Victorias aplastantes
En las elecciones de los reg¨ªmenes desp¨®ticos no hay la menor incertidumbre, pero a sus organizadores siempre se les va la mano, y urden unas mayor¨ªas tan arrolladoras que nadie en su sano juicio se las cree
Un misterio de lo que podr¨ªamos llamar la psicolog¨ªa de los d¨¦spotas es el empe?o que ponen en organizar procesos electorales visiblemente ama?ados en los que obtienen siempre victorias aplastantes, o arrolladoras, por usar dos de esos adjetivos velcro que se a?aden siempre a ciertos sustantivos, de modo que todas las condenas son en¨¦rgicas, y las necesidades imperiosas, y los incendios pavorosos o dantescos, y las adhesiones inquebrantables. Pero a veces esas rutinas verbales son exactas: hay victorias que literalmente aplastan a pa¨ªses enteros, que arrollan como aludes y sepultan a quienes han tenido la temeridad o la decencia de disentir de una forzosa unanimidad. En las zarandeadas democracias aguantamos campa?as electorales insufribles, en las cuales los candidatos dedican sus mejores energ¨ªas a encender el entusiasmo de los previamente entusiasmados y de los agradecidos que dependen del resultado de las votaciones para no perder un cargo o un puesto de trabajo; en las democracias leemos obsesivamente las predicciones de las encuestas, y a los pocos minutos del cierre de las urnas ya estamos angustiados por los primeros indicios de los resultados, como si no fu¨¦ramos a conocerlos con toda claridad dentro de dos o tres horas, en un desenlace que muchos nos hemos resignado ya a encontrar calamitoso.
La ventaja de los reg¨ªmenes desp¨®ticos es que no hay el menor peligro de incertidumbre. Si la hipocres¨ªa es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, seg¨²n La Rochefoucauld, las elecciones en Rusia, o en Bielorrusia, o en China, o en Cuba, tienen algo de remedo voluntarioso, de vestigio bastardo de los procedimientos democr¨¢ticos. Pero a los organizadores de tan costosos simulacros siempre se les va la mano, como a los corruptos que ponen demasiada vehemencia en ostentar su integridad, y las mayor¨ªas que urden son tan abrumadoras, tan arrolladoras, tan aplastantes, que nadie en su sano juicio podr¨¢ cre¨¦rselas, por mucho esfuerzo que ponga en abrazar la mentira. En una ma?a casi enternecedora de rigor contable, las autoridades electorales de Rusia han registrado un 87,32% de votos a favor de Vladimir Putin: hay casi un empe?o art¨ªstico en el aire de exactitud de esos decimales, que alguien se habr¨¢ tomado el trabajo de inventar. En la celebraci¨®n p¨²blica de la victoria, s¨²bditos que en alg¨²n momento fueron ciudadanos y ahora son extras y comparsas agitan las banderas y las pancartas que les han sido asignadas y aclaman con un bramido un¨¢nime al candidato vencedor, que hab¨ªa tomado la precauci¨®n de asesinar a algunos de sus competidores, y que ahora sonr¨ªe, pero no demasiado, y ni siquiera se molesta en agitar los brazos en una imitaci¨®n veros¨ªmil de euforia. Debe de haber como una somnolencia mineral, un tedio inmenso en el poder absoluto, en el espect¨¢culo permanente de la humillaci¨®n voluntaria de los sometidos, de la bajeza y el miedo de los cortesanos.
