Universidad, al margen de la ley
Si esta instituci¨®n pierde el alma y no tiene un compromiso transformador de la sociedad, no puede ser excelente por muchos art¨ªculos que sus miembros consigan publicar en las revistas de impacto
En septiembre del pasado a?o la Conferencia de Rectores de las Universidades Espa?olas, la bien conocida CRUE, organiz¨® en la Universidad Internacional Men¨¦ndez y Pelayo de Santander un curso con un t¨ªtulo muy expresivo de lo que deber¨ªa ser la universidad: Excelencia con alma. Lo dirig¨ªan en esta ocasi¨®n Mar¨ªa Antonia Pe?a, miembro del comit¨¦ permanente de la CRUE, y Juan Juli¨¢, vicepresidente del mismo. El r¨®tulo del curso se inspiraba en un texto publicado en 2006 por el profesor Harry R. Lewis, que hab¨ªa sido decano de Harvard College: Excelencia sin alma. C¨®mo una gran universidad olvid¨® la educaci¨®n. Lewis criticaba a su propia universidad, tan c¨¦lebre por su excelencia acad¨¦mica porque figura en todas las clasificaciones universitarias, pero que ¡ªa su juicio¡ª carec¨ªa de alma, porque no formaba a sus alumnos en los valores universitarios, que son el motor que capacita para transformar la sociedad. Justamente lo que suger¨ªa el curso era impulsar una universidad capaz de preparar a los alumnos para una visi¨®n m¨¢s amplia de su misi¨®n, incluyendo el proyecto de perseguir los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).
Y, ciertamente, una universidad sin alma, sin un compromiso transformador de la sociedad, no puede ser excelente por muchos art¨ªculos que sus miembros consigan publicar en los primeros cuartiles de las revistas de impacto. Eso es estrategia burocr¨¢tica, no excelencia; es medir la calidad por una cantidad muy discutible. Cuando lo cierto es que educar en la excelencia, que se consigue compitiendo consigo mismo en cooperaci¨®n con otros, es lo que constituye la misi¨®n de la universidad. El alma de cualquier actividad es el motor por el que se pone en marcha y el motor de la universidad es formar personas excelentes. No se construye una sociedad democr¨¢tica con mediocres, menos a¨²n con negligentes o indiferentes. No dejar a nadie atr¨¢s ¡ªcomo se sugiere desde los ODS y desde la Ley Org¨¢nica del Sistema Universitario (LOSU)¡ª no significa crear una inmensa guarder¨ªa, para que nadie se pierda por las calles ni aumente el n¨²mero de los parados, sino universalizar la excelencia, ayudar a cada uno a empoderarse al m¨¢ximo, no transigir con la mediocridad. Esa es la tarea fundamental que se ha venido asignando a la instituci¨®n universitaria desde que naci¨® en Europa ¡ªen Bolonia, Par¨ªs, Oxford, Salamanca¡ª, se extendi¨® por Iberoam¨¦rica y solo m¨¢s tarde por Estados Unidos y por el resto del mundo. Es ya una instituci¨®n esencial de las sociedades modernas, un ¡°invento¡± del que europeos e iberoamericanos podemos estar orgullosos. Y justamente cuando algo es motivo de orgullo es un deber potenciarlo.
Naturalmente, a lo largo de su historia y en los distintos pa¨ªses se ha dotado a las universidades de diversas leyes, ahora en Espa?a la LOSU, una m¨¢s desde el inicio de la Transici¨®n, y tambi¨¦n se han adoptado distintas estructuras institucionales. Pero creo que lleva raz¨®n Alasdair MacIntyre cuando, siguiendo a Arist¨®teles, recuerda que en la vida social lo crucial son las actividades y las metas que dan sentido y legitimidad social a las actividades. Las leyes y las instituciones deben estar al servicio de las actividades, respald¨¢ndolas, facilitando alcanzarlas, y no es de recibo instrumentalizarlas con otros fines. Por eso importa preguntar: universidades, ?para qu¨¦? ?Cu¨¢l es el bien que ofrecen, sin el que perder¨ªamos en humanidad? ?Cu¨¢l es ¡ªpor decirlo con Ortega¡ª la misi¨®n de la universidad?
