Delincuencia artificial
Una docena de escritores, entre los que se encuentran John Grisham, Jonathan Franzen y George R. Martin, ha interpuesto una demanda contra la creadora de ChatGPT por ¡°el robo sistem¨¢tico a escala masiva¡± de sus obras
En una de las sesiones literarias del festival Centroam¨¦rica Cuenta que acabamos de cerrar en Madrid, escuch¨¦ decir a alguno de los ponentes que muchos de nosotros viv¨ªamos en el siglo XXI siendo del siglo XX, una de esas verdades que nos habitan sin alcanzar a reconocerlas. La brecha es enorme, y si acudimos a los conceptos de inmigrantes digitales y nativos digitales, el abismo nos parece a¨²n m¨¢s insalvable.
Yo, que ya nunca podr¨¦ acomodar los dedos pulgares en el inc¨®modo teclado de la pantalla del tel¨¦fono, y que, como no aprend¨ª las tediosas reglas de los manuales de mecanograf¨ªa sigo escribiendo con los ¨ªndices, debo aceptarme como un homo analogicus que emigra, con temor y temblor, a la era digital, y busca vivir en ella.
Extra?o siglo XXI. Aqu¨ª se hacen las cosas de manera diferente. Un ni?o que a¨²n no aprende a hablar, repasa el dedo sobre la fotograf¨ªa en el viejo ¨¢lbum en el intento de moverla, hacerla desfilar. Es un nativo digital que cuando entre en la escuela no sabr¨¢ nada de cuadernos de papel, ni de bol¨ªgrafos, ni de l¨¢pices de grafito, y se sentar¨¢ frente a una pantalla. Y solo ver¨¢ las c¨¢maras fotogr¨¢ficas y los rollos de pel¨ªcula en la vitrina de un museo.
En mi siglo XX la inteligencia era natural, hoy es artificial. O convive la natural con la artificial, y una se defiende de la otra, mientras pueda. Hab¨ªa quienes ten¨ªan buena o mala memoria. Hoy los mega cerebros digitales lo saben todo y lo recuerdan todo, su poder es invasivo y se convierten en verdaderos depredadores, de manera que la inteligencia artificial, sin l¨ªmites de responsabilidad, est¨¢ dando paso aceleradamente a la delincuencia artificial. Y las leyes penales son obsoletas, est¨¢n hechas s¨®lo para seres humanos.
Empecemos por lo que me toca m¨¢s de cerca, la creaci¨®n literaria. La semana pasada, cerca de una docena de escritores, entre los que se encuentran autores de best sellers como John Grisham, Jonathan Franzen y George R. Martin, cuyas novelas han sido la base de la afamada serie Juego de tronos, han interpuesto una demanda judicial en Nueva York contra OpenAI, creadora del ChatGPT, por ¡°el robo sistem¨¢tico a escala masiva¡± de sus obras, que conlleva la violaci¨®n masiva de sus derechos de autor.
Los chatbots, tales como el GPT (transformadores generativos preentrenados), dotados de lo que en el argot cibern¨¦tico se llama ¡°inteligencia artificial generativa¡±, al ser alimentados con obras literarias son capaces luego no solo de recordarlas literalmente, sino de recrearlas, y reproducir los contenidos y estilos para escribir obras paralelas que se parezcan a las originales, en el lenguaje caracter¨ªstico del autor. Es decir, un inspirado o descarado plagio.
Estos cerebros de circuitos alambrados, ah¨ªtos de informaci¨®n, como el ChatGPT, son capaces de mantener una conversaci¨®n sobre cualquier tema, responder a preguntas complejas, elaborar informes t¨¦cnicos y tesis de grado, y traducir cualquier lengua. Lo mismo puede hacer Bing, otro de los cerebros artificiales, o Bardo, m¨¢s sofisticado en t¨¦rminos de imitar la creaci¨®n literaria, porque Bardo es, sobre todo, poeta, una ¡°herramienta creativa¡± capaz de escribir odas o sonetos, o versos blancos, a solicitud y gusto del cliente.
Pero adem¨¢s de plagiarios, estos cerebros tienen otras inclinaciones malignas. Los deepfakes, por ejemplo, producen im¨¢genes y voces que toman como modelo a una persona real y la sustituyen, adue?¨¢ndose de su apariencia y de sus expresiones. A trav¨¦s de estos ¡°medios sint¨¦ticos¡±, alguien aparece en pantalla dando opiniones que no son las suyas, calumniando o difamando a otro, y son capaces de enga?ar hasta a los mismos algoritmos y a los identificadores biom¨¦tricos. Una nueva forma de suplantaci¨®n de identidades que da paso a nuevas ramas de delitos, porque estas ¡°personas alternas¡±, que se apropian de tu alma y de tu cuerpo, pueden estafar y defraudar, hipotecar lo tuyo, abrir en tu nombre cuentas bancarias, o vaciarlas.
O prestarse al ejercicio de la pornograf¨ªa infantil. Los deepfakes son capaces de desnudar a las personas. El cerebro artificial imagina el cuerpo, tras calcular sus vol¨²menes y proporciones, y le quita la ropa, sea un adulto o un ni?o. Es lo que acaba de ocurrir en Espa?a con unos menores de edad en Extremadura.
En todo hay grandes paradojas. La inteligencia artificial no se cre¨® sola es hija de la inteligencia natural. En las escuelas de primaria en Silicon Valley, adonde acuden los hijos de los inventores de la inteligencia artificial, all¨ª donde se dise?an y fabrican los grandes cerebros capaces de delinquir, el uso de cualquier artefacto electr¨®nico est¨¢ proscrito. Preparan a los ni?os para la vida como seres anal¨®gicos, como futuros emigrantes, lejos a¨²n de la enajenaci¨®n del mundo de los nativos digitales. Las maestras son de carne y hueso, las pizarras son de verdad, y se escribe sobre ellas con tiza, y los ni?os utilizan cuadernos de papel, l¨¢pices de grafito, y bol¨ªgrafos.
Quienes est¨¢n cambiando el mundo, inventando cerebros capaces de alterar la vida social de manera tan profunda, y abrir el futuro a planos insospechados, reservan para sus hijos el pasado tradicional que puede tocarse, mientras afuera la irrealidad se multiplica en espejismos para que lo falso sustituya a lo verdadero, libros, rostros, voces.
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