El Dios en quien no cree el papa Francisco
El s¨ªnodo que ha convocado el Pont¨ªfice intenta poner los cimientos para que su sucesor pueda continuar impulsando la transformaci¨®n de la Iglesia
El papa Francisco ha sorprendido a la Iglesia con la convocaci¨®n de un s¨ªnodo especial en el que est¨¢n, junto con obispos y cardenales de todo el mundo, 54 mujeres. Dicha asamblea deber¨¢ discutir, entre otros temas espinosos para la Iglesia tradicional y conservadora, la posibilidad de que el mundo femenino tenga un papel preponderante. Es un s¨ªnodo especial en el que la Iglesia podr¨ªa dar paso por primera vez desde sus or¨ªgenes a la entrada de la mujer en el diaconado, que es la puerta para el sacerdocio. Podr¨¢ ser tambi¨¦n posible por primera vez abordar el espinoso problema de las relaciones entre la Iglesia y el movimiento LGBT, permitiendo por ejemplo el matrimonio entre personas del mismo g¨¦nero.
Todo ello llevar¨¢ tambi¨¦n, aunque con la resistencia del ala conservadora que hoy se opone a las aperturas del papa Francisco, a acabar tambi¨¦n con el celibato obligatorio que ya ha perdido sentido en el mundo moderno en que vive la Iglesia. El papa Francisco es consciente de las resistencias que sufre de una parte de la Iglesia que espera s¨®lo su salida para que, seg¨²n ella, las cosas vuelvan a su cauce conservador.
El papa argentino, que se siente tan universal que a¨²n no ha visitado a su propio pa¨ªs, ha demostrado disgusto hacia el ala m¨¢s dura y conservadora de la Iglesia, esa para la que existe a¨²n un Dios en el que ¨¦l no cree, que es el viejo Dios de los truenos, infiernos, excomuniones y miedo a las mujeres y a los diferentes. Un mundo que est¨¢ cambiando a los ojos de de todos. Un mundo que no parece dispuesto a echar marcha atr¨¢s para seguir creyendo en dioses y dogmas que se han quedado trasnochados.
He conocido, por mi condici¨®n de periodista, a siete papas, cada uno con sus caracter¨ªsticas personales. Pero todos ellos, con la excepci¨®n de Francisco, defend¨ªan los dogmas tradicionales. Ni siquiera se les ocurri¨® pensar, por ejemplo, que media humanidad, la de las mujeres, podr¨ªa volver a su papel fundamental del que gozaba en la Iglesia primitiva. As¨ª como no pod¨ªan imaginar que el Dios que ellos dogmatizaban no respond¨ªa ya al de los inicios del cristianismo.
S¨ª, hay un Dios en el que el papa Francisco ya no cree y el importante y ecum¨¦nico s¨ªnodo que ha convocado intenta como m¨ªnimo poner los cimientos para que su sucesor pueda continuar impulsando la transformaci¨®n de la Iglesia en unos tiempos en que todo parece caminar a la velocidad vertiginosa de la nueva inteligencia artificial.
La idea de que el papa Francisco no parece creer en el Dios que hab¨ªa heredado de una Iglesia cerrada en s¨ª misma, ajena a la transformaci¨®n del mundo y a una nueva concepci¨®n de la sexualidad, de la jerarqu¨ªa y del papel de la mujer en la sociedad, me ha hecho recordar mi primer libro publicado en 1979, El Dios en quien no creo. Fue publicado primero en Italia y estuvo a punto de entrar en el entonces a¨²n vigente cat¨¢logo de los Libros prohibidos de la Iglesia. S¨®lo no lo fue porque a¨²n resonaban fuertes los tiempos del Concilio Vaticano II, que hab¨ªa iniciado la revoluci¨®n de la Iglesia.
La idea de mi libro, El Dios en quien no creo, que hoy veo reflejado en buena parte en la conducta del papa Francisco, que forcejea por devolver a la Iglesia la idea del Dios de las Bienaventuranzas, del perd¨®n y del papel fundamental de la mujer en la nueva doctrina del profeta jud¨ªo, Jes¨²s de Nazareth, tiene una historia.
