Negociaci¨®n, derrota o colapso
Estamos en un momento hist¨®rico crucial, en el que Europa debe hacerse cargo de retos de seguridad y estabilidad que pueden poner en riesgo su modelo excepcional de desarrollo econ¨®mico, de democracia liberal y compromiso con los derechos humanos
Las guerras acaban con una negociaci¨®n. Es un mantra que se oye mucho ¨²ltimamente. No es completamente cierto. Algunas acaban con el aplastamiento y colapso del enemigo: las condiciones de paz las dicta entonces el contendiente vencedor, que persigue a los dirigentes del combatiente derrotado, y si puede los castiga. No hay que rebanarse mucho los sesos ni ir muy lejos para encontrar ejemplos.
Pero no deja de ser cierto que algunas guerras acaban cuando los dos contendientes se sientan a negociar. Algunos piensan que esto sucede cuando triunfan los esfuerzos diplom¨¢ticos encaminados a lograr que los bandos escuchen ofertas y se muestren abiertos a arreglos mutuamente satisfactorios. Los conflictos son, desde este punto de vista, fundamentalmente vistos como problemas de comunicaci¨®n. Superada la reticencia a hablar, la soluci¨®n emerge. La realidad suele ser un poco m¨¢s cruda. Los bandos se sientan a negociar cuando, tras costosos enfrentamientos, no encuentran m¨¢s razones para seguir luchando: los beneficios esperados son bajos y la probabilidad de alcanzarlos se difumina.
Si se quiere la paz, hay que arrastrar a Rusia a ese escenario, y hacerlo r¨¢pido. Rusia sigue teniendo bajo control una porci¨®n mayor de territorio ucranio que el que controlaba antes de la guerra, pero su horizonte militar es incierto si el apoyo militar, log¨ªstico y humanitario a Ucrania es consistente. Y en este cap¨ªtulo las noticias son halag¨¹e?as. Despejadas bastantes incertidumbres respecto a la dependencia energ¨¦tica y el horizonte econ¨®mico, la unidad de la coalici¨®n internacional de apoyo a Ucrania parece cada vez m¨¢s robusta y el compromiso irrevocable. En semejante contexto, si el ej¨¦rcito ucranio logra infligir nuevas derrotas a su rival en el campo de batalla estaremos a las puertas de una correlaci¨®n de fuerzas similar a la que exist¨ªa antes de la invasi¨®n del 24 de febrero de 2022.
Los ucranios aspiran a m¨¢s, como no puede ser de otra manera, y parece inconcebible a estas alturas que acepten una propuesta de paz por territorios. La soberan¨ªa y la integridad territorial son principios sacrosantos del orden internacional que Ucrania tiene todo el derecho a reclamar y a los que dif¨ªcilmente va a renunciar, salvo en el inimaginable escenario en que fuera abandonada a su suerte. Europa no puede permit¨ªrselo. Perder¨ªa inmediatamente todo su pedigr¨ª en el concierto internacional, lo que deslegitimar¨ªa su compromiso con la defensa de principios universales, la protecci¨®n de los derechos humanos y la dignidad de los d¨¦biles. El golpe para la reputaci¨®n de Europa tendr¨ªa graves implicaciones. La p¨¦rdida de confianza de terceros pa¨ªses da?ar¨ªa severamente la cooperaci¨®n multilateral abanderada por Europa en asuntos clave para el mundo, como la lucha contra la crisis clim¨¢tica y sus consecuencias o la gesti¨®n de las pandemias.
Con apoyo internacional, es dif¨ªcil vislumbrar un escenario aceptable para Ucrania que no representara una derrota de Rusia a ojos de su opini¨®n p¨²blica (incluso aunque ello no signifique la consecuci¨®n de sus objetivos maximalistas). Volod¨ªmir Zelenski ser¨ªa dif¨ªcilmente perdonado si se sienta a negociar sin haber expulsado a las tropas rusas del territorio anexionado despu¨¦s de la invasi¨®n de febrero de 2022. Por todos estos motivos, la mejor esperanza para la paz, quiz¨¢s la ¨²nica, es un r¨¢pido avance militar ucranio en los pr¨®ximos meses.
?Puede aceptar Vlad¨ªmir Putin lo que a ojos de la opini¨®n p¨²blica externa parece una derrota? Como se?ala, Tymothy Snyder, en un r¨¦gimen como el de Putin es posible alejar el foco de la situaci¨®n de Ucrania y desviar la atenci¨®n hacia otras cuestiones. El control absoluto que ejerce el r¨¦gimen sobre la transmisi¨®n de informaci¨®n permite llegar a situaciones que en una democracia tendr¨ªan un alto coste para el Gobierno. Como nos advirti¨® George Orwell, en un Estado totalitario ¡ªy buena parte de los estudiosos del r¨¦gimen ruso coinciden que avanza con gran rapidez hacia el totalitarismo¡ª es perfectamente posible que Euroasia est¨¦ en guerra con Asia Oriental hoy, y ma?ana ambos pasen a ser aliados en un enfrentamiento con Ocean¨ªa, sin que nadie levante una pesta?a.
