Bajo el signo de la verdad
Discurrimos acerca de la disoluci¨®n, el solapamiento y la confusi¨®n entre lo falso y lo verdadero sin saber c¨®mo salir de este enredo. El 2024 que ahora comienza tiene un desaf¨ªo: combatir la mentira
A veces, es dif¨ªcil decir la verdad como la entendemos desde nuestra posici¨®n particular, y hay el riesgo de equivocarnos porque la verdad puede ser esquiva, compleja, diversa. (Mario Vargas Llosa)
1.
En estos d¨ªas, no puedo dejar de recordar aquella primavera de 1982 en la que la Junta Militar Argentina decidi¨® ocupar unos archipi¨¦lagos australes g¨¦lidos, inh¨®spitos y por entonces de poca relevancia estrat¨¦gica, dando origen a un terrible conflicto que pas¨® a ser conocido como la guerra de las Malvinas. En aquella guerra espuria, como todo el mundo sabe, lo que estaba en juego, por encima de todo, era la salvaci¨®n de la criminal dictadura argentina y, al mismo tiempo, la supervivencia pol¨ªtica de Margaret Thatcher, con baj¨ªsimos niveles de popularidad en el Reino Unido. Es curioso constatar que, en v¨ªsperas de la invasi¨®n, el 2 de abril, los dos gobiernos manten¨ªan un razonable entendimiento. Baste decir que, cuatro d¨ªas antes de que comenzara la ocupaci¨®n, ir¨®nicamente, el gobierno brit¨¢nico estaba tratando de vender bombarderos a la Junta Militar Argentina.
Aquella guerra dur¨® 66 d¨ªas, cost¨® alrededor de mil vidas y muchos millones de pesos y libras de pesada chatarra de guerra quedaron en el fondo del Atl¨¢ntico helado. En Occidente, y por doquier en realidad, hasta que no se produjo el desenlace, el 14 de junio, la opini¨®n p¨²blica dio muestras de divisi¨®n y tribalismo, entre quienes defend¨ªan a los tercermundistas que luchaban heroicamente contra los brit¨¢nicos, y quienes cre¨ªan que jam¨¢s deb¨ªa permitirse que el orden mundial se viera socavado por alg¨²n osado sure?o. Ahora, desde la distancia, resulta curioso observar c¨®mo la guerra de las Malvinas, que supuso entonces un nuevo bautizo de sangre para la entonces joven generaci¨®n del baby boom, acabar¨ªa ilustrando en s¨ªntesis las motivaciones que nos est¨¢n llevando hoy, a m¨¢s amplia y tr¨¢gica escala, a los tremendos conflictos que le quitan el sue?o al mundo.
2.
Pero si evoco este episodio ocurrido hace 42 a?os es porque me recuerda de manera muy particular a Maria das Dores Ribeiro, una mujer singular que en ese momento ten¨ªa 80 a?os. Una campesina inteligente que hab¨ªa aprendido a leer y escribir por su cuenta, era capaz de anticipar la lluvia bas¨¢ndose en la configuraci¨®n de los astros y de descifrar el car¨¢cter de las personas con una sola mirada. En la familia era respetada y amada. En aquellos d¨ªas sigui¨® la guerra de Malvinas en la televisi¨®n en blanco y negro, y desde el primer momento se puso del lado de los argentinos. Una noche empez¨® a vagar por la casa, diciendo que acababa de o¨ªr el bombardeo de los ca?ones brit¨¢nicos contra los argentinos y que por eso no pod¨ªa dormir. Sus nietos le dijeron que no era posible porque las Malvinas y el sur de Portugal est¨¢n separados por todo el Oc¨¦ano Atl¨¢ntico y una distancia de m¨¢s de once mil kil¨®metros. Fue imposible convencerla. Las noches siguientes volvi¨® a o¨ªr el bombardeo. ?C¨®mo pod¨ªa ser?
Al final acab¨® descubri¨¦ndose el enigma: Maria das Dores Ribeiro estaba del lado de los argentinos porque sus vecinos se hab¨ªan marchado a Buenos Aires en los a?os cincuenta y, aunque nunca le hab¨ªan escrito, estaba al corriente de que viv¨ªan pobres, arruinados y sin futuro. A fin de cuentas, un recuerdo y un hilo de cari?o le bastaron para tomar partido, hasta el punto de trasladar los bombardeos narrados en la televisi¨®n a su propio insomnio. Fue entonces, por primera vez, cuando pens¨¦ en la diferencia entre hechos, opini¨®n y verdad.
3.
