El riesgo de Puigdemont
Cualquier paso que favoreciese a la coalici¨®n ¡®de facto¡¯ PP-Vox en la Mesa del Congreso o en la investidura ser¨ªa seguramente penalizado por el electorado catal¨¢n y alejar¨ªa m¨¢s a los ¡®indepes¡¯ radicales de la centralidad
Todos tenemos una cosa clara, as¨ª que no hay que insistir demasiado. Pedro S¨¢nchez corre el riesgo de no ser investido. ?l, y la continuidad renovada de su proyecto. Y m¨¢s a¨²n lo corre Alberto N¨²?ez Feij¨®o, pues su bloque azul-negro goza de entrada de menores expectativas.
Todos enfatizamos el parad¨®jico rol crucial que en esta ocasi¨®n puede desempe?ar el l¨ªder indepe trasterrado Carles Puigdemont, la aritm¨¦tica canta (Junts ha perdido el 62% de los votos de CiU en 2011, pero incide en la investidura m¨¢s que nunca). Y ya desde hoy, cuando se dirime la composici¨®n de la Mesa del Congreso, primera piedra de s¨ª misma. Y de la investidura.
El hombre de Waterloo puede facilitar presidencias progresistas (de la C¨¢mara, del Gobierno) o un vuelco reaccionario, s¨ª. Pero se recuerda poco que al propiciar una u otra salida incurre en un gran riesgo.
Un riesgo de fondo, que parte de la posible confusi¨®n entre la elecci¨®n de los diputados y el ejercicio de su funci¨®n una vez en posesi¨®n de su acta. Los parlamentarios se eligen por listas ideol¨®gico-pol¨ªticas. Pero una vez electos representan a todos los ciudadanos, independientemente de la lista por la que salieron. O, m¨¢s exactamente, componen un cuerpo institucional que se debe ¨ªntegramente a todos los votantes: un diputado separatista sirve a los electores ultracentralistas extremos, y a la inversa. Su mandante es el mismo soberano.
Eso explica que el desempe?o de un mismo pol¨ªtico antes y despu¨¦s de la elecci¨®n pueda diferir ¡ªaunque mejor si no se contradice¡ª, pues antes era asunto privativo de sus seguidores y despu¨¦s, inversi¨®n tambi¨¦n de sus contrarios. El antes plasma lo que quiere; el despu¨¦s, lo que puede.
Esta disquisici¨®n es ¨²til en tiempos de griter¨ªo y polarizaci¨®n, porque prima lo institucional sobre lo particular. Pero lo es mucho m¨¢s hoy, y trat¨¢ndose de pol¨ªticos (catalanes, aunque no solo) que se reclaman nacionalistas: que no reconocen soberan¨ªas de m¨¢s amplio espectro, como no veneran las supranacionalidades. Si uno aspira a representar a su naci¨® debe ante todo acreditar que en ella caben todos sus connacionales, idea que tiende hoy a prosperar entre los nacionalismos vascos. Y no solo cabe una parte (ahora declinante), lo que ha sido emblema durante a?os en el imaginario processista catal¨¢n. El mundo al rev¨¦s de lo que sol¨ªa parecer.
Si el 23-J el plebiscito contra el sanchismo fracas¨®, en Catalu?a se hundi¨®. Otra vez, como en la guerra del franc¨¦s o en el refrendo de la Constituci¨®n de 1978, se ha registrado lo que Pierre Vilar llam¨® ¡°unanimismo¡±. En este caso, la residualizaci¨®n de la derecha y la ultraderecha de ¨¢mbito espa?ol: no es solo un descabalgamiento, sino la expresi¨®n de un rechazo frontal, contundente, colosal. Y ese derrumbe, pol¨ªtico pero tambi¨¦n moral, se ha producido no gracias al empuje del independentismo, sino precisamente por su retroceso.
Eso implica algo que todos los vectores del desunido universo secesionista deben grabar en oro: cualquier paso que suponga favorecer a la coalici¨®n de facto PP-Vox, o a investir a su candidato, ser¨ªa seguramente penalizado por el electorado catal¨¢n. Ese es el contenido material del riesgo en que incurre ahora mismo Junts. Para su infortunio intelectual, el paradigma que revisit¨® en la campa?a, seg¨²n el que el voto al PP y al PSOE son iguales desde una ¨®ptica catalana, naufrag¨®. Los votos al PSC (1,2 millones) no solo superaron a los tres fragmentados partidos independentistas, incluida la CUP (no llegaron a 960.000), sino que abrasaron a Junts, triplic¨¢ndole.