No son pocas las guerras en que ej¨¦rcitos mucho m¨¢s poderosos han salido derrotados frente a enemigos m¨¢s d¨¦biles. Conflictos en Argelia, Vietnam, L¨ªbano o Afganist¨¢n nos ofrecen ejemplos ilustrativos de potencias mundiales obligadas a retroceder a pesar de su superioridad militar. Hablamos de democracias que tuvieron que admitir su incapacidad de mantener el control de pa¨ªses en que pretend¨ªan detentar el monopolio de la fuerza o asistir a Gobiernos tutelados. Sus ¡°derrotas¡± desgastaron a sus Gobiernos, pero fueron asumidas como inevitables, y metabolizadas.
Si lo pudieron hacer democracias sometidas al escrutinio de la opini¨®n p¨²blica, no hay grandes razones para pensar que los Gobiernos autocr¨¢ticos no puedan metabolizar derrotas sin mayores consecuencias. Los aut¨®cratas que han sobrevivido a derrotas militares son numerosos y significativos. Nasser se sobrepuso a la derrota frente a Israel en 1967. Sadam Hussein no fue derrocado tras la derrota frente a Estados Unidos tras invadir Kuwait en 1991. Estados Unidos solo logro desalojarlo del poder 12 a?os despu¨¦s, tras una invasi¨®n a gran escala. Sin ir muy lejos, el r¨¦gimen de Franco abandon¨® Ifni, tras a?os de hostigamiento marroqu¨ª, sin que la opini¨®n p¨²blica en la metr¨®poli se hiciera apenas eco de la p¨¦rdida de una provincia espa?ola, en lo que algunos llamaron la ¡°guerra oculta¡± de Franco.
La historia contempor¨¢nea de Rusia tambi¨¦n ofrece ejemplos de aut¨®cratas que retuvieron el poder despu¨¦s de experimentar severas derrotas militares. El zar Nicol¨¢s II sufri¨® una terrible debacle contra Jap¨®n en 1905, Stalin fue severamente derrotado en la guerra con Finlandia en 1939, Yeltsin fracas¨® en la primera guerra de Chechenia en 1996 y a pesar de ello fue reelegido, y Mija¨ªl Gorbachov retir¨® tropas de Afganist¨¢n en 1988, sin ning¨²n tipo de oposici¨®n interna.
El camino m¨¢s probable a la paz pasa por una derrota rusa que le obligue a retirar las tropas de ocupaci¨®n. Muchas m¨¢s dudas ofrece el tercer escenario que baraja alguna canciller¨ªa y segmentos parlamentarios en Europa: el colapso y ca¨ªda de Putin, y la posible desintegraci¨®n de la Federaci¨®n Rusa. Y al expresar dudas, no pretendo hacer un juicio normativo. Putin ha cometido cr¨ªmenes horrendos que merecen castigo. Pero el tr¨¢nsito a este horizonte est¨¢ plagado de incertidumbres y se asemeja m¨¢s a una expresi¨®n de wishful thinking que a una evaluaci¨®n ponderada de la evidencia existente. A la luz de la informaci¨®n que disponemos sobre el r¨¦gimen de Putin, la implosi¨®n es improbable (no imposible) y quiz¨¢s aboque a escenarios indeseables, en que guerras internas dentro de la ¨¦lite rusa para ocupar el vac¨ªo que dejara Putin o bien tensiones territoriales entre el centro y las rep¨²blicas perif¨¦ricas puedan conducir a din¨¢micas ca¨®ticas. A nadie escapa que convulsiones como estas en el seno de una potencia nuclear entra?an riesgos de considerable calibre.
Estamos en un momento hist¨®rico crucial, en que Europa debe hacerse cargo de retos de seguridad y estabilidad que pueden poner en riesgo su modelo excepcional de desarrollo econ¨®mico, de democracia liberal y compromiso con los derechos humanos, la solidaridad social y la protecci¨®n de los m¨¢s d¨¦biles. Algunos hablan del fin de la inocencia. Una Europa que cobre conciencia geopol¨ªtica debe empezar a cuestionar mantras y reconocer que lo deseado no equivale necesariamente a lo probable ni a lo deseable. Y con ello seguir siendo Europa. Una Europa m¨¢s fuerte para seguir ambicionando todo aquello que la hace ¨²nica.
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