Des¨¢nimo c¨ªvico
Las ventajas que del ¡®caso Koldo¡¯ puede extraer ahora el PP, como ocurri¨® en su d¨ªa con el PSOE, no pueden ocultar que los afectados somos todos
Lo peor del caso Koldo/?balos es lo que suma a nuestro ya insufrible malestar pol¨ªtico. Como si no tuvi¨¦ramos suficiente con todo el ruido generado por la amnist¨ªa y sus derivadas, o la inescapable resonancia de los conflictos internacionales. Al diapas¨®n de la pol¨ªtica nacional se agrega el de esta nueva situaci¨®n planetaria. Lo peor de todo, sin embargo, es que este nuevo caso de venalidad pol¨ªtica nos retrotrae a tiempos que pens¨¢bamos que estaban periclitados. Como si de un enfermo de Alzh¨¦imer se tratase, la sociedad actual tiene poca memoria inmediata. Nunca han dejado de producirse estas quiebras de la ¨¦tica p¨²blica, y menos a¨²n cuando la pandemia ofreci¨® excepcionales condiciones objetivas para que los pillos hicieran de las suyas. La persecuci¨®n del olvido como terapia frente al sufrimiento provocado por la pandemia nunca podr¨¢ enmendar lo acontecido en las residencias o la conducta de los aprovechateguis de turno.
De poco nos sirven las cl¨¢sicas huidas de la asunci¨®n de responsabilidades que se esconden detr¨¢s de los ya manidos ¡°y t¨² tambi¨¦n¡± o el ¡°y t¨² m¨¢s¡±. Aunque ahora con un giro que no es menor: el estallido del actual esc¨¢ndalo bajo las nuevas condiciones de polarizaci¨®n extrema y en plena hybris de las redes sociales y la sociedad del espect¨¢culo. Una se expresa en la Schadenfreude con la que aquel es acogido por la oposici¨®n y sus medios afines, que apenas pueden ocultar el arrebatado placer con el que informan de cada nuevo dato sobre el asunto. Lo otro tiene su m¨¢s gr¨¢fico reflejo en la propia actitud de ?balos, con sus paseos por los medios y sus declaraciones p¨²blicas. Su larga experiencia pol¨ªtica le ha ense?ado que la mejor defensa es un ataque, y que este pasa por sembrar su propio relato. La realidad no importa, lo decisivo es construirla a la medida de los intereses de cada cual. Por lo pronto ha conseguido que la decisi¨®n del Supremo sobre Puigdemont, otro personaje de similar ralea, sea casi eclipsada. Con todo, el t¨¢ndem Puigdemont/?balos va a convertir la legislatura en un verdadero campo de minas, y con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina.
Bajo condiciones de pol¨ªtica normal, si es que esta existe, ser¨ªa hasta comprensible. Resulta, por el contrario, que pocas veces hemos sentido tan cerca del cogote el h¨¢lito de tal cantidad de problemas sociales y pol¨ªticos. Y no hace falta que los recite, son bien conocidos. Cubrirlos bajo el manto que proporciona ahora este nuevo esc¨¢ndalo solo va a conseguir achicar nuestra conversaci¨®n p¨²blica. Que no se me malinterprete, sobre los responsables debe recaer todo el peso de la ley, en este y en cualquier otro caso de venalidad p¨²blica. Pero las ventajas que de ¨¦l puede extraer ahora el PP, como ocurri¨® en su d¨ªa con el PSOE, no pueden ocultar que los afectados somos todos, no un partido u otro, por mucho que se hagan los ofendiditos. Tan tr¨¢gica como la corrupci¨®n es una situaci¨®n en la que el recurso a consideraciones ¨¦ticas se subordina a lealtades partidistas y se silencia todo lo dem¨¢s. De lo que se trata es de definir cu¨¢l es el mal y extirparlo entre todos. Sin embargo, en esta pol¨ªtica escindida en dos grandes batallones no hay m¨¢s mal que el que representa el propio enemigo. De lo que deber¨ªan ocuparse es de resolver nuestros problemas. Para eso existe la democracia. En una situaci¨®n parecida, J. Pradera lo dej¨® meridianamente claro cuando animaba a ser implacable con la realidad de la pol¨ªtica democr¨¢tica sin abandonar la fe en sus ideales. A ellos es a quienes debemos nuestra lealtad, no a este u otro partido.
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