luego, hay quien quiere la vida seca, igual que la ginebra, como si tuvieran el cerebro hecho de las cuadr¨ªculas de Mondrian, pero en blanco y negro. Son los que confunden seriedad con tristeza.
Lo de soportar el tiempo sin iron¨ªas no fue una corriente exc¨¦ntrica ni de unos pocos apenas, porque las cosas a veces hay quien las prefiere agrias y sin humor, que fue siempre se?al de inteligencia. De ah¨ª que moleste tanto. Hasta en la broma m¨¢s burda puede haber rasgos de sutileza. A los periodistas, Albert Camus ya nos pidi¨® lucidez, obstinaci¨®n, desobediencia e iron¨ªa. Ser¨ªa dif¨ªcil sin ella sobrellevar el catastrofismo y el miedo con el que cualquiera podr¨ªa asomarse al mundo: con una sociedad cada vez m¨¢s aislada y visceral, decidida a dar a las opiniones el valor de los hechos, con burbujas de prejuicios y una disposici¨®n creciente a dejar de reconocer al otro. No a dejar de escucharlo, que por supuesto: sino a dejar de reconocerlo, que es el riesgo mayor.
Basta con mirar los pa¨ªses que acaban partidos en dos mitades o el temor a conflictos civiles en democracias desarrolladas o el uso de las palabras gruesas en las declaraciones p¨²blicas, que a menudo se lanzan a gritos. Si uno se toma en serio lo que escucha de continuo, solo le quedar¨¢n la angustia y las trompetas del apocalipsis; le quedar¨¢n los ansiol¨ªticos, de los que Espa?a es el primer consumidor en el mundo. Y sedantes. El Roto lanz¨® una se?al de aviso pintada sobre negro: ¡°Dibujo censurado por m¨ª mismo de una idea que no me atrev¨ª a pensar¡±. Nos hacen falta m¨¢s vi?etas y m¨¢s chistes, que pongan a la trascendencia en su lugar. No nos queda m¨¢s salida que reivindicar la risa: reparadora y revolucionaria.
El cuadro de Mondrian, por cierto, han decidido dejarlo como estaba, del rev¨¦s. Hay esperanza entonces: a la iron¨ªa hay que defenderla en serio.
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