Un golpe catastr¨®fico
Hace cien a?os Miguel Primo de Rivera, empapado de populismo y nacionalismo, dio un paso que interrumpi¨® m¨¢s de un siglo de experiencias constitucionales e hizo muy dif¨ªcil encontrar en Espa?a unas reglas de juego acordadas por la izquierda y la derecha
Hace cien a?os, el 13 de septiembre de 1923, el capit¨¢n general de Catalu?a, Miguel Primo de Rivera, publicaba un manifiesto empapado de nacionalismo y populismo. En ¨¦l exig¨ªa que, tal y como demandaba el pueblo sano, se quebrara la legalidad vigente: para salvar a la patria de revolucionarios y separatistas, los corruptos pol¨ªticos que se alternaban en el gobierno deb¨ªan hacerse a un lado y dejar paso al ej¨¦rcito. El mensaje se aderezaba con expresiones machistas: ¡°el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada ¨Cdec¨ªa¡ª, que espere en un rinc¨®n¡±. Y estallaba en un ¡°?Viva Espa?a y viva el Rey!¡±. D¨ªa y medio m¨¢s tarde, Alfonso XIII lo nombraba presidente de un in¨¦dito directorio militar. Con ese gesto arrancaba la primera dictadura espa?ola del siglo XX, que dur¨® algo m¨¢s de seis a?os y trastorn¨® por completo la marcha del pa¨ªs.
Hasta la d¨¦cada de los noventa, entre historiadores y comentaristas cund¨ªa una imagen ben¨¦vola de aquel r¨¦gimen autoritario, tan simp¨¢tica como la figura varonil y castiza del propio dictador. Muchos lo consideraban un par¨¦ntesis con escasas consecuencias, que ni siquiera hab¨ªa renunciado del todo a los principios liberales, y con m¨²ltiples efectos positivos. Al fin y al cabo, en los felices veinte coincidieron, para legitimar aquel mandato, la bonanza econ¨®mica, un final victorioso de las campa?as en Marruecos, el fomento de las obras p¨²blicas y la brillantez de las exposiciones internacionales de Barcelona y Sevilla. Su contraste con el interminable franquismo, erguido sobre una carnicer¨ªa y una m¨ªsera postguerra, reforzaba ese halo.
Tras las valoraciones favorables subyac¨ªa asimismo la vigencia de las diatribas regeneracionistas que, al denigrar el sistema constitucional de la Restauraci¨®n ¨Ccontrolado por oligarcas y caciques¡ª, hab¨ªa facilitado una acogida expectante del pronunciamiento. Primo se erig¨ªa, con mejor o peor fortuna, en el cirujano de hierro destinado a extirpar el c¨¢ncer caciquil. Algunos de los especialistas m¨¢s influyentes sosten¨ªan que el liberalismo din¨¢stico estaba ya agotado y no quedaba otra salida, o que la militarada no significaba sino la continuaci¨®n, por otros medios, del dominio olig¨¢rquico tradicional. Los paladines del monarca, que nunca escasearon, a?ad¨ªan que don Alfonso, ajeno a las conspiraciones, tuvo que plegarse a los deseos de la opini¨®n p¨²blica y por eso traicion¨® la Constituci¨®n que hab¨ªa jurado defender. Los errores, si los hubo, quedaban perdonados por el patriotismo de los implicados, que evit¨® una temprana guerra civil y trajo un remanso de paz laboral.
Estas bendiciones encontraron algunos obst¨¢culos, que han crecido conforme avanzaban los estudios sobre el periodo. El an¨¢lisis de la vida pol¨ªtica de la Restauraci¨®n decant¨® juicios m¨¢s ponderados, que junto a las pr¨¢cticas fraudulentas y a la inestabilidad gubernamental destacaron su relativo respeto a derechos y libertades, como la de prensa, o su capacidad para integrar fuerzas diversas, del catalanismo conservador al reformismo republicano. La revitalizaci¨®n del parlamento, que abri¨® investigaciones sobre la desastrosa derrota frente a los marroqu¨ªes en Annual, o el avanzado programa del ¨²ltimo gabinete liberal, que inclu¨ªa reformas constitucionales y sociales, avalaban ese optimismo, e incluso una hipot¨¦tica transici¨®n a la democracia. En cualquier caso, el triunfo del golpe no parec¨ªa ya inevitable, m¨¢s a¨²n cuando Alfonso XIII pudo abortarlo: con la mayor¨ªa de las guarniciones dispuestas a obedecerle, su temprano respaldo al gobierno y el castigo a los sediciosos habr¨ªan enderezado la situaci¨®n. Pero el monarca desconfiaba del parlamentarismo, que consideraba ca¨®tico y d¨¦bil ante las amenazas subversivas procedentes de Mosc¨², y que en Espa?a se atrev¨ªa adem¨¢s a poner en cuesti¨®n su propio manejo del ej¨¦rcito colonial. A la altura de 1923, compart¨ªa los valores de los golpistas y baraj¨® convertirse ¨¦l mismo en dictador.
