Una tregua
Nuestros representantes deber¨ªan cambiar de discurso y dejar de lanzarse a la cara reproches preventivos, como hasta ahora se han lanzado los muertos. De lo que se trata ahora es de apoyar causas compartidas
Las elecciones auton¨®micas de Madrid nos han dejado exhaustos. Se convocaron por puro oportunismo, motivadas tan solo por el olfato de una ambiciosa presidenta que, erguida sobre una coyuntura favorable, vio abierta la ocasi¨®n para crecer a costa de sus socios de Gobierno. En plena pandemia y con los niveles de incidencia a¨²n muy altos, la campa?a pod¨ªa haber servido al menos para que los responsables de las pol¨ªticas de salud rindieran cuentas ante la ciudadan¨ªa. Pero no ha sido as¨ª, o al menos solo lo ha sido en parte, pues asuntos como el abandono de los ancianos en las residencias, la utilidad de un hospital estrella o las restricciones que casi nadie se molesta en cumplir carec¨ªan al parecer de tir¨®n entre los electores. Tampoco se ha hablado mucho de vivienda, de transporte o de ense?anza. Si a las derechas no les interesaban estos debates; las izquierdas, salvo excepciones, no han sabido plantearlos. De hecho, pronto se vieron sepultados por dilemas ideol¨®gicos que remit¨ªan sin disimulo a los conflictos nucleares del siglo XX, sintetizados en dos grandes causas: anticomunismo y antifascismo.
De susto en susto, pendientes de amenazas y denuestos, los espectadores han contemplado una farsa en la que la libertad quedaba reducida al hedonismo m¨¢s pedestre (irse de ca?as despu¨¦s del trabajo, vivir a la madrile?a), mientras la obligada condena a una extrema derecha xen¨®foba y faltona se coloreaba de tonos ¨¦picos. Ning¨²n mensaje sonaba excesivo en las cabezas de los candidatos, ni siquiera recurrir a los h¨¦roes del Dos de Mayo de 1808 para apuntalar las posiciones respectivas, con los aguerridos insurrectos de aquella jornada en el papel de nacionalistas liberales o de rebeldes en defensa de su soberan¨ªa contra unas ¨¦lites corruptas y traidoras. Para eso est¨¢ la historia, pensar¨¢n, para adornarla al gusto de cada cual, sacando del ba¨²l los relatos m¨¢s a?ejos. La ret¨®rica no resulta un bien escaso, por lo que, lejos de remitir, es posible que siga hinch¨¢ndose. Al fin y al cabo, solo faltan un par de a?os para los siguientes comicios locales y regionales, tal vez menos para los generales, as¨ª que no nos aburriremos.
Y, sin embargo, los desaf¨ªos que tenemos por delante admiten pocos juegos florales. No hace falta recordar los catastr¨®ficos datos econ¨®micos que dejan estos meses terribles, con heridas que costar¨¢ cerrar. Sin tiempo para completar el duelo por las vidas perdidas, el dolor y la depresi¨®n, hay que prepararse para conservar la mente fr¨ªa en la desescalada, si es que las cosas no se complican todav¨ªa m¨¢s, y afrontar la reconstrucci¨®n. De entrada, recuperar la actividad, que no es solo hostelera y comercial, y hacer planes para salir de este bache con una econom¨ªa m¨¢s competitiva y moderna, m¨¢s verde y menos dependiente del turismo o de la construcci¨®n. La experiencia nos ha mostrado la fragilidad de los servicios p¨²blicos, que habr¨¢ que reforzar: pocas libertades individuales pueden disfrutarse con un acceso desigual y deficiente a los cuidados sanitarios o a la educaci¨®n, no digamos ya a los seguros que nos protegen en la desgracia o en la vejez. Y seguir pendientes de las vacunas nos obliga a subrayar la importancia de la ciencia, y de la investigaci¨®n en general, que demandan inversiones ingentes.
