Ripley
Imagino a un personaje de una novela de Patricia Highsmith asomado a una grieta de su libro tomando nota de mis posturas, de mis gestos
Los personajes de las novelas que reposan en las estanter¨ªas se asoman a mi cuarto de trabajo a trav¨¦s de las grietas que el uso ha formado en el lomo de los vol¨²menes. Me miran y hablan entre ellos de dimensiones alternativas de la realidad en las que hay mesas y sillas y frascos de medicinas, igual que en aquellas en la que transcurren sus vidas. Madame Bovary o Raskolnikov o Gregorio Samsa me vigilan cuando escribo, cuando enciendo un cigarrillo clandestino, cuando, desesperado, recorro la habitaci¨®n de un lado a otro, y se preguntan qui¨¦n rayos soy. Me observan con la extra?eza con la que yo los observo a ellos, aunque con la diferencia de que yo s¨¦ c¨®mo viajar a su mundo, pero ellos no han hallado el modo de descender al m¨ªo.
Quiz¨¢ cuando me voy de casa, logren abandonar las p¨¢ginas de los libros y salir al pasillo y entrar en mi dormitorio, donde tal vez deshagan la cama y busquen la huella de mi cuerpo entre las s¨¢banas. Se asombrar¨¢n ante la tangibilidad de los objetos: el term¨®metro, el cepillo de dientes, el monomando de acero del lavabo. Si pudieran tirar de la cadena del retrete, sonreir¨ªan ante esa cascada ruidosa de agua real, no un agua hecha de palabras, como aquella a la que ellos est¨¢n acostumbrados, sino de dos ¨¢tomos de hidr¨®geno y uno de ox¨ªgeno. La palabra agua no moja como la palabra perro, seg¨²n Ferlosio, no ladra.
El caso es que no logro concentrarme en la lectura del peri¨®dico, porque mientras mis ojos repasan mec¨¢nicamente las noticias, imagino a un personaje de una novela de Patricia Highsmith asomado a una grieta de su libro tomando nota de mis posturas, de mis gestos. El sill¨®n donde leo la prensa cae frente a la secci¨®n de la novela polic¨ªaca. Es posible que el propio Ripley est¨¦ d¨¢ndole vueltas a la idea de matarme, quiz¨¢ para sustituirme. Al final, me voy a leer al ba?o.
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