M¨¢s a¨²n, los an¨¢lisis de la dictadura han revelado sus debilidades, como la incapacidad para alumbrar un nuevo marco institucional, causada por las discrepancias entre sus partidarios. O una nacionalizaci¨®n tan intensa como contraproducente. A partir de cierto momento, sus contrarios se multiplicaron con rapidez, desde los viejos liberales y los militares agraviados hasta los estudiantes rebeldes ante su pol¨ªtica clerical o los catalanistas aplastados por una persecuci¨®n inmisericorde. No hay duda de que la apuesta por Primo cost¨® el trono a Alfonso XIII, descalificado no ya para encabezar una monarqu¨ªa parlamentaria, sino tambi¨¦n para retornar a la normalidad constitucional. A la ca¨ªda del general, el republicanismo subi¨® como la espuma. Pero los investigadores tambi¨¦n han comprobado c¨®mo a su sombra se consolid¨® una derecha espa?olista, cat¨®lica y autoritaria, que nutri¨® el monarquismo durante la Segunda Rep¨²blica y tambi¨¦n un nacional-catolicismo franquista servido, no por casualidad, por sus cuadros pol¨ªticos e intelectuales.
A menudo se han subrayado las diferencias entre el primorriverismo y las f¨®rmulas fascistas. La dictadura espa?ola se impuso a trav¨¦s de un cuartelazo, no de la emergencia de un movimiento de masas; sus pol¨ªticas fueron m¨¢s conservadoras que totalitarias y, lejos de inaugurar una religi¨®n pol¨ªtica, se conform¨® con apoyarse en la Iglesia. Primo de Rivera admir¨® la Italia de Mussolini y algunas de sus medidas se inspiraron en ella, como el dirigismo econ¨®mico, pero en sus estructuras corporativas prefiri¨® atraerse a los socialistas antes que fundar sindicatos oficiales. Defin¨ªa as¨ª uno de los proyectos antiliberales y nacionalistas que recorrieron Europa, donde los fascismos tuvieron un papel secundario hasta la d¨¦cada de los treinta, aunque no deber¨ªa despreciarse su influjo. Su hijo Jos¨¦ Antonio termin¨® por acaudillar la versi¨®n espa?ola del fen¨®meno.
El centenario ha servido para dar a conocer trabajos muy valiosos sobre la etapa dictatorial. Saldr¨¢n m¨¢s, y seguro que no faltan a la cita los partidarios de limpiar a Alfonso XIII de toda m¨¢cula o de ponderar las ventajas de un tirano benevolente. No vendr¨ªan mal, por ejemplo, m¨¢s indagaciones sobre la corrupci¨®n de los primistas. Por ahora, podr¨ªamos afirmar que aquel pronunciamiento interrumpi¨® experiencias constitucionales y civiles en vigor durante m¨¢s de un siglo e hizo muy dif¨ªcil hallar en Espa?a unas reglas de juego comunes, acordadas por derechas e izquierdas. Primo de Rivera y sus seguidores abrieron la caja de los truenos, pues rompieron el fr¨¢gil equilibrio anterior y resucitaron la era en que los cambios de r¨¦gimen se originaban en cuarteles y barricadas. Desde 1923, nadie se priv¨® de recurrir a la violencia pol¨ªtica, de nuevo una herramienta aceptable para alcanzar el poder. Lo intentaron liberales, conservadores, republicanos y mon¨¢rquicos, todos con sus respectivos aliados castrenses. Lo acabar¨ªan logrando, no sin dificultades, quienes se sublevaron contra la Rep¨²blica en 1936. Al menos por estas razones, en expresi¨®n de Mercedes Cabrera, el golpe que hoy conmemoramos deber¨ªa verse como uno de los momentos catastr¨®ficos de nuestra historia.
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