La campa?a del miedo
Hoy, lo que deber¨ªa ser el d¨ªa de la fiesta de la democracia se va a convertir para la mayor¨ªa en el d¨ªa de la tortura, de la ansiedad ante la posible victoria del otro
?Hasta qu¨¦ punto podemos considerar que vivimos en una sociedad libre cuando la mitad de una sociedad teme ser gobernada por los representantes de la otra mitad? Lo l¨®gico es que ¡°prefieran¡± que le gobiernen los suyos, ?pero sentir miedo ante el otro? Pues bien, esta indeseable emoci¨®n es la que se nos ha venido instigando a lo largo de toda la campa?a. Lo normal e inevitable es que suba la temperatura de la tensi¨®n interpartidista, que se subrayen las diferencias con los adversarios, que se exageren hasta la hip¨¦rbole los m¨¦ritos propios y los dem¨¦ritos del contrario. Pero en el fondo siempre han sido campa?as donde imperaban estrategias de seducci¨®n, no de amedrentamiento. Hoy, lo que deber¨ªa ser el d¨ªa de la fiesta de la democracia se va a convertir para la mayor¨ªa en el d¨ªa de la tortura, de la ansiedad ante la posible victoria del otro.
Lo que esto denota, y ante lo que me revuelvo, es la poca confianza que tenemos en nuestras instituciones. No en vano est¨¢n dise?adas para evitar cualquier exceso de las mayor¨ªas y se supone que garantizan que no hay nada que temer, que nuestros derechos est¨¢n a buen recaudo. El miedo, como dec¨ªa Montesquieu, es lo propio de los gobiernos desp¨®ticos, es, siguiendo ahora a Spinoza, incompatible con la libertad. Por eso nos aferramos a la democracia liberal, a ese sutil y complejo mecanismo encargado del control del poder. Y esa es la raz¨®n tambi¨¦n por la que siempre advertimos del peligro asociado a esa casi irrefrenable tendencia de los partidos a hacerlas suyas, o frente a las derivas populistas, cuyo objetivo ¨²ltimo es eliminar todo obst¨¢culo a la acci¨®n de la mayor¨ªa.
Salvo alguna alusi¨®n aislada al CIS, ?han escuchado alguna propuesta dirigida a fortalecerlas, alg¨²n atisbo de llamada al consenso para diluir la sospecha que tiende a recaer sobre ellas? Lo que se nos ha estado imbuyendo de forma insistente y con ribetes moralizadores es que el adversario es ¡°inelegible¡±. Ojo, no que sea peor o est¨¦ menos capacitado que nosotros para gobernar, que ser¨ªa lo normal, sino que no es (moralmente) digno de hacerlo. Ha vuelto a resonar ¡ªen una enorme variedad de formulaciones¡ª ese mantra de la vieja campa?a de Madrid del ¡°libertad o comunismo¡± o ¡°democracia o fascismo¡±. ?Hasta qu¨¦ punto es libre una sociedad en la que al ciudadano se le cercena la posibilidad de elegir entre aut¨¦nticas alternativas? En el ¨¢mbito discursivo, se entiende.
Quiero pensar que ese azuzamiento del miedo al adversario que hemos venido sufriendo es m¨¢s un atajo ret¨®rico de los partidos, el recurso m¨¢s econ¨®mico para movilizar y conseguir votos, que una convicci¨®n firme; que ha sido instigado m¨¢s por el propio temor de unos a perder el poder o el de otros a no alcanzarlo. Pero en el camino se nos ha hurtado la posibilidad de comparar y analizar programas. Sobre todo, porque detr¨¢s de cada uno de los bloques hay dos modelos de sociedad que han quedado sin ser contrastados. Solo hemos accedido a su caricatura; cada cual ha hablado del adversario, de lo que nos espera si gobierna, m¨¢s que de s¨ª mismo. Yo tengo claro cu¨¢l es el modelo que prefiero, pero es por convicci¨®n racional, no por adscripci¨®n identitaria emocional. Por eso preferir¨ªa menos consignas y baile de pasiones, y m¨¢s debates sobre temas monogr¨¢ficos, no ese popurr¨ª en el que se discute de todo y al final de nada, y luego se punt¨²a a los candidatos por su habilidad como gladiadores ret¨®ricos al uso; es decir, por su capacidad para enlazar zascas. Pero debo de estar trasnochado. Feliz d¨ªa electoral.
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