Todos idiotas
El sosiego y la concentraci¨®n retroceden cada vez m¨¢s ante las pantallas y esto tiene consecuencias
Para poder leer con la mitad de concentraci¨®n que ten¨ªa a los diez a?os debo sacar el m¨®vil de la habitaci¨®n, colocarlo relativamente lejos como siempre yace, sin volumen y, aun as¨ª, siento que el pensamiento fragmentado me acecha y se cuela entre las p¨¢ginas como electrochoques de los que intentase protegerme apenas con una manta. A veces, me invade la necesidad de buscar conceptos relacionados con el libro; otras, simplemente, de ver si me respondieron a un correo o me espera el corazoncito de rigor en redes. Uno de mis mayores placeres, la lectura, ha quedado para siempre debilitado por la inmediatez luminosa del aparato al que me resist¨ª hasta que empezaron a exigirme sus funcionalidades en el trabajo. Estoy con Santiago Alba Rico en que la lectura ¡°no existe¡±, no en su car¨¢cter de flujo que torna liviano el tiempo y lo volatiliza, ni en su naturaleza comunitaria de ampliar conocimientos a los otros; pero es que, adem¨¢s, tampoco ostento la cabeza de antes, ni logro ¡ªcomo sol¨ªa¡ª fundirme en divagaciones mientras me pierdo en los paisajes deslizantes en la ventana de un tren: me interrumpo aunque no quiera, me hago a?icos y se me van cayendo pedacitos de capacidad intelectual, la misma que me da de comer. La adicci¨®n, sobradamente documentada, contrasta con mi media vida sin ella; al menos puedo comparar, murmullo, cosa que a las generaciones m¨¢s j¨®venes les est¨¢ vedado.
Mi drama, por supuesto, es tan individual como colectivo, y podr¨ªa llenar este peri¨®dico con ejemplos de investigaciones que corroboran una merma en las inteligencias desde que el capitalismo de la vigilancia (el t¨¦rmino de Soshana Zuboff) se adue?¨® de nosotros y los datos, tan ¨ªntimos que configuran perfiles psicol¨®gicos, cotizan en la marabunta econ¨®mica. Hace a?os, no me habr¨ªa enfadado con mi madre por su imposibilidad de sumergirse en una novela ante tanta campanilla sonora ni me habr¨ªa planteado que mi oficio, escribir, abandonaba progresivamente su sentido porque no cuento con luces ni notificaciones, s¨®lo con la palabra austera sobre el papel. Cuando, durante una cena, mont¨¦ en c¨®lera frente a la tentativa de un amigo de monopolizar la conversaci¨®n obligando al resto a mirar su pantalla, desencaden¨¦ un peque?o conflicto moral: es que no valoras mi trabajo, me dijo ¨¦l; no, es que nos lo puedes describir sin ponernos un video; y hasta ah¨ª la bronca, por suerte aplacada en el siguiente bar. Siendo profesora, me jur¨¦ no adoptar un enfoque prohibitivo y permitir los tel¨¦fonos, lo cual me supon¨ªa competir con ellos mediante la intensidad de unos debates constantemente avivados a base de preguntas: funcionaba, hasta que me di cuenta de que la pedagog¨ªa no deber¨ªa consistir en extenuar las mentes de la misma manera a como lo hacen dichos artilugios.
D¨®nde qued¨® la lentitud y el sosiego, el libre albedr¨ªo predispuesto a la creatividad y el raciocinio quiz¨¢ consigan responderlo los magnates de Silicon Valley que, ellos s¨ª, env¨ªan a sus hijos a colegios carentes de sus inventos digitales. Se ha demostrado que, en beb¨¦s, la exposici¨®n a las pantallas mina su desarrollo cognitivo y retrasa la aparici¨®n del lenguaje, y que los escolares con m¨®viles cerca obtienen peores notas en los ex¨¢menes que quienes no los llevan al aula. M¨¢s all¨¢ de todos los estudios subyace una ra¨ªz filos¨®fica que apunta a la deshumanizaci¨®n y vapulea el paradigma ilustrado. En primer lugar, si nos resulta dif¨ªcil mirarnos a los ojos alrededor de la mesa familiar, c¨®mo vamos a atender al sufrimiento ajeno, de qu¨¦ forma nos cuidaremos y a qu¨¦ abismo triturador hemos arrojado unos afectos mediados ya por la imagen ubicua y los escasos segundos durante los que el mundo nos importa algo. Por otra parte, la ilustraci¨®n concebida como mejor¨ªa constante del ser humano a partir de la educaci¨®n autodidacta y comunal ¡ªliberada de sus tradicionales connotaciones patriarcales y colonialistas¡ª se aparece como un engranaje oxidado, anacr¨®nico y mutilado para prop¨®sitos futuros.
Si casi no alcanzamos a pensar, si ansiamos la dopamina de un like m¨¢s que una caricia y no memorizamos la informaci¨®n m¨¢s simple, ?nos estaremos volviendo todos idiotas? Imagina que, dentro de una d¨¦cada, el m¨¦dico que te diagnostique una enfermedad habr¨¢ cursado su formaci¨®n con ChatGPT, ?sabr¨¢ recetarte el tratamiento adecuado? Se lo espet¨¦ a mi pareja tras una visita a urgencias, y ¨¦l me observ¨® dubitativo, como queriendo decir que una d¨¦cada de reloj acelerado da para desmantelar enteramente el sistema sanitario, romper a¨²n m¨¢s v¨ªnculos, redoblar el avance del narcisismo y la atomizaci¨®n social, y privarnos de las pocas herramientas racionales con las que echar el freno. Entre los m¨²ltiples mecanismos disponibles para la alienaci¨®n, qui¨¦n habr¨ªa imaginado que ¨¦ste vencer¨ªa permeando cada aspecto de la cotidianidad, parco en regulaci¨®n y elevado por las autoridades al rango de carn¨¦ para la ciudadan¨ªa. Cuando se publique, compartir¨¦ esta tribuna en redes, y esperar¨¦ pacientemente a ver cu¨¢ntos corazoncitos cosecha; el tr¨¢fico, la estabilidad de mis finanzas caseras; de nuevo, mi falta de concentraci¨®n y las min¨²sculas barreras indispuestas a contener el tsunami que ya ha anegado mi cuerpo.
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