La estatua m¨¢s triste del mundo
A cada nombre le sigue la edad del asesinado en la hora de su martirio; la mayor¨ªa, de veintipocos a?os. No faltan los adolescentes
Pasados los d¨ªas, ya de vuelta a este lado del oc¨¦ano, no me quito de la cabeza el recuerdo de la estatua. Hab¨ªamos caminado junto a las cuatro estelas del parque de la Memoria, en Buenos Aires, una zona de esparcimiento y reflexi¨®n cercana al ancho r¨ªo. Mi acompa?ante me iba explicando. Yo miraba con una mezcla de estupor y pena los nombres cincelados en las placas de p¨®rfido, dispuestas en el muro por orden alfab¨¦tico y por a?os. Los nombres corresponden a unas 9.000 v¨ªctimas del terrorismo de Estado en Argentina, muy abundantes en 1976 y 1977. A cada nombre le sigue la edad del asesinado en la hora de su martirio; la mayor¨ªa, de veintipocos a?os. No faltan los adolescentes. Vi una rosa roja prendida en una hendidura y a una se?ora acariciar con mano lenta un nombre. Yo quise rescatar alguno para mi memoria. Era imposible. ?Son tantos! Se habla de 30.000 desaparecidos. Descubr¨ª, junto al nombre de varias mujeres, la palabra embarazada.
Bajando la ¨²ltima rampa se llega a un mirador. Entonces lo vi, de pie sobre las aguas rizadas, como a 70 metros de la orilla, mantenido a flote por un sistema de cuatro boyas. La estatua, de acero inoxidable, da la espalda al observador, como si se alejara de este r¨ªo adentro. Es obra de Claudia Fontes. Primero me pareci¨® un se?or. Es un pibe, que dicen all¨¢, y tiene nombre: Pablo M¨ªguez, de 14 a?os cuando arrojaron su cuerpo al r¨ªo de la Plata. Tambi¨¦n su madre fue asesinada por esas gentes feroces de las que Guillermo Altares, en Los silencios de la libertad, dice que nos matan para salvarnos de nosotros mismos. Los ha habido y los hay de similar cala?a en otras partes, yo bien me acuerdo... Por la cuenta que nos trae, m¨¢s vale que cuidemos la democracia. Al evocar mi ¨²ltima mirada al ni?o Pablo, me vienen aquellos versos de Jos¨¦ Hierro: ¡°No he dicho a nadie / que estuve a punto de llorar.¡±
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