Me acuerdo bien de una apoteosis electoral a la que asist¨ª cuando ten¨ªa 10 a?os, y en la que me toc¨® un papel modesto, pero quiz¨¢s no insignificante. Los ni?os tienen ideas muy vagas sobre el mundo de los adultos, que les llega amortiguado, como los sonidos y las im¨¢genes a trav¨¦s del agua. Tal vez esa lejan¨ªa era mayor a¨²n en una ¨¦poca en la que los ni?os pas¨¢bamos mucho tiempo entre nosotros, en juegos y conversaciones que los mayores no supervisaban. Pero un rasgo perverso de todas las dictaduras es la determinaci¨®n de reclutar a la infancia, de disciplinarla, de uniformarla, de llenar de basura patri¨®tica o religiosa las mentes infantiles. El franquismo tard¨ªo era un r¨¦gimen muy desganado en asuntos ideol¨®gicos. Los profesores de la llamada Formaci¨®n del Esp¨ªritu Nacional eran falangistas viejos que solo sal¨ªan de su somnolencia para toser cavernosamente o limpiarse de la corbata la ceniza del cigarro. A los ni?os quienes nos adoctrinaban eran sobre todo curas de sotanas negras con un brillo muy rozado de ala de mosca. Pero tambi¨¦n cant¨¢bamos el Cara al Sol y Monta?as nevadas, y en aquel a?o de 1966 los maestros dedicaron mucho tiempo a aleccionarnos sobre un acontecimiento que se estaba aproximando, algo que iba a ser importante y enorme, designado por una extra?a palabra que no hab¨ªamos o¨ªdo nunca, ¡°Refer¨¦ndum¡±, y que si acaso nos sonaba al vocabulario indescifrable de la misa en lat¨ªn, abolida muy poco antes. La palabra refer¨¦ndum tra¨ªa consigo todo un cargamento de otras palabras nuevas que tampoco comprend¨ªamos, resumidas en una Ley Org¨¢nica del Estado. La palabra ¡°ley¡±, la palabra ¡°org¨¢nica¡±, la palabra ¡°Estado¡±, nos impresionaban como enigmas que no ten¨ªan nada que ver con el mundo y con el lenguaje que nosotros conoc¨ªamos. Si acaso, se parec¨ªan a palabras del catecismo, como ¡°transustanciaci¨®n¡± o ¡°unig¨¦nito¡±. Al mismo tiempo, empezaron a verse carteles en las calles principales en los que aparec¨ªan esas mismas palabras, y grandes fotos de Franco, de uniforme y de paisano, con un letrero que dec¨ªa: FRANCO S?.
De acuerdo con los esclarecidos principios educativos de la ¨¦poca, los maestros reservaban a diario un tiempo de clase para inculcarnos lo que era esa misteriosa Ley Org¨¢nica del Estado, que el pueblo iba a votar en masa el d¨ªa del refer¨¦ndum. Y aunque segu¨ªamos sin saber lo que era votar ni lo que era refer¨¦ndum, y bostez¨¢bamos o mir¨¢bamos al techo cuando el maestro nos hablaba de una novedad que iba a ser la ¡°democracia org¨¢nica¡± ¡ªtampoco sab¨ªamos qu¨¦ era democracia¡ª, empezamos a aprendernos de memoria art¨ªculos de aquella ley, siempre con el aliciente pedag¨®gico del palmetazo, acrecentado por la expectativa de una competici¨®n en la que habr¨ªa premios para los ganadores. Nos divid¨ªan en equipos, con una escalada de eliminatorias que ya no recuerdo hasta d¨®nde llegaba. Ni?o colaboracionista en virtud de mi buena memoria, y aunque in¨²til para cualquier competici¨®n deportiva, fui capit¨¢n de mi equipo, y acab¨¦ ganando el campeonato. Me acuerdo de la final, delante de una tribuna que amedrentaba: el director del colegio, el padre espiritual, un individuo con camisa azul y correaje, uno o dos uniformados, militares o guardias civiles. Me temblaba la voz, pero no me fallaba la memoria. Fui el ni?o de ?beda que m¨¢s art¨ªculos pod¨ªa recitar palabra por palabra de aquella Ley Org¨¢nica del Estado, sin equivocarme nunca, sin comprender nunca nada. Me dieron un diploma, y creo que tambi¨¦n un plumier, o una caja de l¨¢pices. Me queda como una brizna de aquella mnemotecnia prodigiosa una expresi¨®n que se repet¨ªa mucho: ¡°¡A propuesta en terna del Jefe del Estado¡¡±. Lo de terna me hac¨ªa pensar en los programas de toros que escuchaba mi padre en la radio los domingos por la noche.
El refer¨¦ndum fue todo un ¨¦xito, una victoria abrumadora, una victoria aplastante, un 95,9 % de s¨ªes, en s¨ª mismo una prueba de esa democracia org¨¢nica con la que Franco se engalanaba ante un mundo incr¨¦dulo.
Y ahora se me ocurre una idea triste: quiz¨¢s Franco habr¨ªa obtenido un resultado semejante si el refer¨¦ndum hubiera sido limpio. Era una ¨¦poca en la que predominaba una conformidad no necesariamente alimentada por el miedo, sino por la pura inercia mediocre de la vida, por el progreso econ¨®mico que estaba empezando a notarse. El n¨²mero de antifranquistas solo creci¨® de verdad despu¨¦s de la muerte de Franco, y se ha seguido multiplicando desde entonces. Estudios fiables de opini¨®n atestiguan la popularidad masiva de Putin en Rusia. Cerca del 90% de la poblaci¨®n israel¨ª apoya la pol¨ªtica de tierra quemada y matanzas vengativas de su Gobierno en Gaza. Algunas veces las multitudes humanas dan m¨¢s miedo que los d¨¦spotas y los malvados y payasos que se alzan sobre ellas.
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