La relevancia del asunto, hoy en d¨ªa, se ha vuelto crucial, e incluso dir¨ªa que se ha convertido en la cuesti¨®n primordial que preside nuestra forma de supervivencia. Aquella mujer tan querida que fue Maria das Dores reaccionaba de modo emp¨ªrico ante los hechos. Nosotros, m¨¢s all¨¢ de esta dimensi¨®n primaria y carnal, cargamos con todo el lastre filos¨®fico que nos ha hecho nacer bajo la convicci¨®n de que la verdad es un mantra irrealizable. No vale la pena volver a la idea de que las verdades sobre la Verdad, seg¨²n Pascal, Spinoza o Kant, fueron pulverizadas hace m¨¢s de cien a?os por las palabras prof¨¦ticas de Nietzsche, el m¨¢s decisivo entre los fil¨®sofos de la sospecha. A partir de entonces, la verdad se volvi¨® inalcanzable y el relativismo de la visi¨®n, as¨ª como la superposici¨®n entre opini¨®n y verdad, se extendi¨® por todo el mundo. En aquellas noches en las que Maria das Dores no pod¨ªa dormir con la certeza de que los bombarderos brit¨¢nicos atacaban a sus vecinos emigrantes en Argentina, su figura en camis¨®n blanco era la de un Zaratustra dom¨¦stico, que apenas sab¨ªa leer y escribir, pero ten¨ªa derecho a reclamar un desciframiento v¨¢lido para el desorden del mundo.
En este ¨¢mbito, los fil¨®sofos franceses contempor¨¢neos no han supuesto una mejora en absoluto. Con ellos, todos quedamos a la deriva, dentro de sistemas de pensamiento coherentes, pero fuera de cualquier sistema que pueda explicar la realidad. El relativismo se nos ha pegado como una enfermedad incurable, y solo nos salva la opini¨®n, pues, dado que es un campo de libertad, tiene su contrario en la opini¨®n ajena, y por eso es salvadora, al implicar di¨¢logo entre los diferentes. Por principio, la opini¨®n afronta la verdad, pero no pretende agotarla. Mientras que lo contrario de la verdad, que rechaza en grado m¨¢ximo la subjetividad y la fantas¨ªa, es simplemente la mentira.
4.
Henos aqu¨ª, pues, perdidos en alg¨²n lugar entre la verdad y la mentira. Como viene dici¨¦ndose y escribi¨¦ndose en el curso los ¨²ltimos veinte a?os, pero sobre todo desde 2017, cuando la idea de las noticias falsas se populariz¨® en todo el mundo desde los sof¨¢s de la Casa Blanca, discurrimos acerca de la disoluci¨®n, el solapamiento y la confusi¨®n entre lo falso y lo verdadero, a gran escala, sin saber c¨®mo salir de este enredo. No se trata de una deformaci¨®n basada en una suerte de justicia esencial como la que impulsaba a Maria das Dores, o en sentimientos contrarios, que tienen que ver con el poder o el resentimiento. El problema es el del choque entre lo antropol¨®gico y lo tecnol¨®gico, en cuya encrucijada nos encontramos perplejos. Leo en un art¨ªculo firmado por Jos¨¦ Vegar que ¡°la cantidad de informaci¨®n transmitida por las telecomunicaciones durante todo el a?o 1986 podr¨ªa transmitirse en apenas dos mil¨¦simas de segundo en 1996¡å.
Veintiocho a?os despu¨¦s, ?c¨®mo describir esa estrella radiante que es la pulsi¨®n comunicativa? No hay descripci¨®n posible. Un mundo inimaginable de im¨¢genes, n¨²meros y signos cr¨ªpticos se expande por el universo y nos arrastra en su aluvi¨®n. Lo que entra en esta cadena infinita ya no puede eliminarse, por mucho que se borre. Esta es la eternidad que hemos creado. Por eso, la responsabilidad de colocar mensajes que tengan que ver con la verdad en esta cadena transfiguradora deber¨ªa enmarcarse en la ¨¦tica y en la moral. ?Pero d¨®nde llamar a la puerta de una iglesia como esa?
5.
En el a?o 2024, que ahora empieza, si acaso la Historia siguiera teniendo similitudes con la l¨®gica de una narrativa, despu¨¦s de los nudos atados, sobre todo desde hace dos a?os, estas guerras deber¨ªan empezar a completar sus peripecias y llegar a sus desenlaces, a lo largo los pr¨®ximos meses. Es posible que los j¨®venes desfilen por las calles empu?ando pancartas a favor del Desarme, de la Paz, de las Plantas, de los Animales, de los Mares y de los R¨ªos. Si en alguna estuviera escrita la palabra Verdad, yo desfilar¨ªa tras ella. Estoy convencida de que, si se dijera la verdad, cesar¨ªan estas matanzas. Afrontemos el desaf¨ªo de la verdad. A Vargas Llosa le asiste la raz¨®n en la postura que defend¨ªa en la m¨¢s reciente tribuna publicada en las p¨¢ginas de este diario.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.