Antes de la ¨²ltima carta
Este peri¨®dico public¨® la misiva de Bel¨¦n Hern¨¢ndez sobre un chico de 23 a?os, casi sin dinero y en riesgo de suicidio. Le dieron un tranquilizante y una cita sanitaria para dentro de un a?o. No le hizo falta m¨¢s a la carta
El peri¨®dico lo empiezo a leer siempre por las cartas a la directora. Quiz¨¢ porque se sigan llamando as¨ª, cartas, de las que ya apenas se escriben. Y luego porque son historias y son cortas, que es lo que pide el tiempo: es la unidad m¨ªnima de lectura antes de que nos distraiga una alerta o un mensaje o de que alguien publique otra canci¨®n de reproches: beef, lo llaman ahora. Antes lo llamaban boleros, pero cada generaci¨®n construye su propio diccionario y su propia m¨²sica. De todas esas cosas van las cartas de los lectores, que lo mismo hablan de una canci¨®n y de su letra, que critican a un pol¨ªtico o aprovechan para despedir a una madre que se muere.
Uno no sabe lo que va a encontrar en esa media p¨¢gina, aunque sabe que algo se encontrar¨¢, y ah¨ª se entiende la vigencia del g¨¦nero. Las cartas que m¨¢s se leen no llevan opiniones, sino historias, y por eso hay algunas que, tan sencillas y tan cortas, tienen todo lo que les falta a muchos reportajes de dos p¨¢ginas: la capacidad de conmover. No en un sentido ?o?o y sensiblero, sino en su acepci¨®n literal: te mueven a pensar algo. A hacer algo. Te indignan o te enfadan. Te ponen de buen humor. Te hacen hablar en voz alta. Lo que sea. Ese lo que sea es lo que explica la importancia de nuestro oficio y el reto para los periodistas: la indiferencia.
Dicen los estudios ¡ªy acreditan los datos de consumo y de ventas¡ª que las noticias interesan menos, que la pandemia nos satur¨® de informaci¨®n. Que la gente necesita un respiro y que est¨¢ harta de malos augurios. Dicen los estudios que por eso siempre hay en la tele un episodio de Aqu¨ª no hay quien viva o de La que se avecina, como si fuera el servicio de Urgencias al que acuden quienes piden v¨ªas de escape. En ese equilibrio est¨¢ el periodismo, pregunt¨¢ndose c¨®mo contar lo que debe sin ahogarse en catastrofismos. Y, a la vez, sin dejar de ser lo que tiene que ser. Puede que la respuesta est¨¦ en las historias, que conmueven a¨²n.
Hace unos d¨ªas, este peri¨®dico public¨® la carta de Bel¨¦n Hern¨¢ndez, que cont¨® la situaci¨®n de un chico de 23 a?os, sin apenas dinero y con riesgo de suicidio. Le dieron un tranquilizante y una cita para dentro de un a?o en la sanidad p¨²blica. No le hizo falta nada m¨¢s a la carta. No le hicieron falta las letras may¨²sculas ni los detalles sensacionalistas. Le bastaron 14 l¨ªneas para describir lo que hab¨ªa. Luego ella, la psic¨®loga, estuvo en la radio y en sus frases se entendi¨® que su relato hubiese conmovido tanto: ¡°Se repite much¨ªsimo a los j¨®venes que ser¨¢n la primera generaci¨®n que vivir¨¢n peor que sus padres. ?Y qu¨¦ sabemos? Es la primera generaci¨®n de padres que no sabemos c¨®mo orientar a nuestros hijos. No sabes la cantidad de chicos que vienen con la fantas¨ªa de que, a lo mejor, van a terminar viviendo en la calle¡±. No era una historia, entonces. Eran muchas.
Aquella carta no era una v¨ªa de escape ni un relato amable. Era una descripci¨®n cruda, corta y sencilla. E interes¨®, porque esa pregunta me tiene hablando solo: ?sabemos orientar a nuestros hijos? Hay que buscar m¨¢s historias antes de que llegue la ¨²ltima carta: que el apocalipsis cansa, pero la curiosidad no se agota nunca. Y quiz¨¢ la empat¨ªa tampoco, aunque le quieran dar mala prensa.
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