El lado oscuro de la democracia
La ayuda occidental a la defensa de Israel no puede ser incondicional, debe estar condicionada por unos l¨ªmites claros a las medidas de castigo a quienes atacan a sus ciudadanos
El ataque de Ham¨¢s contra Israel el pasado 7 de octubre, con m¨¢s de mil v¨ªctimas (centenares de ellas civiles), ha vuelto a atraer la atenci¨®n internacional sobre la causa palestina. Sucedi¨® lo mismo a comienzos de los a?os setenta del siglo pasado con los atentados internacionales de Septiembre Negro, la organizaci¨®n terrorista especializada en secuestros a¨¦reos (ligada a Fatah y la Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina, OLP). El mundo entero se familiariz¨® entonces con la situaci¨®n de los palestinos. En t¨¦rminos propagand¨ªsticos, fue un ¨¦xito; en t¨¦rminos estrat¨¦gicos, un desastre. Menos de una d¨¦cada despu¨¦s, tras la invasi¨®n del L¨ªbano por parte de Israel, la OLP hubo de refugiarse en T¨²nez, incapaz de proseguir la lucha armada m¨¢s all¨¢ de espor¨¢dicos ataques terroristas internacionales.
La primera Intifada, iniciada a finales de 1987, marc¨® el resurgir del movimiento palestino, por primera vez desde dentro de las fronteras de Israel y no desde el exterior. Fue una campa?a masiva de resistencia y protesta, sin recurrir a la violencia armada. La represi¨®n israel¨ª, sin embargo, fue inmisericorde. Ham¨¢s (un acr¨®nimo que significa ¡°celo¡± o ¡°entusiasmo¡±) naci¨® ese mismo a?o. Como organizaci¨®n islamista, desempe?¨® un papel importante de apoyo durante la Intifada. A medida que el ciclo de protesta se debilitaba, fue adquiriendo mayor protagonismo y en 1992 cre¨® un grupo terrorista clandestino, las Brigadas Ezzeldin Al-Qassam, que al a?o siguiente, en rechazo a los Acuerdos de Oslo, comenzaron a realizar atentados suicidas.
La segunda Intifada fue mucho m¨¢s violenta que la primera, centrada principalmente en el uso del terrorismo suicida. Durante el periodo 2000-2008, los grupos palestinos mataron a 1.063 israel¨ªes (728 de los cuales eran civiles) y, en represalia, las fuerzas de seguridad israel¨ªes acabaron con la vida de 4.861 palestinos (casi cinco palestinos por cada israel¨ª muerto). Adem¨¢s, para frenar la ofensiva, Israel comenz¨® entonces la construcci¨®n del muro de separaci¨®n aislando a Cisjordania (y anexion¨¢ndose parte de su territorio).
En 2007, el brazo armado de Ham¨¢s ya no era un grupo clandestino, sino una formidable milicia que, tras una batalla encarnizada contra las fuerzas de Fatah, se hizo con el control de Gaza. Desde entonces, las condiciones de vida en la franja han ido empeorando progresivamente y los habitantes de aquel territorio han sido objeto de diversos ataques por parte del Ej¨¦rcito israel¨ª en respuesta al lanzamiento de cohetes y otros ataques hostiles de Ham¨¢s. En ese clima de degradaci¨®n creciente, sin esperanza de que haya una soluci¨®n aceptable en los pr¨®ximos tiempos, Ham¨¢s ha cometido un ataque brutal e indiscriminado que est¨¢ provocando una respuesta igualmente brutal e indiscriminada. Como en anteriores ocasiones, todo parece indicar que las v¨ªctimas palestinas terminar¨¢n siendo varias veces superiores en n¨²mero a las israel¨ªes.
Esta din¨¢mica infernal, este ciclo de ocupaci¨®n y resistencia, que en cada iteraci¨®n produce m¨¢s odio y desconfianza entre las partes, ha ido tensionando la democracia israel¨ª. Desde la segunda Intifada, la opini¨®n p¨²blica ha virado hacia posiciones cada vez m¨¢s nacionalistas e intransigentes (aunque siga habiendo profundas divisiones en la sociedad israel¨ª). El Gobierno que presid¨ªa Benjamin Netanyahu hasta el pasado 7 de octubre ha sido el m¨¢s derechista de la historia del pa¨ªs, enfrent¨¢ndose a una amplia protesta por su plan iliberal de reforma del Tribunal Supremo. Pero a pesar de estos problemas, visibles tambi¨¦n en muchos otros pa¨ªses, Israel es una democracia plena, con elecciones, competici¨®n entre partidos y Estado de derecho. El contraste entre el r¨¦gimen israel¨ª y las autocracias de los pa¨ªses de Oriente Pr¨®ximo resulta evidente.