Eran los tiempos en Espa?a del franquismo m¨¢s duro. Los tiempos de la censura a la prensa y a los libros. Yo ten¨ªa entonces una columna en el vespertino Pueblo de Madrid, dirigido por Emilio Romero, titulada Las cosas claras. Los originales del peri¨®dico necesitaban pasar cada d¨ªa por las horcas caudinas de la censura del r¨¦gimen.
Recuerdo a¨²n cuando entregu¨¦ una columna un poco particular para aquellos tiempos, titulada precisamente El Dios en quien no creo. Eran cien falsas im¨¢genes del Dios tradicional en el que yo no cre¨ªa y en el que hoy s¨ª parece creer el papa Francisco. Emilio Romero la pas¨® al censor sin esperanzas. Para su sorpresa, el texto fue aprobado, quiz¨¢s porque el censor crey¨® que hablaba de Dios y no de pol¨ªtica. El peri¨®dico aprovech¨® para publicarlo en primera p¨¢gina.
Fue entonces la Iglesia franquista la que reaccion¨® asustada e indignada. Y el arzobispo de Madrid me impuso a partir de entonces una doble censura de mis textos, ya que deb¨ªan pasar antes de ir a imprenta por la censura de la Nunciatura Apost¨®lica. Hoy, muchas de las cien im¨¢genes de Dios en las que yo no cre¨ªa hace m¨¢s de 40 a?os son en las que tampoco parece creer el papa Francisco como lo est¨¢ demostrando en el nuevo S¨ªnodo revolucionario en curso.
Quiz¨¢s lo m¨¢s importante del pontificado progresista del papa argentino sea que revela plena conciencia de la revoluci¨®n que est¨¢ en curso en el mundo del que la Iglesia Cat¨®lica se hab¨ªa ido alejando dando espacio al crecimiento de las iglesias evang¨¦licas. El Dios de la Iglesia primitiva, abierto a todas las debilidades humanas, que buscaba rescatar lo que el mundo del poder despreciaba, y que en vez de anatematizar y condenar salvaba y perdonaba, ha ido con los siglos encerr¨¢ndose en un dogmatismo masculino y medieval.
Es a¨²n el Dios de antes del Concilio Vaticano II, el Dios de los miedos, el de los dogmas inmutables, el de las calderas del infierno y de los anatemas. El Dios que se asusta del sexo, de la felicidad y la alegr¨ªa. El del p¨¢nico a la mujer cerca del altar.
Recuerdo a¨²n cuando, volviendo en Italia en tren de presentar, hace casi 50 a?os, Il Dio in cui non credo, la editorial hab¨ªa puesto en el t¨ªtulo en rojo la palabra NON. Sentada en frente de mi una se?ora, con aire aristocr¨¢tico, miraba de reojo a mi libro con cierta sorpresa hasta que no se resisti¨® y me pregunt¨®: ¡°?Ese libro es a favor o contra?¡±. Entend¨ª su iron¨ªa y le respond¨ª: ¡°Eso depende, se?ora¡±.
Hoy entiendo al papa Francisco y su nuevo y revolucionario s¨ªnodo repleto de mujeres y abordando temas que parec¨ªan tab¨²es hasta ayer. Era lo que a la aristocr¨¢tica se?ora le asustaba del t¨ªtulo del libro y con aquel NO en rojo, un color que entonces evocaba la revoluci¨®n pol¨ªtica. Ten¨ªa pues raz¨®n de asustarse. Como parece pasmarse a¨²n hoy, casi medio siglo despu¨¦s, esa parte de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica que est¨¢ torciendo la cara al forcejeo del papa Francisco por devolver a la Iglesia la fuerza transformadora de su fundaci¨®n.
La tarea no le ser¨¢ f¨¢cil, pero es noble y valiente su esfuerzo para rescatar el cristianismo primitivo de antes que fuera contaminado por los dogmas y anatemas que siguen alejando de la fe cat¨®lica a quienes toman conciencia que el mundo de hoy vive ya en el ma?ana y no en el pasado oscuro de la Edad Media.
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