Hacer los deberes generacionales
Cada grupo humano se siente orgulloso de lo que ha hecho y es cuestionado por sus descendientes, que lo har¨¢n de nuevo mal y que, por eso, deber¨ªan contemplar la petulancia de sus mayores con un poco de piedad y hasta de ternura
En su obra de 1864 Mikrokosmus, muy citada por Walter Benjamin, el fil¨®sofo alem¨¢n Hermann Lotze razonaba contra la idea de progreso. Su argumento era doble. Por un lado, recordaba ¡°todos los bienes culturales y aspectos genuinamente bellos de la vida que han desaparecido para siempre¡±, describiendo as¨ª una Historia retorcida y compuesta de ¡°espirales¡± y ¡°epicloides¡±, ba?ada en melancol¨ªa. El otro argumento era m¨¢s inc¨®modo: dec¨ªa que aceptar la idea de Progreso era aceptar ¡°la idea de que el trabajo de las generaciones pasadas solo sirve a las siguientes ¡ªy as¨ª hasta el infinito¡ª, resultando irremediablemente in¨²til para ellas mismas¡±. Si lo mejor est¨¢ por venir, nuestras vidas deben estar enteramente dedicadas a luchar por ¡ªo al menos esperar¡ª el estado sucesivo y superior del que solo se beneficiar¨¢n nuestros hijos, obligados parad¨®jicamente a hacer lo mismo por la siguiente generaci¨®n. Esta idea de que ¡°lo mejor est¨¢ por venir¡± presidi¨® el siglo XIX (incluidas sus dos mejores cabezas, Darwin y Marx) y sobrevivi¨® en el siglo XX, tras dos guerras mundiales, en forma de consumo ilimitado y tecnolog¨ªa salv¨ªfica.
Ahora que las ilusiones progresistas se han desvanecido, el espectro del progreso y el argumento de Lotze se mantienen vigentes a trav¨¦s del sentimiento de culpa. Quiero decir que la generaci¨®n de los mayores se siente culpable de dejar a sus hijos un mundo hecho harapos y que las nuevas generaciones reprochan a sus padres su falta de responsabilidad: ¡°No hab¨¦is hecho los deberes y ahora nosotros tenemos que dedicar la vida no a vivir, sino a defender el mundo que no supisteis poner a salvo¡±. Es importante la convicci¨®n, olvidada bajo el neoliberalismo consumista, de que cada generaci¨®n, adem¨¢s de para s¨ª misma, debe trabajar para la siguiente (el m¨¢s all¨¢ de los laicos), pero no es exacta la pretensi¨®n de que ¡°nuestros padres no han hecho sus deberes¡±. Digamos la verdad: ninguna generaci¨®n ha hecho los deberes. A¨²n m¨¢s: lo propio de la Historia, tan repetitiva, es que nadie haga nunca los deberes. ?De qu¨¦ ¨¦poca podr¨ªamos decir que s¨ª los habr¨ªa hecho? ?De la que mat¨® en torno a 60 millones de personas entre 1914 y 1918? ?De la que vivi¨® los lager nazis y lanz¨® las primeras bombas at¨®micas en Jap¨®n? ?De la que desencaden¨® y sufri¨® en nuestro pa¨ªs la Guerra Civil? ?Hizo sus deberes el ¨²nico partido de oposici¨®n a Franco, el sin duda heroico PCE, que al mismo tiempo apoy¨® y a veces practic¨® los cr¨ªmenes del estalinismo, se olvid¨® del feminismo y, con excepci¨®n de Manuel Sacrist¨¢n, despreci¨® hasta hace muy poco la ecolog¨ªa? Y los padres del 78, que nos reclaman sin parar admiraci¨®n, ?hicieron sus deberes? La generaci¨®n del 15-M, sin lastres ideol¨®gicos del pasado, dej¨® en evidencia sus costurones, todav¨ªa sin remendar en una Espa?a minada por problemas del siglo XIX (la corrupci¨®n, una Monarqu¨ªa patrimonialista, el encono ideol¨®gico). Pero ¨¦l mismo, el 15-M, ?hizo a su vez sus deberes? Cada generaci¨®n se siente orgullosa de lo que ha hecho, poco o mucho, y es cuestionada por sus descendientes, que lo har¨¢n de nuevo mal y que, por eso mismo, deber¨ªan contemplar la petulancia de sus mayores (m¨¢rtires revolucionarios, h¨¦roes constitucionales) con un poco de piedad y hasta de ternura: si no somos capaces de aprender de sus errores ni de enmendarlos, arrop¨¦moslos sin acritud en sus tumbas.
