Un mundo de bombas tristes
Donde antes la jerarqu¨ªa la daba el dinero, ahora la da la supervivencia; donde antes mandaba el que pagaba la comida, ahora manda el que la tiene
![Fotograma de la pel¨ªcula 'El tri¨¢ngulo de la tristeza'.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/P745MWQBCNBN7AWD6U4PGHDA4I.jpg?auth=29e01ed1d1b950e09843c2a418bfec9506d05796936d656349ad5968a677666e&width=414)
Hace 20 a?os, en una piscina de Nazareth, Etiop¨ªa, yo sub¨ªa por la escalera cuando un amigo decidi¨® saltar al agua y estamp¨® su rodilla contra mi cara; el resultado fue un desv¨ªo en la nariz y una arruga caracter¨ªstica en el entrecejo que al parecer se llama el tri¨¢ngulo de la tristeza. Alguna vez me han sugerido quitarla de un plumazo con b¨®tox, pero como dijo Isabel Coixet, si te planchas el entrecejo, la tristeza te sale por otro sitio. Con ese t¨ªtulo, El tri¨¢ngulo de la tristeza, se estren¨® hace dos a?os una pel¨ªcula afilad¨ªsima de Ruben ?stlund en la que un peque?o grupo de millonarios y parte de la tripulaci¨®n terminan en una isla tras el naufragio de su yate. El mando, entonces, lo coge la encargada de limpiar los retretes en el barco: es la ¨²nica que sabe hacer fuego, es la ¨²nica que sabe pescar, es la ¨²nica que puede sobrevivir en un mundo sin cubiertos, sin cuentas bancarias y sin Instagram. Donde antes la jerarqu¨ªa la daba el dinero, ahora la da la supervivencia; donde antes mandaba el que pagaba la comida, ahora manda el que la tiene. Como es natural, a la mujer los ricos le prometen todo cuando el estado de excepci¨®n termine: son los aplausos de las ocho. En aquel mundo nuestro acosado por el virus en el que s¨®lo trabajaban los indispensables, camioneros, reponedores, cajeras, m¨¦dicos y enfermer¨ªa, tambi¨¦n se prometieron gratitud, refuerzos y memoria cuando el p¨¢nico terminase. Y al bajar la marea se descubri¨®, se sigue descubriendo, que aterrada la poblaci¨®n por el naufragio, muchos encontraron la oportunidad de hacer fortuna: no s¨®lo se pod¨ªa sobrevivir, sino hacerse a¨²n m¨¢s rico, como esos charlatanes que huelen la desesperaci¨®n del enfermo desahuciado y van corriendo a ofrecerle curar el c¨¢ncer con aceites. ¡°El ¨²ltimo capitalista que colguemos ser¨¢ el que nos vendi¨® la cuerda¡±, cita el capit¨¢n a Marx. Minutos despu¨¦s, una pareja de fabricantes de armas ve caer una granada en la cubierta del yate y la cogen con cierta ternura (¡°Winston, ?es nuestra, no?¡±) un segundo antes de que explote.
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