Lo inc¨®modo es predicar siempre a favor del viento
Los puros que tiran las primeras piedras deber¨ªan saber que ser¨¢n devorados por su propio p¨²blico
Me dijo que estaba cancelado en Estados Unidos porque ya no hay sitio en su pa¨ªs para un escritor jud¨ªo de 71 a?os. Por elegancia, no pregunt¨¦ las causas, no fuera a echar sal a una herida, pero sospech¨¦ que las razones por las que Lawrence Weschler ¡ªotrora insignia de The New Yorker y de las mecas del periodismo literario, como The Atlantic o Vanity Fair¡ª ande autopublic¨¢ndose sus reportajes en internet tiene algo que ver con su escritura: Weschler es el artista de la ambig¨¹edad. En sus historias, como en El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson, el libro que le present¨¦ la semana pasada en Madrid, las certezas se corrompen en un juego de trampantojos. Uno termina sus libros con la misma estupefacci¨®n con la que los empieza, sin saber qui¨¦n carajos es Mr. Wilson ni de qu¨¦ va su gabinete, porque Weschler no ha venido a explicar el mundo ni a redimirlo en consignas, sino a contarlo. En esta ¨¦poca tan sobrada de certezas y de ap¨®stoles, un escritor como ¨¦l le habla, por fuerza, al desierto.
Se dice que lo dif¨ªcil es mantener un criterio propio frente a la presi¨®n ambiental, pero lo natural es ser como Weschler. O como Carlos Alsina, que el lunes recibi¨® el premio Cerecedo con un discurso contra el g¨¦nero reclinatorio del periodismo y contra los nuevos curas que mandan callar a todos los que no les gustan. Lo fatigoso es hablar siempre a favor del viento, pues las r¨¢fagas cambian sin aviso. El probo predicador de izquierdas puede verse reducido a un charlat¨¢n facha sin saber por qu¨¦, y el l¨ªder de la resistencia antisanchista puede ser excomulgado al menor s¨ªntoma de aquiescencia con el Gobierno. Los puros que tiran las primeras piedras deber¨ªan saber que ser¨¢n devorados por su propio p¨²blico, pues confiarse al aplauso de una grey justiciera equivale a mitinear ante una masa de zombis: es cuesti¨®n de tiempo que te hinquen el diente.
Esta preocupaci¨®n no afecta a quienes van por libre, atentos a su propio criterio y guiados por la convicci¨®n de que, de cerca, todos somos raros. Hay que compadecer a quienes se empe?an en encajar en los moldes virtuosos de geometr¨ªa imposible donde no cabe una contradicci¨®n. Cuando se les rompan, a lo mejor redescubren el placer de pensar por s¨ª mismos, sin miedo a la furia de los amigos. Descubrir¨¢n tambi¨¦n que el desierto est¨¢ m¨¢s poblado de lo que parece y que la brisa se disfruta m¨¢s cuando no te importa de qu¨¦ lado sopla.
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