?¡®Tu quoque¡¯, Alemania?
Cuando en la principal econom¨ªa europea se empiezan a percibir importantes distorsiones de la democracia, tenemos que hacer sonar todas las alarmas
Para ponderar la situaci¨®n de las democracias en el mundo, Alemania cumple una funci¨®n similar a la del canario en la mina. Cuando all¨ª se empiezan a percibir importantes distorsiones del hasta ahora relativamente pl¨¢cido discurrir de la vida pol¨ªtico-social tenemos que hacer sonar todas las alarmas. No en vano este pa¨ªs es uno de los modelos m¨¢s paradigm¨¢ticos de una democracia de consenso y la de mayor calidad entre los pa¨ªses m¨¢s poblados. Est¨¢ en el extremo opuesto de la contenciosidad francesa o del proceso de polarizaci¨®n que se aprecia en otros lares. Y, a pesar del avance de la AfD en las encuestas, quiz¨¢ siga siendo el ¨²ltimo lugar donde se persevere en el cord¨®n sanitario a la extrema derecha.
Casi desde el mismo momento en el que la coalici¨®n sem¨¢foro activ¨® su plan de gobierno se aprecian en ella, sin embargo, signos preocupantes no tan distintos de los que vemos en otros lugares. La revuelta de los agricultores, con sus aparatosas manifestaciones, ha llenado ahora de inquietud a muchos de sus ciudadanos, que ven con preocupaci¨®n, con ansiedad casi, el devenir de su otrora apacible vida pol¨ªtica. Hay incluso quienes han equiparado esta revuelta a la de los chalecos amarillos franceses, aunque hoy por hoy est¨¢ lejos de tener un car¨¢cter violento. Lo ¨²nico cierto es que su origen inicial es similar a aquella, la reducci¨®n de las subvenciones al di¨¦sel; es decir, incide sobre aspectos de la tan debatida transici¨®n ecol¨®gica. M¨¢s discutible fue la impopular Ley de Calefacci¨®n, dirigida a reducir la dependencia del gas en los hogares, pero el malestar no se traslad¨® a la calle, fue m¨¢s sordo y casi exclusivamente medi¨¢tico. Uno de los efectos de la movilizaci¨®n campesina ha sido, empero, que a sus manifestaciones se unen representantes de otros sectores descontentos y, ojo, de grupos de extrema derecha.
Lo ¨²nico cierto es que las se?ales de insatisfacci¨®n se van generalizando ¡ªel 70 % de los encuestados se han puesto del lado de los agricultores¡ª y empiezan a hacer temblar al Gobierno. Los liberales, que tocan fondo en los sondeos, estuvieron a punto de abandonar la coalici¨®n, y dentro del SPD, tambi¨¦n en ca¨ªda libre, hay ya voces que piden que Scholz sea sustituido por Boris Pistorius, el actual ministro de Defensa, uno de los m¨¢s populares pol¨ªticos alemanes. En estas aguas revueltas quienes mejor nadan son, como siempre, los populistas. Y esto hace que el descontento general devenga ya casi en angustia al apreciarse que no existe una respuesta contundente de los partidos establecidos ante la amenaza de una AfD, cuyos v¨ªnculos con grupos neonazis son cada vez m¨¢s evidentes. La crisis de representaci¨®n ha llegado tambi¨¦n a Alemania.
Y la de liderazgo. La impresi¨®n, tambi¨¦n all¨ª, es que los pol¨ªticos se ven arrastrados por problemas para los que no encuentran soluciones aceptables ante los nuevos desaf¨ªos y est¨¢n continuamente desbordados. Con el agravante, en su caso, de las restricciones constitucionales al gasto p¨²blico. El resultado es el aumento continuo de la desconfianza hacia la pol¨ªtica y una m¨¢s o menos manifiesta sensaci¨®n de malestar social. Su incorporaci¨®n al club de las democracias insatisfechas no es ning¨²n motivo de Schadenfreude. Todo lo contrario, es la se?al de que esto empieza a ser sist¨¦mico.
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