La lentitud
S¨ª, tambi¨¦n los avances necesitan alcanzar a quienes interpretan las leyes, pues no hay partitura nueva que no suene desafinada a los m¨²sicos con telara?as en el o¨ªdo
Pese a que vivimos en un mundo acelerado, en el que la inmediatez es un valor codiciado, las cosas importantes siguen respondiendo a una cadencia lenta. Ah¨ª est¨¢, por ejemplo, la invasi¨®n de Ucrania emprendida por Vlad¨ªmir Putin. Lo que vendi¨® a los rusos como una intervenci¨®n r¨¢pida para dominar el Gobierno de un pa¨ªs que consideraba sat¨¦lite se ha transformado en una guerra estancada, medieval y cruenta. El ataque a la poblaci¨®n civil es constante, la destrucci¨®n de infraestructuras b¨¢sicas se considera una forma de estrategia. Ha sido precisamente el paso lento de los d¨ªas el que ha permitido que quienes llevaban un par de d¨¦cadas elogiando el talento autoritario de Putin comiencen de nuevo a asomar la patita. Ahora lo hacen disfrazados de pacifistas de nueva hornada. Desde Viktor Orb¨¢n o Silvio Berlusconi hasta la jefatura china, sin olvidar los populismos ultranacionalistas de seductora presencia en Europa, se?alan ahora la paz. Al fin, pero la pervivencia de Putin en el mando ruso con la amenaza a cada pa¨ªs de su entorno nos obliga a exigir algo m¨¢s que una paz a la chechena, cargada de silencio e impunidad.
A esta percepci¨®n de la lentitud como una oculta fuerza de orden, tambi¨¦n se suma la din¨¢mica de una pol¨ªtica de titulares. Ha habido sobreactuaci¨®n en la aprobaci¨®n de leyes como la del consentimiento sexual, la transexualidad o la protecci¨®n animal. Desde quienes las redactaban, demasiado personalistas cuando las leyes han de ser an¨®nimas, pero tambi¨¦n desde quienes se opon¨ªan de manera frontal. El clima generado imped¨ªa un debate natural. Pese a los errores, la histeria y esa sensaci¨®n impostada de que el mundo se precipita a la cat¨¢strofe, ser¨¢ el tiempo quien acomode estas soluciones a la pr¨¢ctica cotidiana. Ya tuvimos en su d¨ªa nuestra raci¨®n de alarma social cuando se aprobaron las normas antitabaco, el matrimonio gay o el carnet por puntos. Sin fumar en interiores la industria de la hosteler¨ªa se hundir¨ªa, sin puntos medio pa¨ªs perder¨ªa su derecho a conducir su propio coche y las uniones entre homosexuales acabar¨ªan con la familia tradicional tal y como era reconocida durante siglos. La realidad, que es terca porque se deriva de la naturaleza, se impuso de manera callada. Los apocal¨ªpticos buscaron otra batalla para dar la tabarra y los dem¨¢s nos incorporamos al avance de los tiempos con soltura.
El Gobierno acert¨®, por ejemplo, cuando en la exhumaci¨®n de Franco no se dej¨® llevar por las prisas ni el arrebato. Gan¨® uno por uno los recursos, se apoy¨® en una y otra de las instituciones de control y hasta esquiv¨® los eternos jueces en su taifa que pusieron zancadillas para sostener esa nostalgia franquista. Incluso hubo alguno que paraliz¨® la salida del dictador del Valle bajo la excusa de que mover la l¨¢pida requer¨ªa de permisos extraordinarios de ingenier¨ªa. Una jurisprudencia tan grotesca que habr¨ªa paralizado todas la obras del pa¨ªs. S¨ª, tambi¨¦n los avances necesitan alcanzar a quienes interpretan las leyes, pues no hay partitura nueva que no suene desafinada a los m¨²sicos con telara?as en el o¨ªdo. El d¨ªa a d¨ªa se moldea con lentitud. Cuando vayamos viendo pasar los d¨ªas comprobaremos c¨®mo estas reformas se acomodan con total armon¨ªa a nuestras costumbres. Y entonces, al mirar atr¨¢s comprobaremos que hemos avanzado pese a que mover una costumbre es m¨¢s complicado que mover un mueble.
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