Por desgracia, que Israel sea una democracia no es una garant¨ªa de respeto a los derechos humanos. Las democracias son respetuosas con sus propios ciudadanos, pero no necesariamente con los extranjeros. Con todas las salvedades que se quieran introducir, las pol¨ªticas de Israel no son tan diferentes de las que llevaron a cabo las democracias occidentales en la ¨¦poca del colonialismo. Se trataba de democracias liberales, que garantizaban derechos fundamentales y libertades a sus ciudadanos, pero que no respetaban a los habitantes de las colonias. Las potencias occidentales, pese a la condici¨®n democr¨¢tica de muchas de ellas, dejaron un reguero de violencia, explotaci¨®n, opresi¨®n y esquilmaci¨®n de ecosistemas y recursos naturales. En el caso de Israel, se trata m¨¢s bien de un colonialismo interno, fruto de la anexi¨®n de territorios tras la Guerra de los Seis D¨ªas.
A estas alturas, la posibilidad de que Israel acabe constituyendo una democracia inclusiva es remota. Los palestinos que viven en Israel (fuera de las zonas ocupadas) tienen derechos de ciudadan¨ªa, si bien restringidos en aspectos importantes que les convierte en ciudadanos de segunda (no tienen libertad plena, por ejemplo, para comprar tierras o establecerse en ciertas zonas del pa¨ªs). El problema es que no parece factible extender ese esquema a los palestinos que viven en las zonas ocupadas. La brecha entre las dos comunidades es demasiado profunda.
De la misma manera, la soluci¨®n de los dos Estados, que pareci¨® posible tras la creaci¨®n de la Autoridad Palestina en los Acuerdos de Oslo, es hoy una quimera, pues Israel considera que no cesar¨ªa por ello la amenaza que se cierne sobre su supervivencia (Ham¨¢s, como es bien sabido, aspira a la destrucci¨®n del Estado jud¨ªo). Por lo dem¨¢s, la expansi¨®n de los asentamientos en Cisjordania ha eliminado la viabilidad estatal de los territorios ocupados. Tanto la evoluci¨®n del propio conflicto como las tendencias pol¨ªticas en el Israel actual apuntan m¨¢s bien hacia una alternativa basada en el apartheid, la expulsi¨®n de los palestinos e incluso la limpieza ¨¦tnica. Se ha vuelto un lugar com¨²n hablar de Gaza como la mayor prisi¨®n del mundo y del r¨¦gimen aplicado a los palestinos en las zonas ocupadas como una suerte de apartheid, comparable en muchos sentidos al que prevaleci¨® en Sud¨¢frica hasta 1994.
El patr¨®n de acci¨®n de Israel, visto con perspectiva hist¨®rica, es claro. Cada crisis de seguridad sufrida, a ra¨ªz de los ataques lanzados por los pa¨ªses ¨¢rabes del entorno o por los grupos armados palestinos, ha servido para ir perfilando el objetivo ¨²ltimo de un Gran Israel construido a partir de una concepci¨®n etnicista. Tiene algo de anacr¨®nico que una democracia como la israel¨ª pueda, en pleno siglo XXI, llegar tan lejos en la marginaci¨®n y represi¨®n de quienes no encajan en su proyecto nacional. Que esa pol¨ªtica excluyente la practique una democracia liberal no es un atenuante, sino m¨¢s bien al contrario. Por eso mismo, porque las democracias albergan un lado oscuro cuando se enfrentan a problemas de composici¨®n del demos, no tiene demasiado sentido que los pa¨ªses occidentales presten un apoyo incondicional a Israel. Que los ciudadanos israel¨ªes gocen dentro de su pa¨ªs de derechos y libertades no evita que Estado de Israel viole los derechos humanos de los residentes en los territorios ocupados.
Israel merece ayuda para defenderse de sus enemigos, eso no est¨¢ en cuesti¨®n, pero no a cualquier precio ni de cualquier modo. Las democracias liberales (sobre todo Estados Unidos) no tienen por qu¨¦ renunciar a ayudar a Israel, pero deber¨ªan establecer una fuerte condicionalidad, especificando los l¨ªmites de la represi¨®n y el castigo que Israel pueda ejercer contra quienes atacan a sus ciudadanos. Sin el apoyo de Occidente, Israel ser¨ªa mucho m¨¢s fr¨¢gil. De ah¨ª que haya que emplear toda la presi¨®n posible para evitar nuevas cat¨¢strofes humanas.
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