De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de James Bond
?A qui¨¦n estamos dispuestos a darle el poder de decidir sobre las intenciones de un autor muerto, y, por lo tanto, sobre el derecho que tiene de que sus palabras se conserven como las escribi¨®?
Ahora le ha tocado el turno a James Bond. Despu¨¦s del esc¨¢ndalo improbable que estall¨® hace unos d¨ªas, cuando se supo que la editorial de Roald Dahl en el Reino Unido hab¨ªa decidido ¡°corregir¡± (nunca fueron tan necesarias unas comillas) el lenguaje de sus libros, parece que la misma suerte correr¨¢n los de Ian Fleming, y por razones id¨¦nticas: se trata de eliminar las expresiones que los lectores de hoy puedan considerar ofensivas. Dahl escrib¨ªa sobre todo para ni?os, y la editorial incluy¨® en sus ediciones corregidas unas l¨ªneas que sin duda quer¨ªan tranquilizar, pero a m¨ª, por lo menos, acabaron preocup¨¢ndome m¨¢s: ¡°Este libro fue escrito hace muchos a?os, por lo que revisamos peri¨®dicamente el lenguaje para garantizar que todos puedan seguir disfrut¨¢ndolo hoy en d¨ªa¡±. La aclaraci¨®n aparece en la p¨¢gina legal; est¨¢ redactada en el tono paternalista que algunos usan para hablar con los ni?os, pero va dirigida sin duda a los adultos: a menos que ustedes conozcan a muchos ni?os que siempre lean cuidadosamente la p¨¢gina legal. M¨¢s all¨¢ de eso, la nota es fascinante, y merece por lo menos ser el punto de partida de una reflexi¨®n m¨¢s amplia.
Lo digo como lo dije hace una semana en la edici¨®n colombiana de este peri¨®dico: eso de la revisi¨®n peri¨®dica del lenguaje me parece salido directamente de 1984. La novela de George Orwell, que tanto nos ha servido en los ¨²ltimos a?os para ponerles nombre a los fen¨®menos de nuestro mundo nuevo, nos dej¨® t¨¦rminos como newspeak (que podr¨ªa traducirse como ¡°novolengua¡±), y pienso en el indefenso Roald Dahl y se me ocurre que eso es lo que buscan las nuevas ediciones de sus libros: traducirlos a la novolengua de la correcci¨®n pol¨ªtica. Lo he confirmado ahora, pues un art¨ªculo de The Telegraph me cuenta que las novelas de Bond se corregir¨¢n tambi¨¦n, y que las ediciones nuevas incluir¨¢n su propia nota explicativa: ¡°Este libro se escribi¨® en un tiempo en que eran normales t¨¦rminos y actitudes que los lectores modernos pueden considerar ofensivos¡±. Los editores nos explican que la nueva edici¨®n incluye ¡°una serie de actualizaciones¡±, pero que se han hecho siempre ¡°manteniendo la mayor fidelidad posible al texto original y a la ¨¦poca en que se ambienta¡±.
No s¨¦ si los lectores lo hayan hecho, pero los redactores de ese lavado de manos no parecen haberse percatado de las mil iron¨ªas que presentan sus poqu¨ªsimas palabras. Solo para empezar est¨¢ el reconocimiento de que el problema es el pasado, que es, como dice una novela, un pa¨ªs extranjero: all¨ª las cosas se hacen de manera diferente. Para estos editores, el asunto es muy sencillo: cuando un libro de otro tiempo nos diga cosas que no est¨¢n de acuerdo con nuestra mentalidad presente, hay que revisarlas (como se revisan las doctrinas de un partido pol¨ªtico) o tal vez actualizarlas (como un programa de ordenador que ha quedado obsoleto). Pero los que escribimos sobre el pasado sabemos que el pasado es problem¨¢tico porque no existe f¨ªsicamente: es una construcci¨®n enteramente mental. Es decir, el pasado solo existe mientras lo imaginamos, y lo imaginamos solo gracias a las historias que contamos o que han contado otros. Y este rid¨ªculo frenes¨ª de nuestro tiempo, este af¨¢n por conformar las creaciones pasadas a la moralidad presente, puede tener muy buenas intenciones, puede estar movido por emociones bien puestas y solidaridades genuinas, pero lo primero que lograr¨¢ es cerrarnos las puertas de acceso a ese lugar que ya no est¨¢, impedirnos entender c¨®mo se ve¨ªa ¡ªcomo se viv¨ªa¡ª el mundo de antes.
