Intentando tocar hierba
A sentir el verde te mandan cuando te quedas atrapada, contestando a cualquier imb¨¦cil, con el cuello m¨¢s tenso que el palo de una cuchara
En vacaciones, siempre me obligo a salir a tocar hierba. No es un acto literal. No me voy a un prado y deslizo mi mano entre el verdor como en esos anuncios de todoterrenos donde la (falsa) sensaci¨®n de libertad en un rinc¨®n de naturaleza sublime importa m¨¢s que las prestaciones del (contaminante) coche. ¡±Tocar hierba¡± es una expresi¨®n de internet que suele lanzarse como insulto a quienes llevan demasiado tiempo conectados y han sobreanalizado el discurso de las redes. ¡±Vete a la calle a tocar hierba, anda¡±, es lo que te tuitean, y no precisamente de forma maja, cuando creen que te has pasado de la raya. Cuando le has dado tantas vueltas a una idea que, al final, te deja atrapada, contestando a un imb¨¦cil cualquiera, con el cuello m¨¢s tenso que el palo de una cuchara.
Como durante mi vida laboral soy una de esas personas que vive en l¨ªnea de forma cr¨®nica, como reviso las publicaciones del resto nada m¨¢s despertar y antes de ir a la cama; en vacaciones permito que mi cerebro no sea una extensi¨®n de mi tel¨¦fono. Archivo los chats de trabajo de WhatsApp para no verlos y borro las aplicaciones de Twitter e Instagram. Procuro despertarme y, acto seguido, mirar por la ventana y no a mi pantalla. Me pido tocar hierba. Lo intento.
Mi objetivo durante esos d¨ªas de tregua es probarme dos cosas: que el ¡°sesgo de Twitter¡± todav¨ªa no me ha deformado la mente y que no me seduce la ¡°enfermedad del posteo¡±.
Lo primero es lo que la escritora Haley Nahman defini¨® como ¡°la tendencia de la persona extremadamente online a ver el comportamiento que ve en las redes sociales como totalmente representativo de la realidad, con poca consideraci¨®n por lo que experimentan en su entorno f¨ªsico¡±. O lo que es lo mismo: salir del sesgo de Twitter es entender que en la peluquer¨ªa no se est¨¢ debatiendo acaloradamente si pedirle a un desconocido en un bar que te vigile el ordenador mientras vas al ba?o es ableista, es decir, discriminatorio para los discapacitados. O intuir que, en una plaza, si una mujer dice que le encanta tomarse un caf¨¦ y charlar con su marido en su jard¨ªn durante horas, no provocar¨¢ tal se¨ªsmo como para que miles de indignados la rodeen enfurecidos por ser ¡°una engre¨ªda autocomplaciente de la que deber¨ªa avergonzarse su pareja¡±. Que en la vida, ah¨ª afuera, todo se lidia de otra manera.
my husband and i wake up every morning and bring our coffee out to our garden and sit and talk for hours. every morning. it never gets old & we never run out of things to talk to. love him so much.
— daisey? (@lilplantmami) October 21, 2022
Lo del mal del posteo es lo que la periodista Fran Hoepner defini¨® para describir a esas personas que han convertido sus tuits en una lucha por la relevancia e influencia (clout, en la jerga digital). Si sufres tal enfermedad, seg¨²n Hoepner, ¡°tienes que creer que publicar tiene una acci¨®n; que publicar es un trabajo; que publicar es dar; que la publicaci¨®n logra cosas porque publicar es un juego que debe ganarse¡±. Es algo que va mucho m¨¢s all¨¢ del activismo por el progreso social. La enfermedad del posteo es cuando publicas un comentario para criticar una conversaci¨®n que has escuchado en el metro y as¨ª demostrar tu superioridad moral. Son esos hilos infames copiados de la Wikipedia. Cuando mientes de forma descarada y tuiteas esa frase tan elocuente que en realidad nunca ha dicho tu hija peque?a. ¡°La enfermedad del posteo busca justicia, resultados. Es la creencia muy arraigada de que publicar funciona¡±, dice Hoepner. Y se cura con la liberaci¨®n que da no tener que opinar de todo ante los dem¨¢s.
Cuando salgo a tocar hierba procuro recordarme eso para que no se me pudra el cerebro. Pero entonces Shakira saca tremenda tiraera y paso de mi privilegio del silencio porque necesito ir corriendo a Twitter para ver de qu¨¦ habl¨¢is. Y todo el trabajo hecho se me olvida.
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