De eso no se infiere, obviamente, que alguien tenga que renunciar a su propio partido, sino que los diputados indepes electos deber¨ªan tener en cuenta las consecuencias pol¨ªticas de esos datos, y no solo por su propio inter¨¦s (la supervivencia). Y pues, que tambi¨¦n el ¡°mandato¡± democr¨¢tico del Congreso al que concurren (?ay! de la nostalgia del mandat secesionista que invocaron ateni¨¦ndose a los pseudoreferendos) aconsejar¨ªa modular sus aspiraciones propias. Forman ya parte de un cuerpo pol¨ªtico, el Parlamento espa?ol, en el que pueden tanto defender sus posiciones como deben tomar en consideraci¨®n al resto de votantes. Sobre todo a los ciudadanos catalanes ¡ªa los que prometen defender¡ª, y m¨¢s a¨²n si se han manifestado di¨¢fana y concluyentemente en las urnas.
Algunos quiz¨¢ relativicen ese riesgo de un futuro residual. Les valdr¨ªa el argumento de que la pol¨ªtica actual es de fast food, como denunciaba Jacques Delors, cualquier logro dura un minuto, cualquier rev¨¦s, dos. Pero esa ley rige menos en Catalu?a, donde somos m¨¢s bien rumiantes. A¨²n discutimos sobre la guerra de Sucesi¨®n y la derrota austracista de 1714 como si fueran de hoy. Y la memoria de los excesos policiales del 1-O de 2017 sigue enconando posiciones. Un plant¨®n a la catalanidad en forma de obst¨¢culo al ampl¨ªsimo inter¨¦s catal¨¢n que abandera una alianza liberal-progresista de investidura perjudicar¨ªa durante tiempo a Junts. Cierto que barri¨® el paso a una alianza local m¨²ltiple contra los ultras en Ripoll, pero esto va de otra dimensi¨®n.
Adem¨¢s de ese autoperjuicio existencial, podr¨ªa tener que afrontar otros riesgos adicionales. Como la p¨¦rdida de centralidad en el tablero negociador, al equiparar de hecho a Vox con los progresistas. Y su orfandad institucional, pues no encabeza ninguna instancia supramunicipal. Formar parte tanto del bloque de una Mesa del Congreso (mejor si pudiese y quisiera presidirla un diputado del PNV, lo que centrar¨ªa al Gobierno, ampliar¨ªa su per¨ªmetro, disipar¨ªa la sensaci¨®n de patrimonialismo y ahuyentar¨ªa a los cazamoderados de la reacci¨®n) como de una alianza de investidura, ambas de progreso, le otorgar¨ªa mayor potencia, palanca, poder.
Tambi¨¦n por eso es desafortunado el lapsus linguae de Puigdemont al comparar, traicionando el subconsciente, la configuraci¨®n de la Mesa con una subasta. Primero, porque subastas las hay de todo tipo. Por ejemplo, ¡°a la holandesa¡±, de modo que empiezan con un precio alto para reducirlo a gran velocidad hasta que surge un comprador que lo case, el m¨¦todo tradicional de la cofrad¨ªa de pescadores en la subhasta del peix de Llan?¨¤. Segundo, porque esa calificaci¨®n erosiona el sentido institucional que todos han de priorizar a la hora de abordar las cuestiones institucionales de la democracia. Y tercero, porque introduce confusiones entre la elecci¨®n de la Mesa y la investidura presidencial. Por supuesto que aquella constituye un pr¨®logo pol¨ªtico y supone un pelda?o en la orientaci¨®n de esta. Pero en una se fragua el estilo de gobernanza de la soberan¨ªa, compete a todos. Y en otra, la de su gesti¨®n y ejecuci¨®n, corresponde al conjunto que alcance la mayor¨ªa.
Por eso mismo, la carta de navegar de cada partido para la Mesa y para la investidura, sin ser contradictorias, conviene que no sean exactas. La de la Mesa debe corresponderse m¨¢s con el procedimiento de la legislatura: ser¨ªa mejor que abordase cuestiones de m¨¦todo, por ejemplo, un acuerdo sobre la frecuencia de encuentros de la mesa de di¨¢logo, mensual, o trimestral, o al cumplimentarse ciertas bases. Y la de la investidura, enfocarla a cuestiones m¨¢s de fondo (pol¨ªtica penal y penitenciaria de los afectados por las causas del proc¨¦s, revisi¨®n del encaje estatutario actual). Que pavimentasen el camino hacia un aut¨¦ntico pacto de legislatura con mandatos abiertos pero concretos, que aislasen a la C¨¢mara de cualquier minucia coyuntural y facilitasen una estabilidad gubernamental menos ruidosa y sincopada que la anterior.
Ah¨ª est¨¢n interesados todos (menos dos). Quiz¨¢ el candidato socialista tenga que realizar concesiones para encumbrarse (que tambi¨¦n), pero a todos menos a los azul-negros les resulta imperioso sortear el mandato de estos. ?A qu¨¦ amnist¨ªa, indulto o cortes¨ªa aspirar¨ªa la c¨²pula de Junts sobre la firma de Feij¨®os, Abascales o Ayusos? Urge argumentarlo.
As¨ª que o la secuencia progresista, o un circo de polizones, o el drama de la cacofon¨ªa, o el fantasma autoritario que pretende sojuzgar a Catalu?a, a Espa?a, a Europa.
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