Hay otros problemas. Me entero de que una de las revisiones de las novelas de Fleming se refiere a una escena en la que Bond, hablando de un grupo de africanos que pueden o no ser delincuentes, comenta que son hombres ¡°bastante respetuosos de la ley, excepto cuando han bebido demasiado¡±. La correcci¨®n eliminar¨¢ la segunda parte de la frase, que se considera ofensiva. Yo puedo aceptar que lo fuera si el comentario lo hiciera una persona real ¡ªun pol¨ªtico, digamos, o un periodista, o un tuitero¡ª acerca de personas reales, pero me veo en la penosa obligaci¨®n de se?alar que no es as¨ª: que el comentario lo hace un personaje de ficci¨®n acerca de otros personajes de ficci¨®n. Y claro, los personajes de ficci¨®n tienen esa caracter¨ªstica inc¨®moda: dicen o piensan cosas que los lectores reales ¡ªy muy a menudo el autor real¡ª consideran reprobables, y lo hacen justamente para explorar e investigar los lados oscuros de lo que somos los seres humanos.
Es triste y lamentable y un poco vergonzoso vernos obligados a se?alar estas obviedades. Pero llevar el caso Bond a sus propios l¨ªmites l¨®gicos, ?no nos obligar¨ªa a corregir La caba?a del T¨ªo Tom, por ejemplo, porque en ella hay personajes racistas? Se me dir¨¢ que no, porque la intenci¨®n de Harriett Beecher Stowe es muy distinta de la de Fleming, y eso es cierto, sin duda, pero entonces viene la pregunta siguiente: ?qui¨¦n lo decide? ?A qui¨¦n estamos dispuestos a darle el poder de decidir sobre las intenciones de un autor muerto, y, por lo tanto, sobre el derecho que tiene de que sus palabras se conserven como las escribi¨®? ?Y qu¨¦ pasa, por otra parte, con los vivos? Hay una nueva figura en el mundo de los libros, los sensitivity readers, que no son m¨¢s que lectores expertos en las sensibilidades de un grupo determinado. Se han puesto de moda en el mundo anglosaj¨®n, y su misi¨®n es se?alar los momentos en que un libro pueda herir las sensibilidades de tal o cual grupo. La idea, como tantas otras de nuestro tiempo confundido, sale de emociones loables; pero a m¨ª me parece que tiene consecuencias perversas.
Leo la entrevista que una de estas lectoras de sensibilidad (no hay traducci¨®n posible que no suene feo) dio hace poco, a ra¨ªz de lo de Dahl. ?Por qu¨¦ se han vuelto tan populares los lectores de sensibilidad?, le pregunta el periodista, y la respuesta es transparente: ¡°Creo que los autores no quieren publicar un libro y verse metidos en una tormenta de Twitter, o darse cuenta por las rese?as de Amazon de que han cometido un error grande¡±. En otras palabras, el miedo a las multitudes sin forma de internet est¨¢ decidiendo lo que los autores se permiten decir: no hay que despertar a la bestia de la indignaci¨®n virtuosa, del postureo ¨¦tico, de las pol¨ªticas de la identidad; sobre todo, hay que cuidarse de ofender las sensibilidades personales, que son el nuevo territorio de lo sagrado. Si esto no es una manera de la censura, aunque se d¨¦ por caminos sinuosos y aunque muchas veces venga de los propios censurados, no se me ocurre qu¨¦ pueda serlo.
Se equivocan mucho quienes creen que lo sucedido en estos d¨ªas es menos grave por tratarse de ligeras novelas de espionaje (y quienes creen que los libros infantiles son menos importantes no tienen la menor idea de c¨®mo se forma un ciudadano, ya no digamos una persona), pues lo que est¨¢ en juego aqu¨ª es toda una manera de entender lo que hacen las ficciones. La literatura es un lugar de tensiones y contradicciones y problemas y oscuridades, y podemos discutir con ella, criticarla y despreciarla incluso; pero expurgarla para que no nos ofenda, purificarla de lo que nos choque o incomode, nos priva de formas invaluables de conocimiento, y habla menos de los defectos de la literatura, me parece, que de nuestra propia y lamentable fragilidad.
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