Demos partido
La democracia necesita que haya previamente un pueblo cuyos miembros aceptan tomar decisiones colectivamente. ?Pero qu¨¦ sucede si una parte del pueblo expresa su voluntad de no seguir perteneciendo al mismo? ?C¨®mo se resuelve un conflicto de esta naturaleza?
Para entender la irritaci¨®n y las posturas intransigentes que produce en Espa?a el debate sobre Catalu?a, resulta preciso ir m¨¢s all¨¢ de los discursos habituales y hacer una peque?a inmersi¨®n en los fundamentos de la democracia. Seg¨²n lo veo, parte del apasionamiento pol¨ªtico y de los juicios tajantes que se expresan sobre este tema nacen de una comprensi¨®n incompleta de lo que significa la democracia.
Comencemos constatando que el independentismo toca lo m¨¢s profundo de los sentimientos nacionales. A muchas personas les resulta ofensivo que haya espa?oles que no se sienten tales y desean romper con su pa¨ªs. Que una parte de los espa?oles no quieran seguir siendo tales es una se?al de que algo b¨¢sico se ha roto en la naci¨®n. En lo que llevamos de siglo, ha habido dos crisis nacionales profundas: la del plan Ibarretxe y la del proc¨¦s catal¨¢n. En ambos casos, se ha cuestionado el fundamento ¨²ltimo de la democracia, el acuerdo de los ciudadanos en tomar decisiones conjuntamente.
La democracia representativa es un r¨¦gimen pol¨ªtico construido en torno a la idea de autogobierno. Los ciudadanos participan en el proceso pol¨ªtico mediante el voto, la protesta y las intervenciones en el debate p¨²blico, a fin de que las decisiones colectivas sean resultado del sentir mayoritario de la sociedad. En una democracia, los ciudadanos, aunque sea por medios indirectos (los de la representaci¨®n), aspiran a que los grandes dilemas pol¨ªticos se resuelvan de acuerdo con dicho sentir mayoritario.
La democracia, para echar a andar, necesita que haya previamente un demos, un pueblo, cuyos miembros aceptan tomar decisiones colectivamente. Cuando decimos que la democracia es el gobierno del pueblo, damos por supuesta la existencia de tal pueblo. ?Pero qu¨¦ sucede si el demos se fragmenta, es decir, si una parte del pueblo expresa su voluntad de no seguir perteneciendo al mismo? Un subconjunto del pueblo quiere constituirse como un pueblo distinto, con capacidad para tomar decisiones colectivas por s¨ª mismo. ?C¨®mo se resuelve un conflicto de esta naturaleza?
No hay una respuesta clara. Las democracias de nuestro tiempo proceden de la revoluci¨®n nacional, es decir, de la conformaci¨®n de Estados con una base de legitimidad nacional. Suponen, por tanto, que el problema del demos est¨¢ resuelto. Pero esto no es siempre as¨ª. Hay momentos en que la unidad del pueblo se somete a debate. El problema reside en que la democracia tiene la capacidad de resolver cualquier conflicto de inter¨¦s, salvo el que afecta a la propia composici¨®n del demos.
Supongamos que el demos se parte en dos trozos, uno mayoritario y otro minoritario. El minoritario es el que quiere separarse. En esta situaci¨®n, el principio de mayor¨ªa pierde su virtualidad democr¨¢tica, pues su aplicaci¨®n solo resulta leg¨ªtima si todas las personas afectadas por la decisi¨®n colectiva aceptan de antemano su uso. Resulta t¨ªpico en estas circunstancias que el demos mayor reclame el uso de la mayor¨ªa para zanjar el asunto: decidamos entre todos, que lo decida el demos que originalmente se constituy¨® para fundar la democracia. El demos minoritario, sin embargo, no se siente vinculado por las decisiones del demos mayoritario, pues, en la medida en que quiere formar un demos propio e independiente, no se considera vinculado por las decisiones que tome el demos original del que era parte.