Volviendo la vista atr¨¢s, podr¨ªamos recordar c¨®mo la universidad medieval se esforz¨® por formar a aquellos profesionales, entonces fil¨®sofos, te¨®logos, juristas, m¨¦dicos, sin los que una sociedad no puede funcionar adecuadamente. Y hoy sigue siendo indispensable formar profesionales, con nuevos y diversos perfiles, que no sean solo t¨¦cnicos, sino que pongan los extraordinarios progresos tecnocient¨ªficos al servicio de la profesi¨®n, es decir, de las personas y de la naturaleza vulnerable.
Por su parte, la universidad liberal, fundada por Alexander von Humboldt, se propon¨ªa suscitar la pasi¨®n por descubrir la verdad a trav¨¦s de la investigaci¨®n y por transmitir ese empe?o a las generaciones m¨¢s j¨®venes, una meta irrenunciable, m¨¢s a¨²n en tiempos de presunta posverdad, cuando se hace cada vez m¨¢s patente la afirmaci¨®n de Tocqueville ¡°los hombres temen m¨¢s al aislamiento que al error¡±, que es el germen de la espiral del silencio. ?C¨®mo es posible que en pleno siglo XXI se haya degradado el af¨¢n de verdad frente a la moral del establo, que permite disfrutar del calor del reba?o? ?C¨®mo es posible que sea en campus universitarios, originariamente, los estadounidenses, pero despu¨¦s muchos otros, donde ha nacido la inquisici¨®n de la correcci¨®n pol¨ªtica y la cultura de la cancelaci¨®n, que cortan la libre expresi¨®n y suponen un retroceso rotundo en el proceso de ilustraci¨®n?
Las comunidades universitarias existen para hacer posible la deliberaci¨®n y el di¨¢logo serenos entre sus miembros sobre los m¨¢s diversos temas. No caben exclusiones de ning¨²n tipo. Precisamente porque, por fortuna, una de las notas de la comunidad acad¨¦mica en una sociedad democr¨¢tica, que ha costado mucho conquistar, es el pluralismo pol¨ªtico y ¨¦tico, propio de sociedades liberales, empe?adas en anular los totalitarismos. Como bien dice John Rawls, el pluralismo es un hecho, pero sobre todo es un bien que cuando se alcanza es preciso cuidar y potenciar. Es uno de los bienes que forman parte de lo que es justo. Por eso, como han denunciado distintas voces, como la de Universitaris per la Conviv¨¨ncia, a cuyo manifiesto se sumaron m¨¢s de mil profesores universitarios, el claustro universitario no puede tener como una de sus funciones ¡°analizar y debatir tem¨¢ticas de especial trascendencia¡±. Y no solo por la neutralidad ideol¨®gica que se exige a todas las administraciones p¨²blicas, que por supuesto, sino sobre todo por una raz¨®n ¨¦tico-pol¨ªtica de fondo: ¡°La universidad de una sociedad pluralista es y debe ser radicalmente pluralista, y adem¨¢s contagiar ese sereno pluralismo a la sociedad.¡± Es la comunidad universitaria en su conjunto, no el claustro, la que analiza y debate tem¨¢ticas desde la libertad de expresi¨®n y la libertad de c¨¢tedra, contando adem¨¢s con aquellas personas que juzgue oportuno invitar.
Hablaba Ortega hace ya un siglo del ¡°politicismo¡± como un mal, de esa absorci¨®n que la pol¨ªtica hace de la vida toda, pero tal vez ser¨ªa m¨¢s acertado hablar de ¡°partidicismo¡±, de ese af¨¢n de partidizar el conjunto de la vida humana, de forma que no quede un resquicio fuera del establo.
Hasta el momento no han sido acogidas en el texto de la LOSU las exigencias, bien fundadas y argumentadas, de colectivos universitarios, plurales en sus convicciones y adscripciones, que solo pretenden evitar que se otorgue al claustro una funci¨®n que no le corresponde en modo alguno.
Pero, por fortuna, ning¨²n texto es intocable, menos todav¨ªa si en este punto es tan contrario a la misi¨®n de la universidad. Las leyes y las instituciones han de estar al servicio de las metas de la actividad, la universitaria en este caso. Instrumentalizarlas para alcanzar otros objetivos implica corromper la vida, matarla por ley.
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