La memoria, tan lejos de la muerte
El Parque de la Memoria de Buenos Aires no cuenta la historia de las v¨ªctimas, sino la de todos los argentinos. Es un impecable monumento de reconciliaci¨®n
UN MUCHACHO EST? de pie sobre el r¨ªo de la Plata, mirando al horizonte. La escultura es plateada, como el agua, y cuando la veo, un cormor¨¢n negro est¨¢ posado sobre la cabeza. Las manos unidas a la espalda, la cabeza alta, transmite una profunda sensaci¨®n de paz. En la realidad se llam¨® Pablo M¨ªguez. Desapareci¨® a los 14 a?os y nunca ha aparecido su cad¨¢ver. La escultora Claudia Fontes lo escogi¨® porque, si hubiera sobrevivido, Pablo y ella tendr¨ªan hoy la misma edad.
Veinticinco columnas de metal blanco se levantan sobre una pradera, el r¨ªo al fondo. Parecen manchadas de negro, pero los trazos oscuros adquieren sentido seg¨²n el punto de vista del espectador. Hasta que en un lugar concreto dibujan el rostro de un hombre. Es el padre del escultor Nicol¨¢s Guagnini, que desapareci¨® cuando el artista ten¨ªa 11 a?os. Hoy su efigie aparece y desaparece continuamente, entre el cielo, el agua y la superficie intermitente de las columnas blancas. Sobre una de ellas, un p¨¢jaro ha hecho su nido.
Tres grandes siluetas huecas de metal, como figuras geom¨¦tricas rematadas por un v¨¢stago y un c¨ªrculo, el cuello y la cabeza de cada una, se levantan frente al r¨ªo. El cielo y el agua rellenan los cuerpos vac¨ªos, un tri¨¢ngulo, un rect¨¢ngulo y un trapecio que sugiere un embarazo. Roberto Aizenberg recuerda as¨ª a Mart¨ªn, Jos¨¦ y Valeria, los tres hijos de su pareja, Matilde Herrera, que fueron secuestrados y desaparecidos entre 1976 y 1977.
Estoy en el Parque de la Memoria de Buenos Aires, un inmenso jard¨ªn p¨²blico situado en la franja costera del r¨ªo de la Plata. Hoy es domingo y est¨¢ lleno de vida, parejas que pasean de la mano, familias con ni?os peque?os, gente que corre o monta en bicicleta y muchos perros con sus due?os. Este no es un parque como los dem¨¢s. Entre los paseos y los ¨¢rboles, el agua siempre al fondo, se levantan cuatro grandes muros de color bronce. Por un lado, parecen sostenerse en una estructura de grandes piedras recubiertas por una alambrada. Por el otro, muestran una abrumadora lista de nombres de personas, inscritas en casi 9.000 de las 30.000 placas de p¨®rfido previstas para que todos los nombres de las v¨ªctimas de la dictadura militar puedan leerse aqu¨ª alg¨²n d¨ªa. Hoy recogen la memoria de las que han sido identificadas con certeza, clasificadas por el a?o de su desaparici¨®n en orden alfab¨¦tico. Algunas inscripciones son m¨¢s largas que otras, porque recuerdan a desaparecidas que estaban embarazadas. Nueve esculturas, entre ellas las tres que m¨¢s me impresionaron, rodean las estelas. El conjunto es conmovedor, un lugar emocionante pero en absoluto truculento, donde el arte se convierte en un elemento de curaci¨®n, un puente entre la muerte y la vida.
Paseo por el parque junto a una impactante instalaci¨®n que resume la historia del golpe de Estado de 1976, sus antecedentes y sus consecuencias, en una hilera de paneles con las formas y colores de las se?ales de tr¨¢fico, y admiro profundamente este proyecto, la inteligencia y la sensibilidad de quienes lo planearon, su car¨¢cter de espacio vivo, habitable, sereno, destinado a ser invadido por la gente sin perder su car¨¢cter de memorial. Porque la historia que cuenta no es la de las v¨ªctimas, sino la de todos los argentinos, y todos ellos encuentran aqu¨ª un lugar, para mirar al r¨ªo, para comer con sus hijos al aire libre o para llorar a sus muertos. Es un recinto admirable, un impecable monumento a las v¨ªctimas, un impecable compromiso de vida y reconciliaci¨®n.
Ahora que todo el mundo opina sobre el destino de Cuelgamuros, este parque reafirma mis convicciones. Cualquier museo de la memoria debe ser una obra de nueva planta, concebida con la misma inteligencia, con el mismo cuidado, para conquistar los mismos prop¨®sitos que aqu¨ª se cumplen. La ESMA, donde se tortur¨® a tantas de las personas cuyo nombre se lee aqu¨ª, est¨¢ muy cerca. Se puede visitar, contemplar en todo su horror, pero a nadie se le ocurri¨® sustituir este parque por aquel edificio siniestramente c¨¦lebre.
El Valle de los Ca¨ªdos debe ser, como la ESMA, un lugar visitable. Y nada m¨¢s. Porque la memoria es un asunto del presente que se proyecta hacia el futuro, y s¨®lo as¨ª debemos tratarla.
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