Nadie hace sus deberes. Cada generaci¨®n europea, en los dos ¨²ltimos siglos, ha vivido una revoluci¨®n enseguida fallida y una guerra devastadora; y los j¨®venes que participaron en ellas y sobrevivieron confundieron la intensidad de la experiencia con la gloria y la gloria con ¡°el sentido de la Historia¡±: su sacrificio era, en definitiva, un medio de progreso. No lo fue y no lo ser¨¢. Ahora bien, a la llamada generaci¨®n Z ¡ªla nacida en torno al a?o 2000¡ª le falta incluso ese ¡°sentido de la Historia¡± o, si se quiere, esa ¡°intensidad colectiva¡± que se vivi¨® por ¨²ltima vez, en distintos puntos del planeta y de distinta forma, en 2011. Es bueno no confundir la gloria con el sentido de la Historia, pero es muy duro haber nacido en un mundo en el que, sin experiencia de intensidad compartida, se es al mismo tiempo consciente de que la Historia no tiene ning¨²n sentido y, desde luego, no trabaja en nuestro favor, como lo hac¨ªan los duendes del zapatero de los hermanos Grimm. Es dif¨ªcil saber qu¨¦ ser¨¢ de nuestros j¨®venes ¡ªpsicol¨®gica y socialmente¡ª si no encuentran el modo de intervenir intensamente en la Historia. O lo que es lo mismo: si no se les da la oportunidad de cometer sus propios errores.
Ninguna generaci¨®n, decimos, ha hecho sus deberes respecto de la siguiente; todas se han jactado de sus logros y todas han sido luego cuestionadas por sus cr¨ªmenes, sus equivocaciones o sus estupideces. Ahora bien: las revoluciones y las guerras del pasado ata?¨ªan solamente a algunos sectores sociales y a algunos pa¨ªses; ni siquiera las guerras mundiales fueron realmente globales. Por primera vez, una crisis interpela a la humanidad entera, pobres y ricos, viejos y j¨®venes, antepasados y descendientes, y por primera vez cuestiona la existencia misma de ese mundo com¨²n, firme bajo los pies, donde los humanos antiguos se mataban y rebelaban. Retrospectivamente, pensamos en cu¨¢nto deb¨ªa tranquilizar saber, en la ¨¦poca m¨¢s insegura y cruel imaginable (las trincheras de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo), que los llorad¨ªsimos hermanos muertos a nuestro lado formaban parte, con todo, de la Tierra. La llamada generaci¨®n Z es la primera que nace en un mundo en el que el mundo mismo no es un dato, no est¨¢ dado, y hay que defenderlo, por tanto, como antes se defend¨ªa la familia o la patria. A ninguna generaci¨®n anterior le hab¨ªa tocado en suerte un nacimiento semejante.
Cuando pienso en mis hijos me siento angustiado, pero no culpable. Nadie es tan viejo que no pueda hacer a¨²n algo bueno y nadie es tan joven que no sea tambi¨¦n responsable. Esa es una de las reglas antropol¨®gicas del capitalismo colapsista en el que tenemos que movernos y salvarnos. Releyendo Resistencia y sumisi¨®n, los diarios y cartas del te¨®logo protestante Dietrich Bonhoeffer, asesinado por Hitler en 1945, me encuentro con la siguiente frase: ¡°Durante estos ¨²ltimos a?os hemos visto mucha valent¨ªa y sacrificio pero apenas coraje c¨ªvico¡±. Se puede ser valiente en las trincheras del mal y sacrificar la vida por una patria indigna e injusta. Cada generaci¨®n necesita su dosis de valent¨ªa y sacrificio y nunca podremos estar seguros de no encaminarla en la direcci¨®n equivocada. Es malo no encontrarla ¡ªesa dosis¡ª y es malo encontrarla en el lugar extraviado. Una generaci¨®n sin un relato com¨²n, sin ocasiones de valent¨ªa y sacrificio, tentada de buscarlas en marcos diminutos o sectarios, obligada quiz¨¢s a nuevas y m¨¢s terribles guerras sin gloria, lo tiene muy dif¨ªcil. Ninguna ¨¦poca, decimos, ha hecho sus deberes, pero no todas son iguales. La diferencia no est¨¢ en la valent¨ªa y el sacrificio; est¨¢ en el coraje c¨ªvico, que no necesita proezas ni inmolaciones, que solo puede ser individual si es tambi¨¦n colectivo y que hoy, como bajo una dictadura o en una guerra, es m¨¢s necesario que nunca. Si ha habido alguna vez alg¨²n progreso, si la Historia tiene o ha tenido alguna vez alg¨²n sentido, procede sin duda de ah¨ª.
Dec¨ªa Lotze que solo hay progreso ¡°si las mismas almas que est¨¢n sufriendo dejan de sufrir¡±. Los j¨®venes tienen derecho a vivir para s¨ª mismos y tienen la obligaci¨®n, junto a los m¨¢s mayores, de hacer los deberes de toda la humanidad. Y esta vez no podemos fallar.
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