Empoderarte con bragas y sujetadores
Solo me exploto yo, vendr¨ªan a decir las cantantes-vedettes de nuestro tiempo; solo yo tengo derecho a sacar mucha pasta de poner cachondos a los hombres
La publicidad se ha adue?ado del lenguaje emancipatorio de las luchas sociales vaci¨¢ndolo de contenido y, lo que es peor, pervirtiendo su sentido original. Si en su momento las marcas que se dirig¨ªan al p¨²blico femenino no ten¨ªan reparos en asustarnos con la soledad, la falta de amor y el destierro si no compr¨¢bamos sus productos, ahora nos dicen que el maquillaje o la lencer¨ªa nos empoderan. ?Para qu¨¦ esforzarte por llegar a ocupar sitios de responsabilidad, tener independencia econ¨®mica o acceder al saber y el conocimiento o conquistar tu propia libertad si compr¨¢ndote las bragas de Jennifer L¨®pez puedes tener tanto poder como ella? Sin duda, la cantante es poderosa, pero, disculpen la obviedad, no por su ropa interior, sino porque es una mujer rica y famosa. Con talento, s¨ª, pero a nadie se le escapa que parte de su riqueza viene del esfuerzo, tiempo y dinero que dedica a su apariencia externa, lo cual demuestra que seguimos en un sistema en el que la explotaci¨®n sexual de los seres humanos de segunda, las mujeres, no solo no es cuestionada, sino que es un valor absoluto de la cultura hegem¨®nica occidental.
Beyonc¨¦ y Rosal¨ªa nos dir¨¢n que son feministas y las letras de sus canciones inspirar¨¢n a las nuevas luchadoras por la igualdad, pero siguen integradas en una estructura que antepone la capacidad de excitar a los hombres a cualquier otro ¡°don¡± que puedan tener. Ellas mismas juegan bien ese juego, aunque luego se quejen cuando se las sexualiza sin permiso, como le pas¨® a la catalana con el fotomontaje de JC Reyes. Solo me exploto yo, vendr¨ªan a decir las cantantes-vedettes de nuestro tiempo; solo yo tengo derecho a sacar pasta, mucha pasta, de poner cachondos a los hombres. He aqu¨ª, seg¨²n algunos publicistas y colaboradoras de este sistema de dominaci¨®n, el summum de la liberaci¨®n y el empoderamiento.
Y antes que alguien me venga con el manido t¨®pico de que las feministas odiamos el sexo, m¨¢s bien es todo lo contrario: porque nos parece algo demasiado importante para convertirlo en mercanc¨ªa, nos negamos a aceptar el denigrante papel de aprovecharnos de las necesidades sexuales de los hombres para ganar poder, porque el sexo es un espacio compartido que solo puede ser gozoso si es gratuito, deseado y se da entre iguales. Es vil y ofensivo pretender que sigamos como siempre, conform¨¢ndonos con unas migajas de los privilegios que tienen ellos a base de enfundarnos en ¨¢speros e insostenibles sujetadores de encajes de poli¨¦ster.
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