Txalaparta
Una madre va todas las tardes a la misma cafeter¨ªa a pedir lo mismo y poder ver, a trav¨¦s de los ventanales, a su hijo con sus amigos en la plaza
La escena la vi en un restaurante de Bueu este verano, junto a la playa. Yo me hab¨ªa quedado solo en la mesa haciendo esto que estoy haciendo ahora, escribiendo para el peri¨®dico. Mis amigos hab¨ªan bajado a ba?arse con sus hijos y con el m¨ªo. Y una mujer, en la mesa de enfrente, miraba a trav¨¦s de los ventanales a su hijo. Tambi¨¦n el de ella se lo hab¨ªan llevado sus amigos a la playa, pero ella no escrib¨ªa: s¨®lo observaba. Quiz¨¢ triste o quiz¨¢ contenta, no hay manera de saber lo que pasa por la cabeza de la gente en agosto. As¨ª que ella miraba a su hijo y yo, de reojo, la miraba a ella mientras escrib¨ªa mentalmente el art¨ªculo que teclear¨ªa dos meses despu¨¦s.
El cr¨ªo, que hab¨ªa armado una buena bronca durante la comida, no deb¨ªa de tener m¨¢s de cinco a?os. Es probable que los amigos de la madre se lo hubiesen llevado para que ella, sola, tuviese un respiro. Ahora ella, que lo hubiese ahogado con sus propias manos hace media hora, lo miraba con ternura. Le habr¨¢n dicho ¡°descansa y olv¨ªdate de ¨¦l¡± y ella es incapaz; lo tiene a la vista, aunque sea a cien metros: ?puede concentrarse en otra cosa? Y se queda mir¨¢ndolo durante minutos. Es probable que quisiese hacer lo que queremos hacer todos los padres: congelarlos en el tiempo durante cada a?o sucesivo (¡°esta es la edad perfecta¡±) hasta supongo que los 15, que prefieres que los congele otro. Fabricaba recuerdos: aquel d¨ªa en la playa, cuando jugaba con las olas (la mayor¨ªa de los recuerdos de los ni?os que fuimos y de los ni?os que tuvimos est¨¢n relacionados con las olas o con el verano, quiz¨¢ porque qui¨¦n sabe lo que pasa por la cabeza de los ni?os en agosto, ser¨¢ la luz).
Dos meses despu¨¦s de esa escena volv¨ª a leer Txalaparta (Pepitas de Calabaza, 2023), el libro que Agust¨ªn Pery me envi¨® antes de publicarlo en pdf y no hab¨ªa le¨ªdo en papel. Me sobresalt¨® recordar la primera escena. Una madre va todas las tardes a la misma cafeter¨ªa a pedir lo mismo y poder ver, a trav¨¦s de los ventanales, a su hijo con sus amigos en la plaza. Pero el ni?o no tiene cinco a?os sino 15, la aborrece a ella y odia a su padre. Es un chaval abertzale, el m¨¢s duro de todos porque no le queda m¨¢s remedio: su padre es un guardia civil (no un cualquiera: un cabronazo de primera, un torturador) que los abandon¨® a su madre y a ¨¦l. As¨ª que ella, escribiendo una carta que avanza seg¨²n avanza la historia, recuerda el tiempo en que su hijo era otro, tambi¨¦n en la playa, y su padre, sin embargo, el mismo. Recuerda, entonces, el viaje impresionante en que un hijo empieza a odiar a su madre por las razones m¨¢s miserables (dejarse enga?ar por un txakurra, como lo llama ¨¦l) y de fondo aparecen los primeros a?os noventa en el Pa¨ªs Vasco con la vida de la calle mezcl¨¢ndose, a veces la misma, con la vida de los peri¨®dicos y la vida de la que nadie hablaba; c¨®mo al lado de un Euskal Herria askatu hab¨ªa otra pintada en el mismo muro: ¡°Nerea es una zorra¡±. Y de qu¨¦ manera esa mirada de la mujer, Edurne, a su hijo cuando su hijo se le est¨¢ yendo de las manos es la misma mirada de una madre cuando lo tiene entre las suyas: el milagro de que no cambie nunca.
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