Robert Dahl ilustr¨® el problema del demos con un ejemplo hipot¨¦tico muy sencillo que adapto a nuestras coordenadas. Imaginemos que Espa?a invade Portugal sin consentimiento de los portugueses. No hay derramamiento de sangre, los portugueses no se resisten usando la fuerza. Portugal queda entonces absorbido como una comunidad aut¨®noma m¨¢s de Espa?a. Sus habitantes pasan a ser ciudadanos espa?oles, con los mismos derechos y obligaciones que el resto de espa?oles. Son tan ¡°libres e iguales¡± como los dem¨¢s. Ahora bien, si los portugueses creen que ellos forman un demos distinto del demos espa?ol, no aceptar¨¢n de buen grado el resultado, por mucho que sigan viviendo en una democracia que respeta sus derechos y garantiza sus libertades. No lo har¨¢n porque ellos, en cuanto demos propio y aut¨®nomo, hab¨ªan acordado autogobernarse.
El caso del independentismo catal¨¢n es ligeramente distinto, aunque opera la misma l¨®gica. Cuando se constituy¨® la democracia en 1978, la sociedad catalana formaba parte del demos espa?ol y aprob¨® la Constituci¨®n de la misma manera que lo hicieron las dem¨¢s regiones. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado. A ra¨ªz de la reforma del Estatut de 2006, el Tribunal Constitucional interpret¨® que la Constituci¨®n, pese a admitir en su seno la existencia de ¡°nacionalidades¡±, solo reconoce una naci¨®n, la espa?ola. Dicha interpretaci¨®n ha provocado una ruptura del demos. Durante la ¨²ltima d¨¦cada, una parte importante de los catalanes ha optado por la independencia, es decir, por la formaci¨®n de un demos propio que funde una rep¨²blica catalana. No todos los catalanes quieren la independencia, desde luego. De hecho, hoy, seg¨²n indican las encuestas, son una minor¨ªa, pero en algunos momentos del pasado reciente han sido una mayor¨ªa seg¨²n esas mismas encuestas. Por lo dem¨¢s, el hecho de que haya gran divisi¨®n al respecto dentro de Catalu?a genera en su interior un problema adicional de demos. M¨¢s all¨¢ del dato coyuntural de apoyo a la independencia, hay que pensar en c¨®mo se resuelve un problema como este.
Los espa?olistas, en el mejor de los casos, dicen: decidamos todos por mayor¨ªa en el demos original (el conjunto de Espa?a) si Catalu?a forma parte de Espa?a. En el peor, niegan toda relevancia a las demandas de independencia porque, seg¨²n ellos, no caben en la Constituci¨®n; son un asunto preconstitucional que qued¨® zanjado para siempre en el refer¨¦ndum de ratificaci¨®n del 6 de diciembre de 1978 (han transcurrido 45 a?os desde entonces). Los independentistas, por su parte, alegan: decidamos por mayor¨ªa en el seno de Catalu?a; nosotros formamos un demos propio que tiene que resolver si permanece en Espa?a o constituye un Estado propio. Al plantear as¨ª la cuesti¨®n unos y otros, se produce un choque entre diferentes demos, entre el demos mayoritario y el minoritario. A las malas, gana siempre el demos mayoritario, que cuenta no solo con la Constituci¨®n de su parte, sino con el peso decisivo del Estado.
La democracia no trae un manual de instrucciones para abordar este conflicto. Lo m¨¢s que podemos hacer es inspirarnos en los valores que encarna el ideal democr¨¢tico para intentar encauzar el conflicto. Y eso es justamente lo que no hemos hecho en Espa?a. Tenemos una cultura jur¨ªdica y pol¨ªtica extremadamente r¨ªgida que no reconoce la posibilidad ni la importancia de una crisis de demos, reduci¨¦ndola a un asunto de orden p¨²blico y de cumplimiento de la legalidad constitucional: hay una ley y quien la rompe va a la c¨¢rcel. Con esto no quiero decir que el principio de legalidad haya de orillarse ante una demanda de ruptura del demos nacional, sino tan solo que, como sociedad liberal, debemos hacernos cargo de lo que supone y significa un problema de demos. Bastar¨ªa con que reconoci¨¦ramos que hay que encontrar equilibrios entre la perspectiva constitucional y la democr¨¢tica para empezar a salir del atolladero pol¨ªtico y jur¨ªdico en el que andamos metidos desde hace ya m¨¢s de un lustro. Yo no pierdo la esperanza de que avancemos en esa direcci¨®n, aunque sea a causa de un resultado electoral azaroso.
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