Altas temperaturas, bajas pasiones
Poco a poco se va imponiendo la idea de que todos estamos sujetos a la misma amenaza. La soluci¨®n solo puede venir de sumarse a medidas que nos vinculen a todos. Otra cosa es conseguir aplicarlas
El a?o 2023 se anuncia como el m¨¢s c¨¢lido desde que hay mediciones. No ha sido mala fecha para celebrar la cumbre del clima, cuando se siente la pistola en la sien. Y cuando aguijonea el miedo se propende al acuerdo. En este caso, para salir del estado de naturaleza clim¨¢tico en el que cada cual va a su aire. Poco a poco se va imponiendo la idea de que todos estamos sujetos a la misma amenaza, el peligro es planetario y la soluci¨®n solo puede venir de sumarse a medidas que nos vinculen a todos. Una cosa es, sin embargo, llegar a un consenso sobre cuestiones generales, y otra conseguir aplicarlo. En los pa¨ªses desarrollados la conciencia medioambiental est¨¢ lo suficientemente arraigada como para influir sobre las pautas de consumo cotidiano, ¡ªtampoco cuesta tanto cambiar algunos h¨¢bitos¡ª. Menos f¨¢cil resulta ya emprender la reforma energ¨¦tica hasta alcanzar una dr¨¢stica reducci¨®n de las emisiones de efecto invernadero. Sobre el papel es relativamente sencillo, pero en la pr¨¢ctica conduce a enormes tensiones pol¨ªticas. Aquellos sectores sociales que se van a ver m¨¢s afectados se resisten a ser los chivos expiatorios y reclaman las l¨®gicas compensaciones.
La mayor¨ªa de los Estados, cargados de deudas y con el estr¨¦s presupuestario derivado de la pandemia o el rearme exigido despu¨¦s de la guerra en Ucrania, se enfrentan as¨ª a nuevas fuentes de conflicto interno. Lo estamos viendo ahora en Alemania, por ejemplo, uno de los pa¨ªses donde las medidas contra el cambio clim¨¢tico gozan de mayor apoyo. Sin embargo, sus gobernantes ven restringida su capacidad de acci¨®n al tener que someterse al l¨ªmite de deuda establecido por la Constituci¨®n. O en el Reino Unido, cuyo primer ministro acaba de decir en Dub¨¢i que hay que ampliar los plazos de aplicaci¨®n de las pol¨ªticas dirigidas a conseguir cero-emisiones. En alg¨²n lugar le¨ª que el principio que ahora impera se puede reducir a la m¨¢xima siguiente: ¡°Se?or, haznos m¨¢s verdes, pero no todav¨ªa¡±.
All¨ª donde se perciben tensiones, los partidos de extrema derecha acuden raudos y veloces a ver c¨®mo pueden beneficiarse del malestar general. Mucho se habla de la inmigraci¨®n como la causa fundamental de su ¨¦xito en Europa, pero no es menor la cuesti¨®n ecologista. Lo acabamos de ver en Holanda, donde Wilders, un esc¨¦ptico clim¨¢tico, tambi¨¦n triunf¨® gracias a prometer mejoras en sanidad y vivienda por encima del cumplimiento con las normas medioambientales. Y la pesadilla de un retorno de Trump promete un salto atr¨¢s en las ambiciones clim¨¢ticas. Al miedo al climacalipsis se une ahora tambi¨¦n el temor al destrozo de la propia democracia. Pero, no nos equivoquemos, el temor al desclasamiento que sufren algunos grupos sociales no es menor. O el que azuza a quienes no quieren compartir su vida con (supuestos) extra?os. Ah¨ª, en estos caladeros de miedos difusos es donde mejor se mueven estos partidos, expertos en la gesti¨®n de las pasiones. Por eso mismo, no es en la competencia entre emociones desbocadas donde encontraremos la soluci¨®n, sino en la fr¨ªa aplicaci¨®n de la raz¨®n. Y esta est¨¢ hoy por hoy de parte de quienes apoyan evitar el mal mayor, la destrucci¨®n de nuestro planeta.
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