Puestos a mirar al pasado, tal vez encontrar¨ªamos algo interesante que aprender en las etapas de reconstrucci¨®n que siguieron a las crisis contempor¨¢neas m¨¢s profundas. Tras las dos guerras mundiales, los europeos adoptaron actitudes muy diferentes. La primera, cuyo final coincidi¨® con la llamada gripe espa?ola, alumbr¨® un orden internacional que se pretend¨ªa justo y termin¨® por hundirse entre convulsiones econ¨®micas y pol¨ªticas. Inflaci¨®n y paro, amagos revolucionarios, nacionalismos ¨¦tnicos y soluciones dictatoriales. En cambio, la segunda produjo, en el ala occidental del continente, masivas ayudas materiales y un clima de estabilidad. El consenso de posguerra reuni¨® a conservadores y democristianos con liberales y socialdem¨®cratas para levantar una sociedad m¨¢s pr¨®spera y tambi¨¦n mejor integrada, donde el Estado redistribu¨ªa la riqueza y trabajaba por la igualdad de oportunidades. Si queremos a?adir una pizca de ¨¦pica, podr¨ªamos echar mano tambi¨¦n de Franklin Delano Roosevelt, el presidente estadounidense que personific¨® la enorme tarea de superar la recesi¨®n en la d¨¦cada de los treinta. Sus iniciativas, algo ca¨®ticas pero llenas de optimismo, animaron a pelear con los recursos disponibles contra la pobreza y la ignorancia. Un new deal inspirador. Tuvo enemigos mortales, pero salv¨® un sistema democr¨¢tico que no se confund¨ªa con la tiran¨ªa comunista y plant¨® cara al fascismo.
M¨¢s all¨¢ de los ejemplos hist¨®ricos, con pros y contras asociados a circunstancias que nunca se repetir¨¢n del mismo modo, el sentido com¨²n nos dice que es momento de tejer alianzas. Y en Espa?a, como han probado las elecciones de Madrid y sus ecos estatales, partimos para ello de una base p¨¦sima. Cuando las formaciones que sostienen al Gobierno nacional y las de la oposici¨®n no son capaces de designar a los miembros de instituciones esenciales como el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial, ?podemos exigirles acuerdos m¨¢s amplios e imaginativos? A algunos se les llena la boca con la m¨ªtica Transici¨®n o con loas a figuras como Adolfo Su¨¢rez y Santiago Carrillo, un falangista y un comunista que caminaron del brazo hacia la democracia. Enseguida acusan a los adversarios de abandonar el esp¨ªritu constitucional, pero no mueven un dedo a la hora de buscar pactos de Estado, sea por la recuperaci¨®n de la econom¨ªa, por los retos ecol¨®gicos o por el avance cient¨ªfico y educativo. Tachar de hip¨®crita, de ileg¨ªtimo o de golpista al de enfrente se ha convertido en rutina.
La coyuntura global, no obstante, propicia un cierto relajamiento de las tensiones. La Uni¨®n Europea, que decidi¨® responder a las turbulencias financieras de 2008 con ajustes que castigaron a los pa¨ªses m¨¢s d¨¦biles, ha reaccionado a las calamidades recientes con una estrategia bien distinta. Si los populistas eur¨®fobos no impiden que se cumplan las previsiones, repartir¨¢ toneladas de dinero para gastar en un pu?ado de proyectos, que a¨²n conocemos mal. Desde Estados Unidos se emiten se?ales parecidas, las de un neokeynesianismo pospand¨¦mico. En todo caso, est¨¢ claro que la puesta en marcha de tama?os remedios exigir¨¢ aqu¨ª la colaboraci¨®n de diversas autoridades, de las centrales y de las que rigen las comunidades aut¨®nomas y los ayuntamientos. As¨ª que nuestros representantes deber¨ªan cambiar de discurso y dejar de lanzarse a la cara reproches preventivos, como hasta ahora se han lanzado los muertos. Si la palabra no estuviera tan contaminada, cabr¨ªa pedirles un poco de patriotismo, entendido a la antigua como virtud c¨ªvica o como la disposici¨®n a realizar sacrificios por el bien com¨²n. Tambi¨¦n a los nacionalistas de cualquier signo, dado que, durante una larga temporada, todos se ver¨¢n dentro del mismo barco y los nuevos desplantes no traer¨¢n nada ¨²til. Apoyar causas compartidas no supone perder la propia identidad o renunciar a exigir resultados. Al hacerlo, y al explicar por qu¨¦ lo hacen, quiz¨¢ descubran que hay muchos ciudadanos dispuestos a premiarles. Necesitamos respirar, necesitamos construir algo juntos. En definitiva, necesitamos una tregua.
Javier Moreno Luz¨®n es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad Complutense de Madrid.
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