Enzensberger en Moratalaz
Pas¨¢bamos el rato imagin¨¢ndonos en el barrio al escritor y pensador alem¨¢n, pero el caso es que no era una f¨¢bula de mi padre: hab¨ªa venido a Madrid a saber c¨®mo era eso del 15-M
Un s¨¢bado de tantos, a la hora de comer, lleg¨® mi padre a casa con el cuento de que hab¨ªa visto paseando por Moratalaz al notable poeta, riguroso editor, preciado novelista y agudo pensador alem¨¢n Hans Magnus Enzensberger y que no era la primera vez que se lo encontraba en lo que iba de semana. Lo tomamos como uno m¨¢s de sus ins¨®litos delirios y procuramos no darle bola a la historia. ?l captaba perfectamente mi escepticismo y, desafiante, insisti¨® en el asunto. Enzensberger, contaba, paseaba por Moratalaz seguido de un hombre joven al que mi padre bautiz¨® como el mayordomo. Pero ?es que va vestido de mayordomo?, pregunt¨® mi marido. ¡°No, no¡±, respondi¨® mi padre, advirtiendo de que no admit¨ªa bromas, ¡°pero se nota que el hombre est¨¢ a su servicio¡±. Se convirti¨® en habitual que durante un tiempo se le preguntara por Enzensberger y el mayordomo, del que ya sab¨ªamos, por cierto, que caminaba dos pasos por detr¨¢s del pensador alem¨¢n. A mi padre le parec¨ªa que el que Enzensberger hubiera elegido Moratalaz como lugar de estancia era un s¨ªntoma m¨¢s de su asombrosa inteligencia. Bautizado por la vecindad como ¡°el barrio del bast¨®n¡±, dada la cantidad de jubilados que lo habitan, Enzensberger hab¨ªa ido a recalar en un distrito donde, cuando un conductor se detiene ante un sem¨¢foro en rojo, no puede calibrar el tiempo que habr¨¢ de estar detenido porque una nube de bastones, sillas de ruedas y ancianas empoderadas con andadores se har¨¢n las due?as de la calzada. Sin duda Enzensberger, pensador de edad provecta, se sentir¨ªa en la gloria en la Florida madrile?a.
La broma se alarg¨® como todas las bober¨ªas familiares, y pas¨¢bamos el rato imagin¨¢ndonos a Hans, porque para nosotros ya era Hans, tom¨¢ndose una ca?a en el Azul y Oro o esquivando balones en los pasadizos de la Lonja. El caso es que un d¨ªa mi hijo me llam¨® para contarme algo alucinante que le hab¨ªa ocurrido: iba leyendo en el autob¨²s, camino de Moratalaz, ojo, El fil¨¢ntropo, una novelita que Enzensberger dedic¨® a Diderot, cuando desde los asientos de delante le lleg¨® el rumor de una conversaci¨®n en alem¨¢n. El cogote del viajero era, desde luego, el de un anciano. Quiso el destino que bajaran en la misma parada y, entonces, mi hijo mir¨® la foto de la solapa y comprob¨® maravillado que se trataba del mismo, unos a?os m¨¢s viejo. En este caso iba acompa?ado de una anciana. La pareja se perdi¨® entre la gente que a esa hora de la tarde frecuenta las tiendas y bares de la calle Marroquina. Hans andaba por all¨ª, como uno m¨¢s.
No pas¨® mucho tiempo cuando el periodista Juan Cruz, el hombre que m¨¢s historias atesora sobre la intelectualidad, nos cont¨® haber servido de cicerone al sabio sin barreras, ni ideol¨®gicas ni f¨ªsicas, que hab¨ªa venido a Madrid a saber c¨®mo era eso del 15-M y anduvo entre los acampados de la indignaci¨®n no sin luego dar cuenta de un cocido en Lhardy, porque con los a?os hay que premiar al est¨®mago, que siente como el coraz¨®n y piensa como el cerebro.
Mi padre no ment¨ªa, aunque fuera un fabulador nato; lo raro es que no hubieran compartido un vino, porque nuestro h¨¦roe hablaba con mucha soltura el espa?ol. Me acuerdo de todo esto ahora, leyendo un libro curioso, Artistas de la supervivencia, en el que Enzensberger resume la biograf¨ªa de un pu?ado de artistas e intelectuales que vieron su vida sacudida por los envites de un siglo de guerras, purgas y enconadas ideolog¨ªas a las que Brecht, Sartre, Grossman, Ajm¨¢tova, Cela, Garc¨ªa M¨¢rquez, Pasternak y tantos otros respondieron con mayor o menor dignidad. Son vi?etas sencillas en las que de pronto el sabio se despacha con una frase que define la bondad o mezquindad del retratado. El tiempo nos dice que la naturaleza de esas mentes elevadas no les libr¨® de estar a la altura del mont¨®n. Y de eso lo sab¨ªa todo nuestro amigo Hans.
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